Una vez a la semana mi hija pequeña, de
11 años, se queda una hora y media más en su colegio (público) para participar
en una actividad extraescolar llamada MUN o Model UN (Modelos de Naciones
Unidas). Completamente gratuita, como lo son todos los clubs organizados por la
escuela, es una de las más solicitadas y le costó hacerse con una plaza. Confieso
que cuando me pidió autorización para apuntarse yo no tenía mucha idea de en
qué consistía. En seguida me explicó que es una actividad en la que los alumnos
aprenden sobre diplomacia, relaciones internacionales y la propia Organización
de las Naciones Unidas (ONU) y el fin último es asistir a las simulaciones de
las sesiones que se celebran en los principales órganos de la ONU. Esas
sesiones solo tienen lugar dos veces al año y tendríamos que llevarla a la sede
de algunos de esos órganos en Washington DC. “Son mega eventos, mamá, en los que participamos los representantes de
muchísimos colegios”. Por supuesto le dije que sí y firmé el papelito.
En seguida empezó a llegar el bombardeo
de información que acompaña cualquier actividad que quieres hacer en este país.
Autorizaciones para que se inscribiera en tal comité, cartas informativas sobre
los temas que se iban a debatir, solicitudes para que se uniera a la delegación
del país de su elección… y todo tan profesional y tan rigurosamente organizado
que más de una vez tuve que cerciorarme de que la destinataria de tales
requerimientos era una alumna de 6º de primaria y no sus progenitores.
A su dirección de correo electrónico
escolar llegaron los temas contemplados para la siguiente gran Conferencia en
la que iban a participar y, sin que los padres interviniéramos en el proceso,
“respetando sus intereses”, tuvo que informarse con los links proporcionados y
elegir uno de ellos teniendo en cuenta el país al que le gustaría representar:
energías renovables (para cualquiera de los 193 países miembros de la ONU),
diplomacia en el deporte e igualdad de género (restringido a los países
miembros del COI), crisis de malnutrición (solo para los países miembros de la
FAO), niños soldados (solo para los países miembros de UNICEF) y “Arco de
inestabilidad: crisis en el Sahel y en la cuenca del lago Chad” (sólo para países
miembros del Consejo de Seguridad). Por supuesto, se informó, sopesó sus
intereses y eligió en consecuencia. Me quedé puesta.
Aquí tuvo lugar la Conferencia |
Me maravilla que niños que acaban de
entrar en middle school tengan oportunidad de tomar contacto con el mundo de la diplomacia sin edulcorarles su
contenido, enfrentándoles a temas reales que van a debatir en instituciones
reales, en un ambiente que imita a la perfección la forma de trabajar de esos
profesionales, participando en debates, negociaciones o deliberaciones,
defendiendo ideas tal vez contrarias a las suyas y, además, todos tengan la certeza de que lo van a hacer bien, con
motivación y responsabilidad. ¿De quién es el mérito? ¿Cómo consiguen que se entusiasmen con esos temas y decidan quedarse una hora y media más en el colegio todos
los jueves, durante todo el año, para profundizar en temas que normalmente
pensamos que no les suscitan ningún interés?
Código de vestimenta masculino |
Conforme se fue acercando la fecha de la
primera gran Conferencia su emoción (y nerviosismo) crecía. Tendría lugar nada menos que en la sede de la Organización Panamericana
de la Salud, y de nuevo volvieron a llegar las decenas de correos electrónicos
a los padres sobre los aspectos puramente organizativos: hora de salida del
colegio, planillas para compartir coches, horario de comida, lugares donde
comprar comida o donde comer la que llevaran de casa, firma del pliego de
autorización para que su imagen en el evento pudiera ser reproducida con fines
informativos… y el código de vestimenta o modelito
que tenían que llevar. Todos debían ir en Western
Bussiness Attire, o Vestimenta de negocios occidental, es
decir, no vaqueros, no camisetas o sudaderas, no chanclas o calzado deportivo,
no trajes nacionales. Y, por si pudiera
quedar alguna duda, añadían: “piensa en
cómo se viste tu Senador más cercano para hacerte una idea más precisa”. Y
me volví a quedar puesta. Seguro que los niños de 11 años de este país saben
perfectamente cómo se viste y cómo se llama el Senador que los representa y yo ni sé, ni he sabido, ni me he preocupado por saber el nombre de ninguno de
los de España.
No es de extrañar, claro, que cuando en la universidad, con 20 años, tuve que memorizar la estructura de la ONU, me pareciera el mayor de los rollos posibles mientras que los niños del club extraescolar de mi hija te hablan de los distintos comités y de sus funciones como si te contaran el menú de la cafetería del colegio, sin siquiera tener conciencia de que lo saben. Pero claro, a los 11 años, o a los 15, si me apuro, yo no tenía ni idea de que existiera la ONU aunque, eso sí, me sabía al dedillo la definición de límite matemático y eso seguro que mi hija no se lo va a saber. Jaaaaa.
Post-post:
Los que queráis ver un pequeño vídeo de esa Conferencia, podéis pinchar aquí.
Foto PAHO Adam Fagen
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