Este año los Reyes Magos nos regalaron a
toda la familia una Little Free Library
(LFL). Si al aterrizar en Estados Unidos me hubieran preguntado por su significado
en una encuesta, habría engordado la estadística del “no sabe/no contesta”. Pero
al poco de llegar, durante un paseo por los suburbios de Maryland, vimos, frente
a una vivienda particular, una casita muy coqueta de tamaño un poco mayor que
un buzón postal que estaba llena de libros. Como no sabíamos lo que era,
simplemente la contemplamos con curiosidad. Meses después vimos otra en otro
barrio, de forma y tamaño completamente distintos a la anterior, pintada con
motivos vegetales e igualmente llena de libros. Tampoco nos atrevimos a coger
ninguno. Antes de Navidades, al llevar a Ana a un cumpleaños, vi que en ese
barrio había otra, esta vez con la forma del Tardis de Dr. Who y que tenía una
plaquita metálica que decía Little Free
Library. org y un número de registro. Cuando llegué a casa tecleé esas
palabras en el buscador y ahí empezó todo.
Little
Free Library (Pequeña Biblioteca Gratuita) es una
organización sin ánimo de lucro que busca promover el amor por la lectura,
crear lazos comunitarios y estimular la creatividad mediante el intercambio de
libros. La idea partió de un señor en Wisconsin que en el año 2009 construyó
una pequeña estructura de madera que colocó sobre un poste en el jardín
delantero de su casa como un tributo a su madre, profesora y apasionada de la lectura. La llenó de libros con el propósito de que los que por allí pasaran pudieran
coger libros, dejar libros que ya hubieran leído, compartir gustos literarios y
dinamizar el vecindario. Compartió la idea con un amigo y la idea se extendió
tan rápidamente que en la actualidad hay más de 60.000 LFL en 80 países del
mundo. La nuestra es la 61.859.
Dar una segunda vida a los libros ya
leídos me parece una idea preciosa. Y desprenderte de ellos para que alguien,
anónimo, los disfrute, me parece doblemente atractivo. Ya hace años que mi
hermano va dejando los libros que termina en distintas ubicaciones del hospital
donde trabaja para que aquel que esté interesado los coja. Diversos
ayuntamientos de ciudades españolas han promovido iniciativas como dejar un
“libro en un banco” en una fecha determinada para que pasen de unos a otros y
promover la lectura. Pero aquí, como me decía un amigo el otro día, van dos
pasos por delante. Alguien ha creado ya todo un sistema que hace realidad
aquello que llevabas un tiempo pensando y no sabías cómo materializar. Y de
repente te ves entusiasmada con un proyecto que se te ajusta como anillo al
dedo. En este caso construyes o compras tu casita, la registras en la
organización, la metes en el mapa de la página web para que sea localizable por
personas ajenas a tu vecindario, vas poniendo libros y la dinamizas cuando y
como quieras para darle vida y que no caiga en el olvido.
Nosotros hicimos un diseño sencillo y le
dimos las medidas a un conocido con nociones de carpintería. Fuimos con
los niños a elegir la pintura y la pintamos una fría tarde de invierno. Pedimos
permiso para instalarla a la asociación de vecinos y una vez dimos toda la
información pertinente se mostró entusiasmada con la idea y nos brindó todo su
apoyo. Fuimos a casa de una vecina a pedirle herramientas para hacer el agujero
para el poste y tras surtirnos con todo tipo de palas nos dijo que había una
herramienta específica para esa función llamada post digger que te permite hacer el agujero del tamaño exacto
concentrando todas tus fuerzas en un punto preciso (¿no es para quedarse
puesta?). Desechamos las palas y
buscamos un sitio donde alquilarla por unas horas. Funcionó de maravilla y usamos otro invento americano que de manera rápida y limpia fija
el poste al suelo dándole una estabilidad similar a si hubieras empleado dos
sacos de cemento. Dimos un paso atrás y exclamamos sin modestia alguna: "¡qué bien nos
ha quedado!"
Como el sistema funciona a través de
administradores voluntarios o “stewards”, nuestra hija pequeña, la más lectora
de todos, asumió con gusto ese rol. Ella es la que se va a encargar de llevar
control de los libros que entren y salgan de la biblioteca, de ponerles un
sello con el logo de la organización para que quede constancia de que son parte
del movimiento (y también para evitar posibles ventas en el mercado de segunda
mano y que alguien haga negocio con lo que pretende ser gratuito), de difundir
la idea o de explicar el funcionamiento a quien lo desconozca. Ha puesto,
también un libro de visitantes para que se dejen comentarios y sugerencias.
Ayer fue el gran día de la inauguración.
Difundimos la noticia entre los vecinos, pusimos un par de globos para que
pudieran identificar la librería fácilmente, la llenamos de libros y ofrecimos
chocolate caliente y galletas. Empezó a diluviar como si el cielo quisiera
caerse y tuvimos que cobijarnos en el garaje. Pero desafiando la lluvia,
caminando cobijados bajo los paraguas o conduciendo sus coches, los vecinos
vinieron a dar la bienvenida a la Little Free Library. Y con el genuino
entusiasmo que los americanos muestran ante los proyectos comunitarios hicieron
realidad el lema de la organización “Take a book. Return a book” (“Coge un
libro. Devuelve un libro”).
Ay ay ay que a ti este tipo de iniciativas te enamora y te veo jubilándote en USA. Buena idea, precioso proyecto.
ResponderEliminarbesos desde el desierto
Es un proyecto precioso y, tienes toda la razón, me enamora. Jubilarme aquí no lo veo factible pero llevarme la Little Free Library o seguir con ella en otros sitios, no lo descarto. Por cierto, ¡no sería mala idea que administraras tú una en Kuwait!
EliminarAquí tenemos el bookcrossing, yo suelo intercambiar los libros en un pequeño bar muy proclive a la cultura que está colindante con el teatro del que soy asidua que se llama Lord byron y aprovecho ese café antes del teatro para dejar o llevar algun libro, me encantan estas iniciativas, felicidades
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