lunes, 23 de enero de 2017

La Marcha de las mujeres

Al ver el vídeo ya me quedé puesta. Me lo había mandado una amiga por WhatsApp para ver si formábamos un grupo e íbamos a la Marcha de las Mujeres. La idea había partido de una jubilada de Hawai que, consternada por la victoria de Donald Trump, preguntó en Facebook a sus amigas si se animarían a ir a Washington al día siguiente de la investidura. Acabó convertido en un fenómeno nacional (e internacional) y tenía el propósito de reivindicar los derechos de las mujeres a la par que protestar contra la actitud de Trump hacia esos temas.

Era un vídeo informativo, conciso, claro, bien realizado, en el que se explicaba qué había que hacer para participar. En él se decía que todo el mundo era bienvenido sin importar edad, género, raza o filiación política. Se indicaba el recorrido de la marcha, el acceso por transporte público al punto de encuentro, dónde estarían las salidas rápidas, los accesos para minusválidos, la ubicación de los puestos informativos, de los baños portátiles o de los intérpretes para el lenguaje de signos (que, por cierto, en las escuelas de mis hijos se ofrece como una asignatura más de segundo idioma, como el francés, el español o el chino por sólo mencionar alguno). También se avisaba de las posibles inclemencias del tiempo en Washington y de la conveniencia de abrigar bien a los niños en caso de llevarlos. Animaba a llevar pancartas, pero prohibía llevarlas en palos.

Recordaba que manifestarse es un derecho reconocido por la Primera Enmienda de la Constitución americana y que esta marcha tenía el permiso necesario para realizarse. Avisaba de que se contaría en todo momento con la protección de la policía del DC y de oficiales especializados en el control pacífico de masas, daba un teléfono de atención legal y finalizaba con la invitación a participar. Dos minutos y veintidós segundos de vídeo. Ninguna consigna política, pura información práctica.

Nadie me estaba incitando a hacer nada pero me ofrecían los datos necesarios para participar y me habían creado la reconfortante sensación de seguridad y de protección que sólo el estar bien informado te proporciona. Pero lo que más puesta me dejó fue que la policía apareciera reflejada como una institución que está ahí para protegerte como ciudadano y garantizar tus derechos.

No sé si ello es debido a mi edad, a los recuerdos que tengo de las manifestaciones postfranquistas en mi Asturias natal donde “los grises” eran temidos y se tenía la sensación de estar infringiendo la ley por protestar; o de las posteriores manifestaciones de mi época universitaria en Madrid donde se buscaba la confrontación con “los maderos”; tal vez la causa esté en haber vivido durante tantos años en países donde los derechos de los ciudadanos no estaban tan claramente definidos. Reconozco que me sorprendió mi asombro.

El ambiente era festivo en Washington DC. Efectivamente, a la salida de las bocas de metro voluntarios resolvían las dudas dando indicaciones. Había algunos puestos de camisetas y una marea de gente que se iba haciendo más espesa conforme te acercabas a las inmediaciones del Mall, como se conoce a la gran extensión que va desde el Capitolio al Memorial de Lincoln. Ya había decenas de miles de personas agrupadas. Mucho color rosa y gorros y orejitas de gato (“Pussy Hats”), que se han convertido en un símbolo de la lucha de las mujeres contra Trump  y que hacen referencia al juego de palabras entre el tierno “pussycat” (gatito) y el peyorativo “pussy” (coño) que el nuevo Presidente empleó en aquel vídeo al hablar de lo que podía hacer a las mujeres por el hecho de ser una estrella.

Y miles de carteles, la mayoría caseros, indicaban el motivo por el que cada uno marchaba dando color al evento: mensajes, dibujos, caricaturas, chistes… alrededor de una misma idea. Y esto es algo que me sorprendió porque pone en manifiesto el individualismo norteamericano (“yo  tengo este motivo para manifestarme y me uno a ti pero ello no nos hace ser 1 sino 1+1”), su creatividad (se nota que desde pequeños diseñan las tarjetas de cumpleaños) y el reconocimiento a la labor de los demás (todos leían interesados los otros carteles, se hacían fotos con ellos, se emocionaban, los jaleaban). El resultado era muy distinto a mi visión española de una gran pancarta con un lema oficial tras la cual marchan los convocantes, generalmente políticos, abriendo la manifestación.

La asistencia desbordó las expectativas de los organizadores. Dejó de ser una marcha para convertirse en una concentración ya que el recorrido marcado estaba prácticamente ocupado por los participantes. Pacífica, divertida, respetuosa. Buen humor y gente de todas las edades interactuando. Y cuando la policía pasaba abriéndose camino entre la multitud en sus bicicletas o en coches patrulla, la gente les aplaudía.

Había tan buen ambiente que duró mucho más tiempo de lo que estaba previsto.  Y al preguntarles a mis hijos cuando volvíamos a casa qué les había parecido la experiencia, no me sorprendió que repitieran el lema más coreado de la manifestación: “This is what democracy looks like” (Así es la democracia).

Nota: Las fotos son de Gabriel.

3 comentarios:

  1. Pues ojalá fuésemos tan patrióticos todos en España y nos manifestásemos en armonía. Mujeres son también las policías, y derechos queremos todos. Me encanta lo bien organizados que están, da gusto yo te hubiese acompañado encantada.
    Nota, para cuando la versión en inglés, jejeje

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Es cierto, son organizados y previsores para todo. Admirable. Si estuvieras aquí, lo pasaríamos muy bien descubriendo cosas, Nat, como en aquellos tiempos por Kuwait. La versión inglesa la dejamos de momento, bastante tiempo me ocupa el hacerlo en español.

      Eliminar
  2. que interesante Eva!!!!!!!!!!!!!!!!!!

    ResponderEliminar