La semana pasada fui tres veces a mi clase de pilates: el lunes, el martes y el miércoles. El jueves cerraban porque era Thanksgiving o día de Acción de Gracias. Normalmente en esas clases hablamos poco. Cada quien se tumba en su máquina, se coloca las cintas en los pies y espera las indicaciones de la instructora que dirige la sesión. Pero estos tres días el corral estaba alborotado. “How many? How many?”, se oía por todas partes. No tardé en darme cuenta de que se estaban refiriendo a cuántos invitados iban a tener para su celebración de Acción de Gracias. “Oh, este año es fácil, decía una, sólo 15”. “Nosotros somos 18 pero cada uno tiene una alergia alimentaria distinta”, respondía su amiga con expresión de impotencia. “Lo mío está ya controlado”, decía la de más allá, mientras iba ajustando los muelles de su máquina de gimnasia.
La celebración del día de Acción de Gracias concentra los esfuerzos culinarios del año de la mayoría de los hogares americanos. Es más, creo que es el momento en el que los nacionales de este país, no importa de qué Estado procedan, sienten más presión por meterse en la cocina, por ser fieles a la tradición de su familia y a la de la familia política y por llenar la mesa de platos que gusten a todo el mundo y que traigan (para los mayores) o sean capaces de generar (en los más jóvenes) sabores cargados de nostalgia. El año pasado (ver post Ya te lo pueden agradecer) os conté la planificación que requiere una buena comida de Acción de Gracias y, la verdad, hay que echarle ganas, sobre todo si, como la mayoría de los americanos, no estás acostumbrado a estar entre fogones. Por eso no me extraña que triunfen determinadas recetas sencillas y aparentes que gozan del reconocimiento popular y que consiguen un lugar destacado en el “National Inventors Hall of Fame”, lo que viene a ser un Pabellón Nacional de Inventores Ilustres. Hay una en especial que reúne todas estas características y cada año se cocina en más de 20 millones de hogares americanos.
Todo empezó con una sencilla pregunta de la agencia de noticias Associated Press en 1955. Buscaban una buena receta para una guarnición que empleara dos ingredientes habituales en la despensa de un hogar de clase media americano que, en aquel momento, eran la crema de champiñones de Campbells y las judías verdes. La pregunta llegó hasta Camden, New Jersey, donde una rama de la conocida marca de enlatados le encargó a la supervisora del departamento de economía, la señora Reilly, que viera qué se podía hacer al respecto. En noviembre de ese año propuso algo con un nombre tan original como “Horneado de judías verdes”, una receta fácilmente adaptable de seis ingredientes: judías verdes, crema de champiñones, leche, salsa de soja, pimienta negra y cebolla frita, que se tardaba diez minutos en preparar y media hora en hornear.
Cuando en el año 1960 Campbell’s empezó a poner la receta de la señora Reilly en las latas de su crema de champiñones el producto alcanzó records de ventas. Sesenta años después de haberse inventado, este plato es un clásico para Thanksgiving y Campbell’s ha estimado que el 40% de su crema de champiñones vendida en Estados Unidos se utiliza para preparar esta receta, que ha sido calificada como “la madre de todas las comidas reconfortantes”. En el año 2002 la fábrica de enlatados donó la tarjeta con la receta original para ser expuesta en las vitrinas del “Hall of Fame”.
Los amigos que este año nos invitaron a su mesa de Acción de Gracias cocinaron unas judías verdes muy parecidas y una tremenda colección de platos para acompañar al pavo. Fue un día de otoño tan frío como si fuera invierno y el reconfortante calor de la chimenea junto con los olores dulzones de asado, canela y manzana nos recibieron nada más traspasar el umbral de su casa. No fue nostalgia lo que sentí. Fue un profundo agradecimiento por poder compartir momentos así con amigos que se acaban volviendo más que familia cuando estás lejos de casa.
Post post:
La obra “Latas de sopa Campbell’s” es reconocida internacionalmente como la más popular de Andy Warhol. Es una serie de 32 lienzos de 51x41 cm que reproducen cada uno de los sabores de sopa que se encontraban en las tiendas en Estados Unidos a principios de los años 60 y que eran de consumo habitual. “Yo solía tomarla, declaró Warhol. Todos los días durante 20 años, la misma comida, un día sí y el otro también”. Y la internalización de esa repetición en el consumo se tradujo en el potente efecto visual de la repetición en serie de una obra gráfica. La sala de exposiciones colocó las piezas en estanterías a lo largo de sus paredes, como si estuvieran en una tienda de comestibles y, aunque en un principio la idea fue recibida con indiferencia e incluso cierto desdén por los críticos de arte, el tiempo ha acabado convirtiendo esta colección de latas de sopa en una de las obras más icónicas de pop-art.
Y para los que tengáis interés en hacer la receta de las judías verdes, os dejo el enlace aquí (en inglés).
Fotos: Campbell's, Wally Gobetz.