No es la primera vez que escribo sobre
las armas en Estados Unidos (ver entrada La
matanza de Texas) ni sobre una manifestación en el país que se considera el
garante mundial de los derechos individuales (ver entrada La
marcha de las mujeres). Nunca había, sin embargo, unido ambos temas. El
sábado tuvo lugar la “March for Our Lives”
(Marcha por nuestras vidas), una concentración organizada simultáneamente en
Washington y en diversas ciudades de Estados Unidos para exigir medidas contra
la violencia y el uso de las armas a raíz de la matanza de 17 adolescentes en
un instituto de Florida. Cientos de miles de personas nos reunimos en una de
las avenidas que convergen en el Capitolio, sede del poder legislativo en este
país, respondiendo a la llamada de los estudiantes que, desde el primer
momento, decidieron tomar riendas en el asunto y decir “enough is enough” (“basta ya”).
Tras la copiosa nevada con la que
habíamos recibido la primavera, el día amaneció luminoso y templado, como si el
tiempo hubiese confabulado para que a nadie le apeteciera quedarse en casa.
Sacudí a los niños para despegarlos de sus pantallas y les machaqué en el viaje
al centro de Washington sobre la importancia de actuar por lo que uno considera
justo, sobre el derecho a protestar de forma pacífica contra lo que uno no
comparte, sobre la corriente de solidaridad que surge con los que te unen ideas
y creencias y sobre la capacidad de movilización conseguida por un puñado de
chavales como ellos. ¿No es emocionante que hayan sido capaces de poner en pie
a buena parte de un país y que se hayan rebelado de esa manera contra su papel
de víctimas? Sorprendentemente me escuchaban y participaban en la conversación.
Y es que es un tema que conocen y que les
toca de cerca. Son conscientes del peligro de las escuelas que, para
preocupación de los padres norteamericanos, no son un lugar seguro. Cada dos
por tres se hacen simulacros de las 6 distintas alarmas, que, además de los
incendios, pueden afectar a un colegio: “shelter
in place” (quedarse en el sitio) para limitar la exposición de profesores y
alumnos a sustancias que podrían ser dañinas como contaminantes químicos, biológicos
y radiológicos; “lockdown”
(cerramiento), para aislarles de intrusos violentos que pueden estar dentro o
en las vecindades del colegio; “evacuation”
(evacuación), para alejarles del peligro; “reverse
evacuation” (evacuación inversa) cuando las condiciones dentro del centro
son más favorables que en el exterior; ”severe
weather” (tiempo adverso), para protegerles de las inclemencias
meteorológicas y “drop, cover and hold” (soltar, protegerse y esperar) para
salvaguardarse de terremotos.
En el colegio de Florida no sirvieron de
nada los simulacros, como raramente sirven cuando uno se enfrenta a un acto
súbito de violencia, pero todos pudimos ver, una vez más, las consecuencias.
Desde el ataque en el colegio de Columbine (Colorado) que acabó con la muerte
de 13 personas en 1999, se ha producido una media de 10 tiroteos al año en
dependencias escolares, con un mínimo de 5 en el año 2002 y un máximo de 15 en
2014. En los menos de tres meses que llevamos de 2018 ya se han producido 11
ataques con arma de fuego en los colegios americanos, lo que convierte este año
en uno de los peores de los registros.
Hay razones de sobra para decir “Basta
ya”, como hay razones de sobra para restringir la venta y posesión de armas en
un país con más de 250 millones de armas en manos de los ciudadanos. El sábado
los chavales tomaron las riendas y la ciudad de Washington, que tiene algunas
de las leyes sobre armas de fuego más restrictivas del país, les apoyó. Y
nosotros tampoco podíamos faltar.
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