lunes, 9 de diciembre de 2019

Una blanca Navidad con las Rockettes

Salimos del Radio City Music Hall de Nueva York con un chute de Navidad en vena, todavía sacudiéndonos la nieve artificial del pelo. No sabíamos muy bien qué era lo que íbamos a ver cuando compramos las entradas para el Christmas Spectacular con las Rockettes del famoso teatro de la Sexta Avenida: ¿un musical, un ballet, un show navideño? Resultó ser todo ello a la vez y, como su título anunciaba, una Navidad espectacular, algo que se ha convertido en una representación tan emblemática en esta época del año en la ciudad que nunca duerme como lo pueden ser los taxis amarillos o el Empire State.

Las Rockettes llevan 85 años levantando las piernas al unísono. De hecho, las levantan unas 160 veces por función, hasta 800 veces al día, porque entre el 8 de noviembre y el 5 de enero en que se celebra el espectáculo realizan hasta cinco pases diarios (el primero tan temprano como a las 9 de la mañana, el último tan tarde como a las 10 de la noche). Treinta y seis bailarinas en escena que consiguen llenar en todas sus sesiones este teatro de más de seis mil localidades realizando coreografías de una precisión absoluta (en realidad, se trata de ochenta bailarinas que actúan en dos turnos, cada uno con cuatro rockettes que funcionan como reservas). Todas ejecutan esta especie de número de natación sincronizada de hora y media de duración que resulta apabullante por la uniformidad de las bailarinas, la orquesta en directo, el vestuario, la escenografía, las luces, las imágenes en tres dimensiones, el teatro art-deco… Pero, sobre todo, por la tradición navideña al más puro estilo americano, con Santa Claus como anfitrión, hilando bailes y canciones con diálogos y viajes tridimensionales por Nueva York. Y todo a un ritmo trepidante.

El Christmas Spectacular original comenzó a representarse en 1933 y duraba 30 minutos. No era la apoteosis navideña de hoy en día pero de aquella época se conservan dos de los números de más éxito: el Desfile de los soldados de madera y la Natividad viviente. En el primero (pulsa aquí para verlo) las rockettes desfilan con unos pantalones de pata anchísima y cintura alta, acartonados como si cada pernera fuera una caja inflexible, y ejecutan una marcha con formaciones geométricas complicadísimas hasta el increíble final en el que, como si de un dominó se tratase, va cayendo una bailarina sobre la otra en un movimiento lentísimo de una dificultad técnica increíble. En el segundo (pulsa aquí si lo quieres ver), el inmenso escenario, con la Virgen, San José y el Niño en el fondo, es recorrido por una interminable fila de personajes al más puro estilo de nuestros belenes: pastores, los tres Reyes Magos, pajes, ovejas, dos camellos y un burro, en un bonito fluir que ningún animal osa interrumpir con un plantón en condiciones o, más difícil todavía, sin que a ninguno se le vayan escapando cagarrutas a su paso. Todo es perfecto en Navidad, luminoso, alegre, emotivo, nostálgico y maravilloso.

Confieso que, sin ser lo más llamativo del espectáculo, me gustó que se diera protagonismo en el acto al nacimiento de Jesús y a la visita de los Reyes Magos como origen del fenómeno navideño en sí. Porque en Nueva York la Navidad alcanza su máximo esplendor con sus luces y adornos multicolores, los desfiles, los árboles cargados de adornos, las pistas de patinaje sobre hielo, los escaparates de sus tiendas, los Papas Noeles sacudiendo campanillas ante los comercios… Unas imágenes ya tradicionales que respetan la diversidad de los millones de turistas que visitan la ciudad cada año (más de 65 millones el año pasado) y que han convertido la Navidad en un fenómeno inclusivo y universal obviando sus orígenes religiosos, que no son ni tan inclusivos ni tan universales.

Esta Natividad viviente es uno de los pocos momentos que permiten a las rockettes un poco de tranquilidad a la hora de modificar su vestuario. Desconozco el número de modelitos distintos con los que salen a escena (me perdí al contarlos) pero en su página web ellas mismas dicen que en cada representación se usan más de 1.100 trajes diferentes y que para dos de los números apenas si tienen 79 segundos para cambiarse. A ese ritmo, al contrario de los demás mortales, terminan la temporada navideña con la operación bikini ya hecha y, dicho sea de paso, para el arrastre. Tanto es así que las rockettes cobran por tres meses de trabajo el equivalente a seis pagas.

No todo el mundo puede aspirar a ser rockette. Tienen que ser expertas en tap, jazz y ballet y medir entre 167 y 179 cm, mostrar una sonrisa esplendorosa todo el tiempo y olvidarse de protagonismos. Su fuerza reside en su uniformidad; son poderosas porque las 36 funcionan como una sola sin que ninguna destaque sobre las demás. Por eso cuando mi hija pequeña me comentó al terminar el espectáculo que le había llamado la atención la ausencia de bailarinas de color me quedé puesta. Era verdad y yo ni siquiera me había dado cuenta. Luego leí que en 1987 se contrató la primera rockette afroamericana y que, en la edición del año pasado de las 80 bailarinas, 4 eran de color. A nosotros no nos tocó ni una muestra de ese 5% y durante 90 minutos vivimos la más completa y blanca Navidad. Eso sí, sin duda alguna, espectacular.

Fotos Creative Commons: Bob JagendorfPenn State

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