Los americanos se esmeran en decorar sus
casas por Navidad. Con, tal vez, la excepción de México, en ningún otro país he
visto tal profusión de luces de colores, papás noeles hinchables, natividades
de tamaño natural, proyecciones con motivos
invernales sobre las fachadas, bolas gigantes colgando de árboles que
han perdido su follaje, candy canes de
neón, nutcrackers de metro y medio de
altura, cervatillos de alambre solitarios o en rebaño… Me encantan y disfruto
adivinando si en esa casa viven niños, si han puesto la decoración
apresuradamente o si los dueños tienen gustos que coinciden con los míos.
Entre los adornos que más me gustan, por
su elegancia y sobriedad, están las coronas de Adviento que hay en muchísimas
puertas y, en muchas ocasiones, en todas las ventanas de las casas. Por si
solas hacen que una vivienda me parezca cálida y acogedora. La casa… o ¡el coche!,
porque es muy habitual que esas coronas cuelguen de la parte frontal
de los vehículos. ¿No es para quedarse puesta?
La Universidad de Georgestown en Navidad |
Estas coronas que ahora vemos por
doquier, tienen un origen pagano proveniente de la celebración del solsticio de
invierno, el día más corto del año, con la mirada puesta en la llegada de la
primavera, cuando, tras el crudo inverno, todo vuelve a renacer. Su
cristianización le otorga el significado de la vida eterna marcado por la forma
circular de la corona que no tiene principio ni fin y por el follaje perenne de
color verde, símbolo de la esperanza y la eternidad. Actualmente las hay de todo
tipo de materiales, naturales o artificiales, con o sin luces, más o menos
recargadas pero a mí, las que más me gustan, son las naturales de ramas de pino
con un simple lazo rojo. El olor que desprenden cuando traspaso una puerta con
una de esas coronas me hace sentir bien al instante.
En nuestras primeras navidades en Estados
Unidos estaba tan deslumbrada por toda la decoración navideña en las casas que
cuando fuimos a Colonial Williamsburg no me llamó especialmente la atención que
allí las coronas de Adviento estuvieran hechas de frutas. Este museo viviente de
122 hectáreas en el Estado de Virginia es una recreación de la vida colonial en
dicho estado sureño y exhibe docenas de casas restauradas así como de los
comercios y del trazado de calles de la época previa a la Guerra de Independencia. Numerosos actores vestidos de época dan la apariencia de
desarrollar su vida cotidiana y ofrecen explicaciones, a veces en inglés
arcaico, de las diferentes costumbres y actividades en el siglo XVIII. Es una
de las mayores atracciones turísticas del país que junto con las vecinas
Yorktown y Jamestown conforma el Triángulo Histórico de Virginia unido por el
llamado Colonial Parkway, una delicia
de carretera por la que no pueden circular ni camiones ni vehículos comerciales
(con la excepción de autocares de turistas).
A principios del siglo XX Colonial
Williamsburg se encontraba en un estado bastante deplorable pero, según el
reverendo Goodwin, que había sido párroco de la iglesia y que era testigo de su
creciente deterioro, era “la única capital colonial que todavía podía ser
objeto de restauración”. Consiguió la financiación de J.D. Rockefeller Jr, el
hijo del magnate fundador de la Standard Oil Co, quien fue comprando poco a
poco y en secreto los solares con los edificios en ruina para que no subieran
de precio. Durante la restauración se demolieron 720 edificios posteriores a 1790
y se procedió a una recreación que nunca ha dejado de estar exenta de críticas
pero que goza de gran éxito entre los visitantes.
Una de esas críticas hace referencia a
los adornos navideños que son un icono de Williamsburg pero que, al parecer,
tienen poco que ver con lo que había en la época. Según cuentan, cuando en los
años 30 los primeros visitantes iban a ver los progresos que se estaban
haciendo en la restauración, esperaban encontrar una explosión de decoración
navideña en las oscuras calles. Alguien colocó un par de árboles de Navidad con
luces de colores pero no casaban muy bien con el ambiente histórico. Una
investigación demostró que en el siglo XVIII la Navidad era allí una sobria
celebración religiosa y no los excesos decorativos que ya estaban de moda, pero
eso tampoco casaba muy bien con las expectativas de los turistas. Así que se
decidió buscar un término medio y colocar decoraciones inspiradas en las
tradiciones inglesas reflejadas en los cuadros de la época y realizarlas con
elementos naturales que fueran habituales en la Virginia del año 1700. Los
jarrones o los marcos de puertas en los que se colocaban procedían del revival del estilo colonial que tan de
moda estaba en las artes decorativas americanas de la década de 1930. Estos ornamentos
han evolucionado con el paso de los años pero las frutas y el color verde se
han convertido en una seña de identidad de la Navidad en Colonial Williamsburg,
que pese a algunas acusaciones de poco rigor histórico, merece la pena visitar, especialmente, en Navidad.
Feliz Navidad para todos.
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