A mí ya no me da gusto comprar. Y menos aún
cuando viajo o hago turismo. Es cierto que nunca he sido una compradora
compulsiva pero me encantaba ver las tiendas y entrar a revolver entre sus
productos. Me sigue gustando pasear por las calles comerciales de las ciudades y dejar
que los ojos se detengan en los escaparates. Estoy abierta a la tentación, a
sucumbir a ese capricho que hace que se vuelva imperioso el poseer algo a pesar
de haber vivido sin ello toda tu vida, a llevarme a casa ese artículo que ha
llamado mi atención. Pero me he dado cuenta de que ése es justamente el
problema: que nada de lo que me ofrecen los comercios me llama ya la atención.
Porque en todas partes es lo mismo o, si no lo es, me parece idéntico que, para
el caso, es igual.
Me aburre ver las mismas tiendas en
diferentes ciudades. Las calles principales donde antes se concentraban los
comercios más exclusivos y, que como su adjetivo precisa, deberían ser escasos
y por ello originales, son el reino de las franquicias. Grandes cadenas de
ropa, de calzado, de artículos para el hogar, de café…, da lo mismo; acabas
comprando la misma camiseta, los mismos altavoces o pegándole lengüetazos a la
misma pasta helada con tres “topings” en Washington, en Kuwait o en Gijón. Y si
no son las franquicias es casi peor porque acabas viendo (y comprando, a juzgar
por la cantidad de establecimientos que hay) los productos procedentes de la
mayor empresa del mundo, que ni siquiera necesita vender franquicias porque,
con distintos nombres, todas sus tiendas son iguales y venden lo mismo: los
“chinos”.
Por eso me deja puesta que sea
precisamente Estados Unidos, el inventor y exportador del concepto de
franquicia y el país en donde aproximadamente el 4% de sus negocios responden a esa fórmula comercial, el lugar que me está haciendo recuperar ese pequeño placer de, si
no comprar, verme tentada a hacerlo.
Los pequeños pueblos de Estados Unidos
tienen una calle principal que invariablemente se llama Main Street, King
Street, Market Street o algo similar. Esa calle, que suele ser la más antigua
de su trazado, conserva habitualmente la mayoría de los edificios originales, de poca
altura, de ladrillo o con tablones de madera pintada de diferentes
colores, que dejan entrever la curvatura que el paso de los años ha producido
en los suelos de las distintas alturas. Todos los bajos de esos edificios son
comercios y todas las tiendas son diferentes de las que puedes encontrar en
otras localidades. Una delicia.
Feliz comprando vinilos |
Una tienda de bebidas gaseosas |
Post-post:
Aunque en la Edad Media ya existían en
Europa agrupaciones urbanas favorecidas con privilegios especiales que se
llamaban franquicias, por alusión al
contenido franco o exento de cargas fiscales de sus componentes, fue Estados
Unidos el que las lanzó definitivamente a la fama en los años 30 del siglo
pasado impulsadas, principalmente, por el mercado de los automóviles. En España
las franquicias entran a principios de los años 60 con la entrada de varias
cadenas francesas, como Pingouin Esmeralda, aquella tienda de lanas para
labores donde mi madre compraba los ovillos y las revistas con las
instrucciones para tejerme unos jerseys que todo el mundo envidiaba y que yo
veía embelesada cómo iban creciendo cada noche paralelamente a mis ganas de
estrenarlos.
Que recuerdos los jerseys de lana, ahora te los haces en "we are Knitters" jeee, como hemos cambiado...
ResponderEliminar