Ya pensaba que no existían. He pasado dos
años buscando esos locales donde nada más sentarte llega una camarera con la
jarra de café y los menús y te saluda
mientras te va sirviendo una taza humeante. Al principio tenía el
convencimiento de que habría también pie
de limón o una tarta de manzana recién sacada del horno pero, tras un par
de años de vivir en el país, había perdido la esperanza de encontrar productos
“home made”. Pregunté a muchas personas, americanas y extranjeras, dónde
podrían estar esas típicas cafeterías pero nunca me dieron pista
alguna. Se limitaban a sonreír con cara de no haber visto jamás una película
americana. Con todo, nunca he dejado de perseverar. Muchas veces nos hemos
desviado del camino en la búsqueda infructuosa de lo que ya empezaba a
considerar una quimera que había crecido alimentada por la industria del cine.
Paramos en Appomattox un poco por
casualidad, al regreso de un viaje que nos había llevado hasta Georgia. Aunque
nos alejaba de la ruta marcada, Gabriel consideró INDISPENSABLE visitar el
pueblo donde, en 1865, el general confederado Lee se rindió ante el unionista
Grant dando fin a la guerra civil en Estados Unidos. Mis hijos habían estudiado
todo esto en sus clases de historia en el colegio y yo apenas tenía la imagen
de los caracteres en negrita del libro de texto que resaltaban Appomattox como crucial en la historia de Estados Unidos. Así que, ¿por qué no
visitarlo?
¿No es monísimo ese ranger? (el resto, también) |
Hay allí un Parque Histórico Nacional donde
los siempre amabilísimos rangers te
cuentan que la casa en la que tuvieron lugar las negociaciones era la única que
quedaba habitada porque los dueños no habían tenido dónde huir al ser nuevos en
la zona. Su vivienda anterior, en Manassas, ya había sido destrozada por la guerra. En la acogedora residencia de los McLean, 90 minutos bastaron para que
ambos generales llegaran a un acuerdo caracterizado por la caballerosidad de las
partes, que buscaban un horizonte de paz tras la más cruenta de las guerras en
el país.
Un hito histórico. Pero resulta que ahora
esa pequeña localidad del sur de Virginia quedará en mi memoria indisolublemente ligada no al armisticio sino al lugar que me demostró que sí existen
locales de comida casera en el país de las cadenas de restaurantes. Digo de antemano que Appomattox
es un pueblo diminuto, que el downtown
tiene solamente una calle comercial donde está la oficina de turismo atendida
por una jubilada encantadora. Ella fue la que nos dijo que cruzáramos la calle
y fuéramos a Granny Bee's, “donde
vamos los locales”.
Allí comí con un café que humeaba, me
rellenaron la taza sin pedirlo, me tomé una sopa que, sin ser la bomba, se
notaba que estaba recién hecha, los aritos de cebolla de los niños no eran
congelados y la camarera le sirvió higaditos fritos a Gabriel sin morirse de
asco. Y aunque no tomamos postre porque ya no nos cabía, nos aseguraron que
todos eran caseros. Lo nunca visto. Eso sí que es un hito.
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