Luego pensé que tan importante como mi primer 4 de julio en este país era mi primera carrera benéfica que, además,
se celebraba en ese día, por lo que podía unir los dos temas. Y eso sí que es
un hito propio. A las siete y media de la mañana ya estaba en el punto de
encuentro de la Carrera Austism Speaks 5K
que busca conseguir fondos para la concienciación, la investigación y el apoyo
a los niños y a las familias que padecen autismo. Me había animado a participar
mi amiga Ana, conocedora de los avances que poco a poco voy haciendo en el
durísimo mundo de los corredores donde me adentré hace unos meses en mi
desesperada lucha contra los nefastos efectos de las calorías americanas (ver
entrada El coloso en mallas). Éramos
unos cuantos miles con el dorsal pegado en la camiseta y otros tantos que se
solidarizaban con la causa o con los corredores; hombres y mujeres, más o menos jóvenes, más o
menos atléticos, vestidos de forma más o menos acorde con el día que se
celebraba, pero dispuestos a darlo todo en esa mañana húmeda y calurosa.
Un animador dirigió entre bromas y risas los estiramientos colectivos y a las 8 en punto de la mañana sonó la bocina que marcaba el inicio de la carrera. ¡Mi primera carrera! Ahí estaba yo subiendo y bajando las calles de Potomac resoplando y resollando, es cierto, pero poco después, cruzando la línea de meta. No fui la primera, tampoco la última. La acabé, no me lo podía creer. Y no sé si fueron las endorfinas liberadas, el buen ambiente del evento, la alegría de la gente, el que para recuperarnos nos dieran agua, fruta, baggels o pizza (no es muy sano, es cierto, pero teníamos la excusa perfecta para permitírnoslo), el caso es que estuve todo el día de buen humor.
También me pareció que podía tener gracia
el tema de cómo celebran el 4 de Julio los suburbios residenciales como el
nuestro. La piscina de nuestro barrio organizaba el 4th of July at the pool: perritos, hamburguesas, helados, juegos y
buen rollo vecinal para celebrar el Día de la Independencia. No nos lo podíamos
perder. Entre lo mejor, el partido de waterpolo con la sandía grasienta y los
concursos desde el trampolín (con jurado y contaje de puntos incluidos) de
saltos bomba o cannon ball (puntuaba
la altura y cantidad de la salpicadura) y de planchazo de pecho o belly
flop (puntuaba el ruido al hacer contacto con el agua y la cantidad de piel
objeto de la plancha). Divertido,
familiar, participativo… gracias a la incansable labor de esos socios tan activos
que no me dejaban disfrutar indolentemente de mis baños de sol (ver entrada
¡Abrió la piscina!).
Con la idea de compararlo con las archiconocidas
festividades del 4 de julio en Washington DC, a las seis de la tarde nos fuimos
rumbo al Mall para no perdernos los fuegos artificiales con los que todos los
años la capital celebra el cumpleaños de la nación. Allí nos unimos a los miles de personas
que ya estaban tumbadas en las praderas escuchando animadísimas canciones
interpretadas por la Banda Naval de los Estados Unidos o viendo el Capitol
Fourth en las inmediaciones del Capitolio, un concierto gratuito de temática
patriótica y clásica con grandes estrellas del tipo de The Beach Boys o The Blues
Brothers. Es un evento que se televisa en todo el mundo y precede el espectáculo
de fuegos artificiales que comienza al anochecer tiñendo de colores durante 18
minutos el cielo que cubre el Memorial de Lincoln. Y aunque en España, donde
tenemos una de las mejores industrias pirotécnicas del mundo, los he visto
mejores, el entorno los hace realmente fantásticos y no es de extrañar que los
hayan explotado de tal manera cinematográficamente.
Pero lo que realmente me dejó puesta esta
semana fue el darme cuenta de la cantidad de años que hace que no veo los clásicos
cartelitos de “Cerrado por vacaciones” que se solían colgar en las puertas de
los comercios. Sumían el centro de las pequeñas ciudades en una cansina
somnolencia estival de la que no se salía hasta el mes de septiembre cuando sus
propietarios levantaban el cierre, morenos, descansados y llenos de energía
para contar a todo el que lo quisiera oír su mes de vacaciones. Aquí los
comercios no cierran por vacaciones, ni siquiera cierran a la hora de comer. España
se está contagiando de esta tendencia y, por supuesto, ni aquí ni allá dependiente
alguno se interesa por tu veraneo como pregunta de cortesía antes de contarte
con todo lujo de señales el suyo.
Fotos: Gabriel Alou, Creative Commons.