“Hallazgo de lo ignorado”. Leí esas palabras en un cartel cuando paseaba este verano por Gijón. Se me quedaron, de alguna manera, enganchadas en el cerebro, casi sin darme cuenta y sin que me hubiera fijado en lo que querían anunciar. Me gustó la frase. Podían haber puesto “descubrimiento” pero no hubiera resultado tan evocador. La combinación de estos vocablos estuvo acompañándome un rato en mis pensamientos. ¿Por qué habían usado el verbo “hallar” en vez de “encontrar”? ¿Se puede encontrar algo tan amplio como “lo ignorado”? Hasta que otra cosa me distrajo.
Días después descubrí que se trataba del título de una muestra de las fotografías que hizo en 1925 Ruth Anderson, una joven norteamericana que estuvo cuatro meses en Asturias cumpliendo un encargo de la Hispanic Society of America, la institución que comprende la biblioteca y el museo más importantes dedicados a la cultura hispánica en Estados Unidos. Una mirada cautivadora sobre las tradiciones y la vida cotidiana de la Asturias por la que correteaba mi abuela en su niñez. Y fui a visitarla. ¿Quién habría hallado lo ignorado, la fotógrafa, cuando retrataba, o el visitante (o sea, yo), un siglo después, cuando saliera de aquella sala de exposiciones?
Familia plantando patatas el 9 de marzo de 1925, en Asturias |
Escribo estas líneas en el Día Internacional de la Mujer y no puedo evitar pensar que si hoy las mujeres estamos donde estamos es gracias a personas como esta fotógrafa, valientes, curiosas, inteligentes, arrojadas, capaces de cruzar un océano para adentrarse en unas tierras ignotas en vez de quedarse reproduciendo clichés (en sentido literal y figurado) en el Nueva York de donde había partido. Y también gracias a hombres como su jefe, Archer M. Huntington, que confió y supo ver en ella las cualidades necesarias para asignarle la misión de documentar, en los sucesivos viajes que realizó a España, las tradiciones, las costumbres, las gentes y todos los aspectos de la cultura hispánica que quería recopilar y divulgar en Estados Unidos.
Ruth Anderson no viajaba sola. La acompañaba su padre, fotógrafo profesional y su primer maestro en un oficio que había aprendido en el estudio que tenía su familia en Nebraska. El itinerario que realizaron, entrando en Asturias desde Galicia, se vio afectado por la geografía de la región, especialmente en las zonas de montaña. Siguiendo instrucciones de su jefe no documentó las industrias modernas o la red de ferrocarriles que utilizó para desplazarse, sino la Asturias tradicional y la vida de la gente. A la vez, iba anotando en un diario sus descubrimientos para ser luego capaz de recordar con mayor precisión y contarlo en Estados Unidos a su vuelta.
Acompañando a la fotografía de “Familia plantando patatas”, escribió: “1. Se palotea la tierra. 2. Se pone la patata cortada. 3. Se echa el cucho a cada patata. Cucho es abono de vaca. 4. Se echa escama de la sardina. Plantan las patatas los primeros días de marzo y las cosechan en agosto”. Esa estampa la capturó un 9 de marzo; casi un día como hoy. Y yo vi en la niña de esa fotografía, a sabiendas de que no lo era, a mi abuela, en las tierras de detrás de la casa familiar, Ca Antón, una ladera tan empinada como la de la fotografía. Una escena de las tantas que me podía haber contado en mi niñez, cuando me hablaba de la suya, y que yo bien podía haber olvidado.
En otra imagen vi a la autora vestida con una capa posando junto a una construcción de piedra, pisando un suelo de tierra, con un arco y una torre al fondo. Y pensé en qué distinta debía de ser esa mujer de las que vivían en esa zona, en que su visita debió de haber sido todo un acontecimiento en un pueblo donde todos se conocían y en el que pasaban pocas cosas. La imagen no me dejaba moverme de allí y, de pronto, me di cuenta. Estaba posando junto a la Colegiata de Santa María, en Salas, en la villa más cercana al pueblo de mi familia paterna y la niña que sube la calle bien podría haber sido mi abuela, o una de sus hermanas. De pronto las imágenes vagas que había creado en mi interior con las historias de mi abuela se materializaron en una imagen concreta. Estaba viendo lo mismo que ella cuando era pequeña, tal y como ella lo había visto. Una imagen desconocida para mí. O ignorada. Un hallazgo. Y el título de la exposición cobró sentido. Y me quedé puesta.
Post-post:
La Hispanic Society of América fue fundada en Nueva York en 1904 por Archer M. Huntington con el propósito de recopilar, conservar, estudiar, exhibir y estimular un mayor conocimiento de obras relacionadas con el arte, la literatura y la historia de España y Portugal o de aquellos países donde estos dos idiomas fueran de uso predominante, lo que incluye Latinoamérica, sur de los Estados Unidos, Filipinas o la India portuguesa. El Museo contiene más de 18.000 objetos y obras de todos los formatos y épocas, desde la prehistoria hasta la actualidad. La Biblioteca ofrece más de 250.000 libros, 200.000 documentos, 175.000 fotografías y 15.000 impresiones, una magnífica colección de recursos para investigadores. Esta institución recibió en 2017 el premio Princesa de Asturias de Cooperación Internacional. No he conseguido visitarla y ver, entre otras cosas, los 14 lienzos de Sorolla que forman la colección "Visión de España". Lleva años en proceso de reforma. Desde el año 2017 y mientras duren los trabajos de rehabilitación hasta otoño de este año, 200 de sus obras más importantes se exponen en el Museo del Prado de Madrid; otra parte de su colección está ubicada desde el año pasado en el Museo de Arte e Historia de Alburquerque.
Fotos: Catálogo de la exposición y Wikimedia commons
No hay comentarios:
Publicar un comentario