Al ver el vídeo ya me quedé puesta. Me
lo había mandado una amiga por WhatsApp para ver si formábamos un grupo e
íbamos a la Marcha de las Mujeres. La idea había partido de una jubilada de
Hawai que, consternada por la victoria de Donald Trump, preguntó en Facebook a
sus amigas si se animarían a ir a Washington al día siguiente de la
investidura. Acabó convertido en un fenómeno nacional (e internacional) y tenía
el propósito de reivindicar los derechos de las mujeres a la par que protestar contra la
actitud de Trump hacia esos temas.
Era un vídeo informativo, conciso, claro,
bien realizado, en el que se explicaba qué había que hacer para participar. En
él se decía que todo el mundo era bienvenido sin importar edad, género, raza o
filiación política. Se indicaba el recorrido de la marcha, el acceso por
transporte público al punto de encuentro, dónde estarían las salidas rápidas,
los accesos para minusválidos, la ubicación de los puestos informativos, de los
baños portátiles o de los intérpretes para el lenguaje de signos (que, por
cierto, en las escuelas de mis hijos se ofrece como una asignatura más de segundo
idioma, como el francés, el español o el chino por sólo mencionar alguno). También se avisaba de las posibles inclemencias del tiempo en Washington y de la conveniencia de abrigar bien a
los niños en caso de llevarlos. Animaba a llevar pancartas, pero prohibía
llevarlas en palos.
Recordaba que manifestarse es un derecho
reconocido por la Primera Enmienda de la Constitución americana y que esta
marcha tenía el permiso necesario para realizarse. Avisaba de que se contaría
en todo momento con la protección de la policía del DC y de oficiales
especializados en el control pacífico de masas, daba un teléfono de atención
legal y finalizaba con la invitación a participar. Dos minutos y veintidós
segundos de vídeo. Ninguna consigna política, pura información práctica.
Nadie me estaba incitando a hacer nada
pero me ofrecían los datos necesarios para participar y me habían
creado la reconfortante sensación de seguridad y de protección que sólo el
estar bien informado te proporciona. Pero lo que más puesta me dejó fue que la
policía apareciera reflejada como una institución que está ahí para protegerte
como ciudadano y garantizar tus derechos.
No sé si ello es debido a mi edad, a los
recuerdos que tengo de las manifestaciones postfranquistas en mi Asturias natal
donde “los grises” eran temidos y se tenía la sensación de estar infringiendo
la ley por protestar; o de las posteriores manifestaciones de mi época
universitaria en Madrid donde se buscaba la confrontación con “los maderos”;
tal vez la causa esté en haber vivido durante tantos años en países donde los
derechos de los ciudadanos no estaban tan claramente definidos. Reconozco que
me sorprendió mi asombro.
El ambiente era festivo en Washington DC.
Efectivamente, a la salida de las bocas de metro voluntarios resolvían las
dudas dando indicaciones. Había algunos puestos de camisetas y una marea de
gente que se iba haciendo más espesa conforme te acercabas a las inmediaciones
del Mall, como se conoce a la gran extensión que va desde el Capitolio al Memorial
de Lincoln. Ya había decenas de miles de personas agrupadas. Mucho color rosa y
gorros y orejitas de gato (“Pussy Hats”), que se han convertido en un símbolo
de la lucha de las mujeres contra Trump
y que hacen referencia al juego de palabras entre el tierno “pussycat”
(gatito) y el peyorativo “pussy” (coño) que el nuevo Presidente empleó en aquel
vídeo al hablar de lo que podía hacer a las mujeres por el hecho de ser una
estrella.
Y miles de carteles, la mayoría caseros,
indicaban el motivo por el que cada uno marchaba dando color al evento:
mensajes, dibujos, caricaturas, chistes… alrededor de una misma idea. Y esto es
algo que me sorprendió porque pone en manifiesto el individualismo
norteamericano (“yo tengo este motivo
para manifestarme y me uno a ti pero ello no nos hace ser 1 sino 1+1”), su creatividad
(se nota que desde pequeños diseñan las tarjetas de cumpleaños) y el
reconocimiento a la labor de los demás (todos leían interesados los otros
carteles, se hacían fotos con ellos, se emocionaban, los jaleaban). El
resultado era muy distinto a mi visión española de una gran pancarta con un lema
oficial tras la cual marchan los convocantes, generalmente políticos, abriendo
la manifestación.
La asistencia desbordó las expectativas
de los organizadores. Dejó de ser una marcha para convertirse en una
concentración ya que el recorrido marcado estaba prácticamente ocupado por los
participantes. Pacífica, divertida, respetuosa. Buen humor y gente de todas las
edades interactuando. Y cuando la policía pasaba abriéndose camino entre la
multitud en sus bicicletas o en coches patrulla, la gente les aplaudía.
Había tan buen ambiente que duró mucho
más tiempo de lo que estaba previsto. Y
al preguntarles a mis hijos cuando volvíamos a casa qué les había parecido la
experiencia, no me sorprendió que repitieran el lema más coreado de la
manifestación: “This is what democracy looks like” (Así es la democracia).
Nota: Las fotos son de Gabriel.
Nota: Las fotos son de Gabriel.
Pues ojalá fuésemos tan patrióticos todos en España y nos manifestásemos en armonía. Mujeres son también las policías, y derechos queremos todos. Me encanta lo bien organizados que están, da gusto yo te hubiese acompañado encantada.
ResponderEliminarNota, para cuando la versión en inglés, jejeje
Es cierto, son organizados y previsores para todo. Admirable. Si estuvieras aquí, lo pasaríamos muy bien descubriendo cosas, Nat, como en aquellos tiempos por Kuwait. La versión inglesa la dejamos de momento, bastante tiempo me ocupa el hacerlo en español.
Eliminarque interesante Eva!!!!!!!!!!!!!!!!!!
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