lunes, 5 de noviembre de 2018

Puesta y compuesta

Parece ser que Halloween ya no es cosa de niños. Este año las casas de mi vecindario han tenido muy poca decoración fantasmagórica, los cánticos de “trick or treat” dejaron de oírse muy pronto y el timbre de la puerta enseguida enmudeció. Hasta me han sobrado caramelos en la cesta que otros años tenía que rellenar, entre grandes protestas y acusaciones de latrocinio, con las chuches que mis  hijos habían cogido de otras casas.

Sin embargo, se calcula que los americanos han gastado en 2018 más de 9.000 millones de dólares celebrando Halloween y, según un estudio que viene siguiendo desde el año 2003 los hábitos de consumo en estas fechas, lo que más ha crecido es la venta de trajes para adultos y mascotas.  El aumento de las redes sociales ha cambiado, según dicen,  la forma de celebrar esta festividad y, de repente, el “trick or treating”, ese ir de una casa a otra pidiendo caramelos, se ha convertido en una fracción mínima de todas las celebraciones, más orientadas hacia los adultos y que copan el fin de semana anterior con desfiles o fiestas en casas o en bares.

La semana previa a Halloween me contaba un amigo americano que, por primera vez en su vida, había tenido una reunión de negocios con toda, absolutamente toda la mesa disfrazada. Era un edificio de varias plantas y desde el control de seguridad hasta el despacho más pequeño había sido transformado por el ambiente festivo: uno se había convertido en un estudio de grabación lleno de hippies, otro en un cementerio, otro en un barco pirata…. y, a pesar de lo surrealista de discutir los puntos del contrato con un cantante heavy, un constructor, un superhéroe o un dinosaurio, la reunión fue un éxito.

La tienda donde fui a inspirarme para mi fiesta de disfraces del fin de semana estaba llena de adultos comprando cosas para adultos. Es una nave enorme que surge de la nada en el mes de septiembre y que desaparece poco después de Halloween: una “pop-up store” o tienda temporal. Una de las miles que surgen en esta época del año y que se transforman en auténticos museos de la fantasmagoría. Una experiencia que no hay que perderse.

En la carretera ya hay dos personas disfrazadas haciendo ademanes y bailes para atraer tu atención e indicarte dónde tienes que ir; apenas aparcas y empujas la puerta te reciben aullidos y gritos escalofriantes y un sinfín de muñecos aterradores de tamaño natural empiezan a gritar y sacudir sus cuchillos o las cabezas recién arrancadas de sus víctimas. Un descomunal dedo huesudo de larga uña te hace indicaciones para que te acerques y la máquina de humo que está a la venta por 49$ llena el espacio de una neblina de ultratumba.  Sabes que has llegado al sitio ideal para comprar el galón de sangre artificial, el traje completo de rey de la música disco, la peluca de tu personaje favorito o la telaraña gigante con la que cubrir el seto de la entrada de tu casa.

Yo salí con un tocado de “catrina” para la fiesta a la que iba a ir el sábado antes de mi otro gran evento de la noche en la otra punta de la ciudad: el desfile de zombies. Llevaba días imaginándome rodeada de muertos vivientes y una emoción pútrida me iba dominando. Sin embargo, hasta para los asuntos de ultratumba hay que ser puntual en Estados Unidos, lo que entraba en plena contradicción con mi nueva condición de cadáver mexicano. Perfectamente organizados y con un coche policial abriéndoles el paso, los zombies ya se habían ido y nadie sabía dar cuenta de ellos. En una hora no quedaba nada. Si les habían dicho que el desfile era de 9 a 10, a las diez menos cuarto no quedaba nadie. En esta ocasión no solo me quedé “puesta”, también “compuesta”.

Post-post:
Rivera, Kahlo, la Catrina y Posada en un fragmento del mural de 1947
La catrina (en México catrín es calificativo de elegante) es un icono de la cultura popular mexicana. La creó a principios del siglo XX el caricaturista mexicano José Guadalupe Posada como un personaje llamado “La calavera garbancera” en una forma de burlarse de los vendedores de garbanzos que estaban adquiriendo la categoría de nuevos ricos y adoptaban costumbres europeas negando sus raíces indígenas. Posada creó una calavera sonriente con un sombrero de ala ancha adornado de flores y plumas y decía que “la muerte es democrática ya que, a fin de cuentas, güera, morena, rica o pobre, toda la gente acaba siendo calavera”. Años después, Diego Rivera, el muralista mexicano pareja de Frida Kahlo, la transformó en la imagen mexicana por excelencia de la muerte en su obra “Sueño de una tarde dominical en la Alameda central” (1945-47).

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