Esa es la parte “salvaje”, en gran medida abierta al público para que puedas pasear por los bosques y donde
sabes que te puedes encontrar toda clase de alimañas. De ahí
salen los innumerables ciervos que se comen las plantas tiernas de tu jardín (y
que muchos de ellos acaban atropellados al cruzar alguna carretera), los
mapaches que roban la comida de los perros de los vecinos o los coyotes que
asustan a los que salen a correr temprano en la mañana. Como yo no soy muy
valiente y me gusta la naturaleza domesticada, reconozco que no me he adentrado
en sus profundidades y me he conformado con la naturaleza civilizada que me
resulta igual de espectacular.
Pero es que por todas partes hay cientos
de árboles: en las avenidas, en las autopistas, en las calles de los barrios y
en los jardines delanteros y traseros de las casas y tras cambiar
armoniosamente de color van dejando caer sus hojas con tranquilizadora parsimonia cubriendo el suelo con un tapiz anaranjado. La
primera vez que lo vi el año pasado me fascinó. Ese baile de las hojas caducas
en su caída me llenaba de paz, los colores rojizos de los árboles de nuestro
jardín me inundaban de deliciosa nostalgia y el crujido de huevo frito que
hacían las hojas al pisarlas me producía una satisfacción infantil. Incluso
ponía a Bob Dylan a cantar su “Blowing in the wind” para dar musicalidad a la
danza otoñal. Maravilloso… hasta que llegó el momento de recogerlas.
Resulta que los cientos de hojas que caen
diariamente en tu jardín se convierten en miles y en millones en un santiamén.
El bonito tapiz ocre se transforma en una montaña de hojas que en cuanto te
descuidas te llega por encima de la rodilla y que sabes que seguirá creciendo.
No se las puedes colar al vecino con un golpe de viento afortunado porque no
hay manera de disimular la cantidad de metros cúbicos de material orgánico que se acumulan
en tu jardín y tus hijos no se dejan engañar con la promesa de una propina para
que lo recojan. Y ahí se te acaba la sensación de paz y tranquilidad otoñal.
Como no tenemos jardinero latino con
sueldo americano, que son los que abundan en el vecindario, compramos un
rastrillo para poder ir haciendo nosotros mismos los montones de hojitas en el
jardín. Pero cuando acabas de rastrillarlo y te crees que has hecho una gran
obra, te giras y descubres que está otra vez cubierto de hojarasca. Alzas la
mirada y con el corazón en un puño miras hacia la copa del magnífico árbol que tienes sobre ti y ves que aún le quedan cientos, miles de hojas que
amenazan con caer en tu jardín y sabes que inexorablemente esa amenaza se
cumplirá.
La cosa no ha hecho más que empezar. Una
vez amontonadas hay que buscar cómo deshacerse de ellas. Por las zonas más urbanas y por las avenidas
públicas pasan unas aspiradoras-trituradoras que devoran las montañas de hojas que alcanzan cimas que ríete tú de las K’s del Himalaya. En nuestro área, más
residencial, el servicio de
basuras las recoge semanalmente pero antes tienes que introducirlas en unas bolsas enormes de papel que a tal efecto venden en las
principales ferreterías y tiendas de jardinería. Pero si ya es un rollo
amontonar las hojas, es un infierno el ir cogiéndolas a puñaditos, paladitas o
como buenamente permita la embocadura de la bolsa. La espalda se te queda
baldada de trabajar agachada, la ciática que nunca tuviste se empieza a dejar
sentir y el maldito árbol sigue desnudándose con odiosa parsimonia.
Eva, como cada semana, me he transportado y estaba viviendo con singular emoción esa belleza tan colorida y particular del otoño que nunca he experimentado hasta que llegué al tema de la recogida de las hojas. ¡Cuánto trabajo!
ResponderEliminar¡Entre los ires y venires para las actividades deportivas de Adela, las labores del hogar y muchas otras cosas, te quedará poco espacio para ti.
¡Gracias por dedicar tan preciado tiempo en compartir tus vivencias!
Qué razon tienes, me resulta fácil imaginar el panorama, en Gijón pasa algo parecido. Se lo comentaba esta mañana a Marina, que vino de fin de semana, el parque de Begoña es un peligro por la cantidad de hojas si recoger. Muy idílico el otoño menos para los recogehojas. Un beso.
ResponderEliminarfascinante artículo!!!!!! a mi lo de la propina me funciona mucho con el pino de Canyamel!!!!!! los míos seguro que verían negocio en vuestro jardín (je, je)
ResponderEliminarUn beso
el soplador es una joya, queridos Reyes Magos, acuerdense de ese hogar de mi amiga Eva jeeee.
ResponderEliminar