Cuando mi hija mayor estaba en la mitad
de su segundo año de High School
(tenía 15 años) llegó por correo a su nombre una carta con sello, matasellos y
el emblema de una universidad. Como despertó mi curiosidad esperé con
impaciencia a que llegara a casa después del colegio y apenas entró en el
recibidor se la enseñé y le dije que la abriera. La leyó sin modificar el
semblante (algo muy propio de su carácter adolescente), me la tendió y se fue a
la cocina a prepararse un bocadillo.
Empecé a leerla. La saludaban por su
nombre y decían que habían seguido con interés su progreso académico, que su
grado de excelencia les había impresionado, que tenerla en el futuro entre sus
estudiantes sería un gran aporte para su universidad y le pedían que considerara
su institución académica como una opción para seguir labrando su más que exitosa
carrera profesional. Me quedé puesta. ¡Mi hija! Luego me di cuenta de que
llevábamos poco más de un año en Estados Unidos por lo que no habían seguido su
progreso durante mucho tiempo, de que sus notas, siendo buenas, siempre podían
mejorar, de que ni siquiera su equipo deportivo era campeón a nivel estatal y de que
no tenía ni idea de qué universidad era esa que le escribía. Se me bajó un poco
el ego maternal pero seguí levitando durante un tiempo. Ella se comió su
merienda y, sin mayores comentarios, se fue a su cuarto a hacer los deberes.
A las pocas semanas llegó otra carta de
otra universidad que decía prácticamente lo mismo. Poco tiempo después recibía
varias cartas mensuales y este verano llegaron en tal abundancia que se iban
yendo, directamente y sin abrir, al cubo azul de reciclaje de papel. Pasaron a
ser de todos los formatos: carta convencional, sobre marrón con amplia
información, tarjeta postal con un imagen de la universidad, tarjeta
personalizada con su nombre con forma de nubecitas en un cielo azul…
Mi hija se gradúa este año, las
universidades lo saben y la han convertido en una presa más en su feroz
competencia por conseguir clientes. Está en marcha la maquinaria de un gran
negocio que hasta ahora no había percibido. Según The
Washington Post, en 2015 había en Estados Unidos alrededor de 5.300
universidades y colleges. Como no hay
una ley federal que regule la educación superior, el número de universidades ha
crecido de forma dispareja en la geografía de este país, muchas veces
obedeciendo a criterios políticos. La mayoría de ellas se apiñan en el noreste,
en el centro-este del país y en la parte alta del medio oeste. Cada otoño miles
de estos centros educativos luchan desesperadamente por llenar sus aulas y los
departamentos de captación de nuevos alumnos van preparando el camino con años
de antelación, como bien pude comprobar.
Class 2019 |
Elegir universidad es un proceso
complicado que en este país empieza mucho antes que en España. Creo que no
exagero si digo que desde que se empieza High
School la meta ya está puesta en la universidad. Durante los dos primeros
años de colegio se establecen las áreas de interés tanto académicas como
extracurriculares y se desarrollan relaciones con profesores y consejeros, que
habrán de escribir las cartas de recomendación. El tercer año o junior year se hacen las pruebas
estandarizadas de acceso a la universidad (las conocidas como SAT o ACT), se
avanza con asignaturas AP (Advance
Placement o de nivel universitario), se toman los exámenes AP oficiales o exámenes
de contenido específico (Subject tests) y se empiezan a visitar
las universidades concertando entrevistas y dejando constancia del interés por
estudiar en esos centros educativos. El primer semestre del último año de
colegio es ya el agobio total. Los alumnos se ponen nerviosos con
sus decisiones, tienen que escribir ensayos para cada centro, perseguir al
profesor para que les dé la carta de recomendación, cumplimentar decenas de
documentos on line, solicitar las
becas, rellenar papeles para el colegio, estar pendientes de las distintas fechas
límite de entrega de documentos (que suelen ser antes del mes de enero),
hacerse las fotos de graduación (ya se toman en septiembre cuando el curso ni
ha empezado)…
Desde que comenzó el curso todas las
semanas hay un día en el que acuden representantes de 15 ó 20 universidades para
facilitar entrevistas con los alumnos que estén interesados en sus campus. Los
consejeros del colegio orientan a los 500 alumnos que se gradúan por año, pero
muchos optan por contratar consejeros privados por unas cifras bastante
elevadas con el fin de recibir asesoramiento para tomar las decisiones
correctas, tanto a nivel educativo como económico. No es una tontería para
quien se lo pueda permitir: la
información es excesiva, el papeleo es arduo y elegir el centro adecuado (y las
becas) según las capacidades puede marcar grandes diferencias en unos estudios
que en ocasiones superan los 50.000 dólares anuales solo en concepto académico
(a los que hay que sumar la manutención y el alojamiento que, en la mayoría de
los casos tiene que ser dentro del propio campus universitario).
Estamos en octubre. Antes d el 1 de
noviembre la mayoría de los seniors
de High School habrán tenido que
completar al menos una solicitud a una universidad. En mi casa se ha instalado
el agobio. Hay muchas decisiones que tomar y burocracia que completar. Y una
personita que, con 17 años, empieza a ser consciente de que el futuro está
realmente en sus manos y depende de sus acciones. Voy a prepararle un bocadillo para cuando
vuelva del colegio a ver si, entre bocado y bocado, encontramos un poco de paz.
Como siempre, Eva, una entrada maravillosa para ayudarnos a entender ese otro mundo tan cercano y tan ajeno. Por mi hermano sé de lo que estás hablando, a veces me alegro de la tranquilidad provinciana de nuestra piel de toro. Un abrazote. Guille Buenadicha
ResponderEliminarA mi tu tranquilidad provinciana me da mucha envidia. Mucha. Gracias por comentar. Más abrazos.
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