A finales del curso pasado, mi hija
pequeña (10 años) decidió que quería ser “school patrol”. Yo no es que tuviera
mucha idea de en qué consistía (es más, ni siquiera sabía que se pronunciaba
“patról”, con una “o” larga acentuada y no como una palabra llana al estilo de
nuestro “Níssan Pátrol”) pero, viendo la seriedad y la ilusión que Ana le puso, no pude más que interesarme por el tema.
Los Safety Patrols son un grupo
voluntario de colegiales que, en principio, asisten a los niños en los cruces
de las calles en horario escolar, en las subidas y las bajadas del autobús del
colegio, en los movimientos de alumnos dentro de las instalaciones y en otras
tareas que se consideren adecuadas, siendo siempre un buen ejemplo para sus
compañeros.
Este movimiento de voluntariado fue
organizado en los años 20 por el Chicago Motor Club y posteriormente coordinado
a nivel nacional por la American Automobile Association (AAA) con el objeto de
dar seguridad a los niños en una sociedad en la que el número de automóviles
iba creciendo exponencialmente. El objetivo era “dirigir niños, no tráfico” y
paulatinamente se fue extendiendo por todo el país hasta el punto de que hoy en
día unos 650.000 niños hacen tales tareas en 34.000 colegios americanos,
convirtiéndose en el mayor programa de seguridad y tráfico a nivel mundial.
Al parecer únicamente pueden ser Patrols
los alumnos del último curso de
primaria, que ya tienen la veteranía para el cargo y sólo tras cumplir
con un procedimiento bien regulado. Primero tienen que escribir una carta al
encargado de los Patrols del colegio explicando por qué piensan que pueden
merecer el puesto, cuáles son los aspectos de su personalidad más adecuados
para tales funciones, dando ejemplos de su vida cotidiana que demuestren su
responsabilidad y ejemplaridad e indicando qué pueden aportar al equipo de
Patrols. El comité escolar tarda un tiempo en leer las cartas e indicar, en una
esperadísima reunión, cuáles son los elegidos. Y Ana lo fue (la verdad es que
lo fueron la mayoría de los que se presentaron) para su gran alegría y
satisfacción.
A partir de ese momento tuvo que empezar
a aprenderse de memoria el Juramento del Patrol y ser la sombra hasta fin de
curso de alguno de los que que dejarían de serlo por no estar ya en el colegio
el curso siguiente. Durante ese tiempo, el escolar experimentado le hizo el
trasvase de sus tareas y responsabilidades asegurándose de su aprendizaje y,
tras comprobar que el Juramento estaba bien comprendido y memorizado, dio el
visto bueno para su nombramiento. Eso
sí, hasta hace unos días no le hicieron entrega del famoso cinturón amarillo y
el “badge” o chapa que acreditan a todo patrol oficial y que es lo que más le
gusta, porque así su “autoridad y dignidad” es mayor.
Cinturón y chapa de los "patrols" |
Aunque en el colegio de Ana no ayudan a
los niños peatones porque no se considera lo suficientemente seguro para todos,
cada mañana y cada tarde es la última en subir al autobús del colegio tras
comprobar que no queda ningún niño, verifica que todos están sentados antes de
arrancar, busca a los parvulitos que van en su ruta, llama la atención a los
niños que bajan corriendo las escaleras, ayuda a los pequeños en las horas de
comedor que tiene asignadas … y, así, un sinfín de actividades. Una de las más
codiciadas por los niños y que a ella personalmente le encanta por el protagonismo que le da, es izar y arriar las banderas de
Estados Unidos y de Maryland. Y como curiosidad, si en algún momento se le cae la
primera al suelo la tiene que besar 50 veces, una por cada Estado de la Unión;
si es la segunda, 1 vez.
A mí esta manera que tienen los
americanos de valorar el trabajo voluntario y la asistencia a los demás me deja
puesta porque, además, consiguen
desde edades muy tempranas que los niños lo hagan con orgullo provocado por la
admiración y el respeto de sus compañeros. En mi colegio, desde luego, nadie
hubiera querido asumir tales tareas y, si alguno lo hiciera, estoy segura de
que le acabaríamos llamando “pelota”, “chivato” o algo peor. Posiblemente hoy
en día en España los padres protestarían diciendo que se les están encargando a
los niños tareas que no les competen. Aquí consideran que los niños son
perfectamente capaces de realizarlas, se les dan responsabilidades, se les
premia con admiración y el sistema público de enseñanza se ahorra un dinero que
puede destinar a otras necesidades educativas.
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