En Colombia dábamos la vuelta a la manzana
con una maleta para tener un año lleno de viajes. En Ecuador quemábamos un
muñeco tamaño real relleno de serrín con
espíritu de renovación y regeneración. En México, para atraer la buena suerte, nos
tomábamos 12 uvas pasas antes de las 12 frescas que simbolizaban los meses del
año viejo y del nuevo. En Omán lo celebramos de acampada en una playa virgen
sin más aderezos que una hoguera, las estrellas y la mejor compañía. En Kuwait
nos disfrazamos y lanzamos al firmamento globitos de papel con nuestros buenos
deseos. En España siempre nos hemos tomado las uvas sincronizados con las
campanadas del reloj de la Puerta del Sol en la televisión.
En Estados Unidos tampoco hemos dejado de
celebrar la llegada del nuevo año aunque, en Maryland, pase un poco
desapercibida. Porque al convivir tantas nacionalidades con calendarios que
empiezan en distintas fechas parece que todo se diluye. Y mientras yo hago
alborozada mi compra para la cena de Nochevieja en el supermercado, el coreano
que está junto a mí eligiendo los productos lo hace con el semblante de quien realiza
la compra semanal, rutinaria y aburrida. Yo no puedo evitar pensar que es un soso
y no tiene espíritu festivo. Pero me quedo puesta al darme cuenta de que igual de
sosa debo de parecer yo cuando elijo las judías verdes para el hervido de
una cena de diario sin reparar en el cuidado con el que los hebreos escogen las
granadas para su Rosh Hashaná, el año nuevo judío, que ni siquiera sé cuándo se
celebra.
Hoy, para mí y para la mayoría de los que
me leéis, es el primer día del año. A todos os deseo que 2018 no os traiga más
que motivos de celebración, que las penas sean escasas y se vean siempre
mitigadas por el cariño de los que os rodean y que las alegrías sean desbordadas
y compartidas para hacerlas más gratificantes. Y, sobre todo, que el año nuevo venga
con mucha salud para que podamos disfrutarlo. ¡Feliz Año Nuevo!
Igualmente Eva, mucha salud y mucho amor para compartir y disfrutar. Un abrazo!
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