Yo nunca había celebrado Halloween,
siempre me había negado a adoptar una festividad que consideraba invención de
los comerciantes para aumentar sus ganancias. Cuando vivíamos en México sí que
abracé entusiasmada el día de Muertos. Me cautivó desde el principio el
colorido de sus decoraciones, los altares de muertos tapizados de cempaxochitl
o flores amarillas y naranjas donde ponían las fotos de los seres queridos
rodeadas de sus comidas favoritas, su tequilita y hasta su cigarrito; me
fascinaba que se llenaran los cementerios día y noche y la gente se sentara a
comer sobre la tumba del familiar que había pasado al otro mundo y que hasta le
llevaran mariachis para alegrarle y mostrarle su cariño. Me parecía fantástico
que se celebrara la muerte como se celebra la vida, que ese día fuera una ocasión para acordarnos de los seres
queridos que ya no están con nosotros de una forma tan alegre y tan distinta de
la sobriedad y tristeza con la que yo siempre había vivido el día de Difuntos
en España. Hasta me hice con una pequeña colección de catrinas (de las que ya
sólo me queda una) que son esas calaveras vestidas como damas de la alta
sociedad cuyo aspecto macabro ha horrorizado a cuantos las han visto en mi casa
cuando ya no estábamos en México.
Nunca más he vuelto a celebrar estas
fechas porque durante los siete años que pasamos posteriormente en Oriente
Medio nada invitaba a hacerlo ya que los musulmanes no tienen ese culto a sus
muertos. Añoraba los “huesitos de santo”, esos mazapanes con forma de fémures
que mi abuela siempre compraba en una pastelería de la calle Uría de Gijón, y
poco más. Y ahora héme aquí, en este mundo anglosajón, lanzándome de cabeza a
la celebración de Halloween y decorando mi jardín para la gran noche del “Truco o
trato” (“Trick or treat”) con el que los niños te retan para que les des
caramelos. Y aunque es divertido, es todo demasiado aséptico e infantil y me
parece, qué le voy a hacer, una celebración vacía.
La casa de los vecinos |
Es verdad que en España no somos dados a
decorar nuestras viviendas de esa manera. No sé si será por falta de espacio,
de presupuesto, de creencias o por exceso de vagancia para hacerlo, pero lo cierto
es que ya nos limitamos, como mucho, a unos mínimos adornos navideños en nuestras casas y eso cada vez menos. Y también es verdad que la secularización generalizada que nos
rodea no invita a la exteriorización de aquellas expresiones culturales basadas
en creencias religiosas que, a la larga, son la mayoría en nuestro país de
tradición católica. Así que cuando veo aquí el fervor con el que se entregan a
celebrar sus fechas, me quedo puesta porque ellos han vaciado de contenido
religioso sus principales celebraciones (incluso Acción de Gracias, que lo
celebran todas las familias americanas sin importar su credo religioso y que
tiene más importancia que la Navidad) y han imbuido las que han podido de
carácter nacional y patriótico. Y eso no ofende a nadie, forja el espíritu de
una nación y hace crecer la economía americana. Una jugada redonda.
Sí, es una calabaza |
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