Todos los años celebro mi cumpleaños y en esta ocasión lo hice por adelantado. Leía no hace mucho, cuando estaba diseñando el menú de mi celebración, que el cumpleaños es una festividad eminentemente femenina. El artículo citaba a un psicólogo francés que aseguraba que las mujeres sienten una mayor necesidad de celebrar los cumpleaños porque es una referencia a la procreación, a los encuentros familiares y a las fechas que se repiten de manera periódica al igual que el ciclo menstrual. Me quedé puesta. Luego recomendaba celebrar los cumpleaños porque ayudan a envejecer mejor y a acercar la edad subjetiva (la que sentimos) a la edad cronológica (la del registro). Me sentí tan poco identificada que casi se me quitaron las ganas de hacer la fiesta. ¿Ese señor se ganará realmente la vida diciendo esas tonterías?
A mí me encanta celebrar mi cumpleaños pero no creo que sea una cuestión de género, que tenga nada que ver con el hecho de ser madre, con mi menstruación ni con una descompensación entre mi edad física y mi edad subjetiva. Eso sí, nunca me ha gustado decir el motivo de la celebración. Me turba que me canten el cumpleaños feliz o que me hagan soplar unas velas y me da vergüenza recibir los regalos. Agradezco más unas felicitaciones susurradas al oído que la gran alharaca que me convierta en el centro de atención. Sin embargo, me encanta recibir mensajes en el día en cuestión, sentirme querida y darme cuenta de que tengo una red afectiva y de amistades con quienes puedo contar. Ese es mi mejor regalo. No necesito nada más. Y no es poco.
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