Cuando hace unos días leía las noticias sobre
el asesinato en masa de 26 personas en una iglesia baptista de Texas me llamó
la atención que ningún periodista lo calificara como “la matanza de Texas”,
haciendo referencia a la icónica película de terror de los años 70. Dejó
marcada a toda una generación, es considerada una película de culto y hubiera
sido muy apropiado para los sucesos recientes. Luego descubrí que el título
original de la película era The Texas Chain Saw Massacre (la masacre de la sierra mecánica en Texas) y, claro,
entendí por qué nadie lo había relacionado con lo que describían como el Texas church shooting (el tiroteo de la
iglesia de Texas). En España, en el momento de traducir el título original, le
dimos más importancia a la masacre en sí que al instrumento con el que se había
perpetrado.
La primera vez que vi a alguien llevando
una pistola en Estados Unidos estaba en una gasolinera en Carolina del Norte.
Había entrado a comprar agua con los niños mientras Gabriel llenaba el depósito
y vi cómo se paraba una de esas enormes camionetas americanas y se bajaban dos
tiarrones con camisa de cuadros y un aire bastante rural. Uno de ellos, el de
la barba pelirroja, llevaba el arma al cinto perfectamente visible. Me quedé puesta.
Disimulando el nerviosismo, dejé el agua, llamé a los niños y salí
inmediatamente.
El derecho de los estadounidenses a
poseer y a llevar armas fue reconocido en una fecha tan temprana como 1791, en
la Segunda Enmienda a la Constitución y está enraizado en el espíritu cazador y
fronterizo de los inicios del país. En un territorio de tales
dimensiones, inexplorado, plagado de alimañas donde había que buscarse los alimentos,
la supervivencia requería tener un arma de fuego, máxime cuando no había autoridad presente que garantizara protección. Las armas fueron asimismo un elemento fundamental para los pioneros que las
necesitaban para defenderse de invasores, de competidores agresivos o de la hostilidad de los nativos
americanos en su conquista de los territorios del Oeste.
En la cultura popular las armas son
indisolubles de la nación americana. ¿Qué hubiera sido de El último mohicano,
los cowboys, Bonnie & Clyde, el Padrino, Harry el Sucio, Robocop… sin
ellas? Pero una cosa es verlas en las películas y otra muy distinta el vérsela
a un tipo en la cintura del pantalón. Y eso, cuando la ves.
En Estados Unidos hay actualmente 16,3
millones de permisos CCW, es decir, Concealed
Carry Weapons, o armas que puedes llevar escondidas. Y eso me parece
alucinante, además de por la cantidad (no se incluyen solamente armas de fuego,
es cierto; un cuchillo o un espray irritante pueden entrar en esa categoría),
por la distinción que hace la legislación entre llevar un arma a la vista y llevarla
escondida y entre llevar un arma encima o tenerla en tu casa. Todo el mundo
(con unos mínimos requisitos legales) puede comprar un arma y guardarla en su vivienda. Otra cosa en llevarla por la calle a la vista, para lo cual algunos
Estados, no todos, exigen un permiso, y otra más es llevarla sin que nadie sepa que
la llevas, que es el más restrictivo de los supuestos. Pero, sea como sea, es
algo que está a la orden del día en buena parte del país.
Este es un país en el que cada año pierden la vida 33.000 personas por armas de fuego, en el que cada día, de media, 309 personas reciben disparos y 93 de ellas mueren. Este es un país en el que hay 9 armas por cada 10 ciudadanos, la proporción más alta del planeta. Donde puedes comprarte libremente un fusil de asalto que dispara decenas de balas por minuto. Que no se actúe para romper la conexión inmediata entre esas cifras tan dramáticas y la facilidad para acceder a las armas es algo que me deja puesta. Pero aún me asombra más que desde determinados sectores se alegue que para acabar con las matanzas hay que liberalizar en mayor medida el mercado armamentístico porque “las armas las disparan los tipos malos y hay que defenderse de ellos”.
Cuando en 1999 dos estudiantes entraron
en el instituto de Columbine, Colorado,
y mataron a 12 compañeros y un profesor, el país entero quedó
horrorizado, en parte porque había sido retransmitido en directo por la
televisión. En aquel momento, fue el quinto tiroteo más mortífero en Estados
Unidos desde la II Guerra Mundial. Apenas 19 años después, esa masacre ha sido
sobrepasada con creces por numerosos asesinatos en masa con mayor número de
víctimas. Entre ellos, y de momento, el de Las Vegas del mes pasado donde 58 personas
fallecieron, que ostenta el triste récord en este registro enloquecido.
Este es un país en el que cada año pierden la vida 33.000 personas por armas de fuego, en el que cada día, de media, 309 personas reciben disparos y 93 de ellas mueren. Este es un país en el que hay 9 armas por cada 10 ciudadanos, la proporción más alta del planeta. Donde puedes comprarte libremente un fusil de asalto que dispara decenas de balas por minuto. Que no se actúe para romper la conexión inmediata entre esas cifras tan dramáticas y la facilidad para acceder a las armas es algo que me deja puesta. Pero aún me asombra más que desde determinados sectores se alegue que para acabar con las matanzas hay que liberalizar en mayor medida el mercado armamentístico porque “las armas las disparan los tipos malos y hay que defenderse de ellos”.
Donde yo crecí los ciudadanos no tenemos
acceso a las armas de fuego, nos enseñan a tenerles miedo y nos inculcan, con
mayor o menor éxito, que el arma más poderosa de todas es la razón. Aquí no es
así pero pienso que los pistoleros están muy bien en las películas y fuera del cine sólo me producen horror.
Post-post:
El tiroteo del instituto de Columbine es el origen del documental “Bowling for Columbine” con el que el siempre polémico Michael Moore ganó el Oscar al Mejor Documental en 2002 y recibió 13 minutos seguidos de ovación tras hacerse con el Premio Especial del Jurado en el Festival de Cannes de ese mismo año. En él analiza las circunstancias que derivaron en esa matanza, la proliferación de armas y el aumento del índice de homicidios en Estados Unidos a la par que se pregunta por qué Canadá, con 7 millones de armas de fuego por 10 millones de hogares, no sufre las mismas horripilantes consecuencias que su vecino del sur. Los que tengáis Netflix lo podéis ver aquí.
El tiroteo del instituto de Columbine es el origen del documental “Bowling for Columbine” con el que el siempre polémico Michael Moore ganó el Oscar al Mejor Documental en 2002 y recibió 13 minutos seguidos de ovación tras hacerse con el Premio Especial del Jurado en el Festival de Cannes de ese mismo año. En él analiza las circunstancias que derivaron en esa matanza, la proliferación de armas y el aumento del índice de homicidios en Estados Unidos a la par que se pregunta por qué Canadá, con 7 millones de armas de fuego por 10 millones de hogares, no sufre las mismas horripilantes consecuencias que su vecino del sur. Los que tengáis Netflix lo podéis ver aquí.
Curioso lo de Canadá, me he quedado intrigada
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