lunes, 3 de abril de 2017

Doggy Days

Últimamente me está dando vueltas en la cabeza la idea de tener un perro. No sé si estoy empezando a sucumbir a las incesantes súplicas de los niños, si es que veo que ya se están haciendo mayores y quiero hacer realidad su gran sueño infantil o si tal vez estoy simplemente buscando un compañero en mis carreras matutinas (ver entrada “El coloso en mallas”).

De pequeña yo también supliqué en vano que me regalaran un perrito. A los 20 años me di cuenta de que me ataban mucho y me conformé con acariciar los animales ajenos. Después, empecé a ser ordenada y a valorar la limpieza, algo que era incompatible con los pelos de los perros. Y fue en esa época cuando empecé a desarrollar la batería de argumentos que sigo esgrimiendo con cada vez menos convicción: que la vida que llevamos, mudándonos de país constantemente, no nos lo permite; que qué haríamos con el perro cuando nos fuéramos de vacaciones; que hay muchos caseros que no te alquilan la casa si tienes una mascota; que menudo rollo ese de sacar al chucho a primera y última horas a hacer sus necesidades; que si el perro tiene que hacer la función de cuidar la casa y avisar si llegan extraños para lo cual tiene que vivir afuera y en Oriente Medio hacía mucho calor y en EEUU hace mucho frío en invierno…

Pero me estoy dando cuenta de que voy mirando con más atención los animales con los que me cruzo en la calle, investigo en internet las razas de perro que más me gustan y me visualizo paseando al perro por los senderos de mi barrio y saludando orgullosa a mis vecinos sabiendo que mi cachorro es el más bonito, el mejor educado, el más cariñoso y el mejor defensor de nuestra vivienda. Es más, casi siento en mi mano la calidez que transmite su deposición al meterla en la bolsa de plástico, lo que creo que indica que mi grado de convencimiento está en un estadio muy avanzado.

Lo cierto es que creo que me estoy contagiando del ambiente que se respira en Estados Unidos. Jamás he conocido a tantas personas que tuvieran perro ni he visto tantos animales en cualquiera de las zonas en las que haya vivido. En 2015, cerca de 80 millones de perros estaban registrados como mascotas en EEUU, a los que habría que añadir los que simplemente viven con sus dueños sin estar inscritos en parte alguna. Abrumador.

Cuando al poco de llegar vi que el High School de mi hija mayor ofrecía sesiones con perros en el colegio para desestresar a los alumnos en la temporada de exámenes me quedé puesta. Ahora veo algo normal que cada pocas semanas me llegue el aviso de que los “dogs are coming to school!” (¡los perros vienen al colegio!) y sé que es una actividad organizada periódicamente por la Asociación de Padres de Alumnos que permite que los que tengan perros sociables los lleven al colegio para que en los turnos de comidas los estudiantes puedan ir a jugar con ellos y así liberar las tensiones, las preocupaciones o el estrés provocados por la vida escolar.

Pero esto no evitó que me sorprendiera la última medida adoptada por Ryan Zinke, el nuevo Secretario de Interior (el equivalente nuestro Ministro de Medio Ambiente y algo así como Ordenación del Territorio), que acaba de decretar el inicio de los “Doggy Days at Interior” (“Días de Perritos en Interior”). El susodicho Secretario debe de ser de todas maneras algo peculiar puesto que hace un mes llegó a su primer día de trabajo a lomos de Tonto, un caballo perteneciente a la Policía Ecuestre y que vive en los establos del Mall washingtoniano.

La medida, sin embargo, no es tan novedosa porque los miembros del Congreso llevan a sus perros al Capitolio desde el siglo XIX y muchas compañías privadas están mejorando el ambiente laboral con su política de “amigos de los animales” y sostienen que mostrar afecto por los amigos caninos forma parte de la faceta integral de sus culturas corporativas. Incluso citan un estudio realizado por una de las mayores cadenas de Veterinaria del país que defiende que este tipo de medidas mejora la moral de los trabajadores reduciendo los niveles de estrés y de culpabilidad por dejar a las mascotas en casa mientras van a trabajar y todo ello redunda en beneficio de las compañías.
Bo y Sunny, los perros de Obama

Así que ahora solo queda decidir si al Ministerio pueden ir todos los perros o únicamente los de determinado tamaño; si deben ir con correa o no; si tienen que pasar un examen médico y llevar la cartilla de vacunación; qué hacer con los trabajadores que tienen alergias, fobias o a simplemente no les gustan los animales (aunque ya se baraja la idea de que esos días puedan trabajar desde su casa). Por todo ello la nueva medida se va a empezar a aplicar como un programa piloto.

Y todo esto que a mi me deja puesta se ve aquí como la cosa más normal del mundo. Es más, lo raro es que Donald Trump sea el primer Presidente de los Estados Unidos en 150 años en no tener una mascota y los ciudadanos echan de menos la clásica foto del animalito jugando en el Despacho Oval, correteando por los jardines de la Casa Blanca o bajándose del Air Force One. Tal vez el jefe de campaña de los Demócratas debió haber destacado esa grave carencia del entonces candidato Trump. Craso error. Posiblemente la norteamericanos hubieran votado de otra manera.

4 comentarios:

  1. Precisamente acabo de leer un estudio japonés que dice que los perros detectan a las malas personas, que el olfato canino también incluye este tipo de comportamiento que les hace rechazar a los que son pobres de espíritu o tienen aviesas intenciones, curioso eh? Quizás por ello Trump no tiene o no quiere perros, jaaaa. Un besin

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  2. Pues a por el perro EVA!
    ¡¡¡¡¡Otro gran artículo!!!!!

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    1. Antes tiene que llegar Gab al mismo grado de convencimiento y, para desesperación de los niños, aún está muy verde. Gracias por comentar. Besos

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