Todos los martes siento un gozo especial
que se prolonga durante todo el día hasta la mañana siguiente. ¡Los martes
sacamos la basura! Y el deshacerme de la acumulación de desechos, hacer “tabula
rasa” y empezar la semana con los cubos bien limpios es un más que justificado
motivo de regocijo. En los otros países
en que me recogían la basura todos los días, el hecho de sacar las bolsas era
un rollo, un acto sucio y desagradable. En cambio ahora la sensación de liberación
es tal que es comparable a la lectura de
los resultados positivos tras la última mamografía o a la salida del
confesionario tras haber recibido la absolución. Y el comprobar una vez más que la
excepcionalidad es mucho más gratificante que la cotidianeidad, aunque sea en
algo tan poco elevado como la basura, me deja puesta.
Una vez a la semana bajamos por la rampa del
garaje nuestros enormes cubos para que tres tipos de camiones los recojan
temprano al día siguiente. Un camión se lleva el cubo negro que contiene los
residuos orgánicos; otro se ocupa de los cubos azules (el alto con tapa para el
papel y el bajo para los envases); y un tercer vehículo se hace cargo de las
bolsas de papel que contienen las hojas, ramas o desechos del jardín (ver
entrada “Blowing in the wind”). Pero eso sí, no te equivoques de cubo a la hora
de echar tu basura o utilices la bolsa de plástico cuando tienes que usar la de
papel porque el basurero correspondiente pegará una enorme etiqueta naranja en
el objeto de tu error y te quedarás con tu basura una semana más y sin
sensación liberadora alguna.
Al principio me parecía un atraso
tremendo y había llegado a la decisión de comer pescado sólo los martes por la
noche por aquello de los olores pero pronto descubrí un interruptor que había
junto al fregadero y con él las maravillas del triturador de alimentos. Estas
cosas tan poco glamurosas no salen en el cine (excepto en el cine "gore" como arma asesina, pero no es un género que yo frecuente). En las películas que
yo veo siempre está la pareja cortando zanahorias o tomates en la barra
impoluta de la cocina con una copa y una botella de vino al lado. No se ve qué
hacen con las mondas de las patatas, las pieles del plátano, las raspas del
pescado o los restos de arroz con tomate del plato. ¡Qué error! ¡Mira que no
darle protagonismo al triturador de comida del fregadero!. Tiras todos tus
desechos al fregadero, los empujas con algo hacia el desagüe donde hay unas
tiras de goma (a mí me da mucho repelús meter los dedos, ¿y si un fantasma
vengativo acciona el triturador mientras tengo la mano dentro?), le das al
interruptor y en segundos todo ha desaparecido y te das cuenta de que tienes el
cubo de basura vacío, que no huele a nada y que no tienes que sacar la basura a
diario y aguantarte la peste hasta el lunes porque los domingos no hay
recogida.
Pero la felicidad no es eterna y apenas dos meses después del inicio de mi
fascinación trituradora, la noche de Acción de Gracias, la tubería se saturó,
el desagüe dijo basta y el fontanero que vino de urgencia la mañana siguiente
nos sopló 300 dólares por desatascar la cañería. Tras realizar complejas
operaciones mecánicas con un serpentín, nos recomendó que no usáramos nunca más
el triturador, nos dio muy amablemente las gracias (quiero pensar que sin
recochineo por su parte) y se marchó muy sonriente. En ese mismo momento dejé de usar
el triturador, los martes empezaron a ser días destacados en mi calendario y
celebro con auténtica emoción la llegada de los basureros. Por cierto, mañana
es martes, ¡qué alegría!.