El horario de verano o el tiempo de ahorro de luz en Estados Unidos se extiende, por ley, desde el segundo domingo de marzo hasta el primer domingo de noviembre y supone adelantar o atrasar una hora los relojes a las dos de la mañana. Afecta a todos los Estados de este país con la excepción de Arizona y Hawaii, que no lo adoptaron. En España, lo solemos aplicar más tarde, a finales de marzo, y nos avisan por muchos flancos así que es difícil despistarse pero, aquí, me sorprendió la noticia. A los americanos, por lo visto, no. Como son tan organizados, tan metódicos y tan previsores, tienen meridianamente claro que ese domingo, invariablemente, se cambia la hora y, además, vinculan ese día con el que hay que cambiar las baterías de las alarmas de fuego y humo de las casas, para no olvidarse de que hay que sustituirlas todos los años y para garantizar su seguridad.
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Nunca dejará de asombrarme la cantidad de incendios que hay en este país y cómo una casa maravillosa puede quedar en minutos reducida a cenizas. Los materiales y la forma de construir (ver entrada Tocar madera) son los principales culpables. La USFA, la oficina para la administración de incendios, el equivalente a nuestro cuerpo de bomberos, asegura que Estados Unidos tiene el índice más alto del mundo desarrollado en muertes por incendios. Cada año el fuego mata a unas 3.000 personas y deja más de 20.000 heridos y la mayoría de los incendios tiene lugar en viviendas que carecen de alarmas o cuyas pilas están gastadas.
En nuestro Estado de Maryland, la ley dice que debe instalarse al menos una alarma contra incendios en el interior de cada casa y que el ocupante de la misma (sea el propietario o el inquilino) es el responsable de su funcionamiento. La ley es muy específica sobre dónde se tienen que colocar los sensores en el momento de su instalación, prioriza su localización en las entradas de cada dormitorio y no permite que se coloquen a determinada distancia entre la pared y el techo, porque es donde se producen ángulos muertos que no dejan detectar el humo.
Nosotros tenemos cinco detectores de humo en casa, de los cuales doy fe de que al menos uno funciona porque me lo demuestra todos los días. Es el que está ante la puerta de la cocina y es de lo más impertinente. Odia las tostadas del desayuno y cada mañana tengo que hacer uso de una cuchara de madera con el mango extralargo que dejo a mano ex profeso para alcanzar el botoncito del techo que apaga el pitido ensordecedor (la ley dice que tiene que estar a un volumen lo suficientemente elevado para despertar a una persona en su dormitorio con la puerta cerrada). Ese movimiento de estiramiento vertical con la mano derecha armada con el cucharón de madera lo acompaño de un estiramiento horizontal con la mano izquierda, que se ocupa de abrir y cerrar a toda velocidad la puerta de la cocina para dispersar lo que sea que detecta la alarma y que yo no alcanzo a ver. Una postura un tanto heterodoxa y que requiere de una pericia de la que no todo el mundo dispone, dicho sea de paso.
Da igual dónde coloques la tostadora, no conseguirás engañar al detector. El tiene su particular fijación con el pan; ya puede estar la cocina llena de humo de otras preparaciones, que no rechistará, pero no pongas una rebanada de pan en la tostadora porque como se caiga una miguita enana en la resistencia, el sensor bramará como si tuvieras la sirena del camión de bomberos en el pasillo.
Hace dos domingos, tal y como me indicó el aviso luminoso de la autopista, cambié al levantarme la hora de todos los relojes de la casa y, medio dormida, preparaba el desayuno, unos deliciosos huevos con bacon. Mientras se freía el tocino, coloqué el pan en la tostadora. Indefectiblemente, el sensor de humo se puso en funcionamiento y corrí a buscar la cuchara de madera para apagarlo. No estaba en su sitio. Abrí todos los cajones y no aparecía. Intenté con un cuchillo pero no llegaba al techo; agarré la espumadera pero el extremo no se ajustaba al botón de apagado. Los pitidos eran ensordecedores y ningún utensilio parecía servir para acallarlos. Entonces fui a toda velocidad a buscar un taburete y para cuando conseguí subirme, pulsar el botón del detector y volverme a bajar ya se me había quemado el tocino. Para que luego haya algún insensato que diga que el tocino no tiene nada que ver con la velocidad y el cambio de hora con las alarmas contra incendios. Seguro que, ése, en Estados Unidos no vive.
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