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lunes, 22 de octubre de 2018

Ranger fan

Me encantan los rangers, no lo puedo evitar. No me refiero a los Power Rangers (aquellos superhéroes que se transformaban utilizando un dispositivo) y que tanto le gustaban a mi hijo cuando era pequeño, ni a los US Army Rangers (ese cuerpo de elite del ejército americano a cargo de operaciones especiales). No, no, no. A mí los que me gustan son los Park Rangers.

Ranger forestal
No es cuestión del uniforme (aunque algo sí, lo reconozco), ni de la edad (los hay jóvenes y viejos), ni del sexo (tanto hombres como mujeres lo son). Es porque siempre los he visto contentos y orgullosos y han alimentado en mí la idea romántica de que es una profesión gratificante en la que encontrar pasión por el trabajo. Un trabajo que son muchos, porque tras el mismo nombre y el mismo uniforme se agrupan ocupaciones muy diversas con idéntica finalidad: preservar los recursos de Estados Unidos para que el legado ecológico e histórico de los parques nacionales sea disfrutado por el público de hoy y del futuro.

Ranger del Parque Nacional de Glenn Echo
Es una profesión amplísima no solo por los miles de empleos que requiere a lo largo y ancho del país, sino por la cantidad de tareas y especialidades que abarca. En ella tienen cabida aquellos cuya formación se ha centrado en tareas de turismo, historia, recreación o administración; los que se han orientado por las ciencias del medioambiente, la ecología, la conservación, la biología, la vida salvaje o los recursos naturales; los que se ocupan de tareas policiales o de seguridad; los bomberos, médicos, guardas forestales… la lista es interminable. Y todos bajo su característico sombrero.

Rescate en Parque Nacional de Shenandoah
Ranger del Parque Nacional de Appomattox
El Servicio de Parques Nacionales es un agencia federal descomunal que comprende más de 400 parques de toda índole y da trabajo a más de 28.000 personas, sin contar los cerca de 2 millones de voluntarios. Verás rangers en sitios históricos, áreas protegidas y reservas de vida salvaje ya sea con tareas de protección y cumplimiento de la ley o de interpretación y atención al visitante, explicando el funcionamiento del parque que se va a visitar, las mejores rutas a seguir o la historia del lugar que se visita; buscando, rescatando o brindando atención médica a alguien perdido o accidentado, entre otras muchas cosas. Y no los verás, pero los notarás, en tareas de educación, ecología, biología, geología, antropología, museística…

Rangers del Parque Nacional del Jazz en Nueva Orleans
Yo los he visto a pie y en todoterreno, en bicicleta, a caballo, en moto de nieve o en lancha. Los he visto armados con pistolas de munición o con” tasers” y también con binoculares, fotografías y documentos históricos. Son incluso más completos que los Madelman (o Madelwoman, que también las había) de mi niñez y no digo más jóvenes porque son muchos los que superan la cincuentena que acaba de cumplir nuestro muñeco nacional.

Me han explicado el funcionamiento de un tiovivo (ver entrada The last ride), me han contado la historia de la casa donde se firmó la rendición confederada en la guerra civil americana (ver entrada Lo nunca visto), me han tocado al piano un tema de jazz en Nueva Orleans, me han indicado las rutas más espectaculares y convenientes para mi familia en una montaña o, la última, han buscado y encontrado a mis hijos que se habían perdido en algún momento de una larga senda forestal en la reserva de Shenandoah (Virginia). Han estado en momentos de felicidad y de angustia dándome información e inspirándome confianza y seguridad. ¡Cómo no me van a encantar! Soy su fan number one.

lunes, 15 de enero de 2018

Lo nunca visto

Ya pensaba que no existían. He pasado dos años buscando esos locales donde nada más sentarte llega una camarera con la jarra de café y los menús y te saluda mientras te va sirviendo una taza humeante. Al principio tenía el convencimiento de que habría también pie de limón o una tarta de manzana recién sacada del horno pero, tras un par de años de vivir en el país, había perdido la esperanza de encontrar productos “home made”. Pregunté a muchas personas, americanas y extranjeras, dónde podrían estar esas típicas cafeterías pero nunca me dieron pista alguna. Se limitaban a sonreír con cara de no haber visto jamás una película americana. Con todo, nunca he dejado de perseverar. Muchas veces nos hemos desviado del camino en la búsqueda infructuosa de lo que ya empezaba a considerar una quimera que había crecido alimentada por la industria del cine.

Paramos en Appomattox un poco por casualidad, al regreso de un viaje que nos había llevado hasta Georgia. Aunque nos alejaba de la ruta marcada, Gabriel consideró INDISPENSABLE visitar el pueblo donde, en 1865, el general confederado Lee se rindió ante el unionista Grant dando fin a la guerra civil en Estados Unidos. Mis hijos habían estudiado todo esto en sus clases de historia en el colegio y yo apenas tenía la imagen de los caracteres en negrita del libro de texto que resaltaban Appomattox como crucial en la historia de Estados Unidos. Así que, ¿por qué no visitarlo?

¿No es monísimo ese ranger? (el resto, también)
Hay allí un Parque Histórico Nacional donde los siempre amabilísimos rangers te cuentan que la casa en la que tuvieron lugar las negociaciones era la única que quedaba habitada porque los dueños no habían tenido dónde huir al ser nuevos en la zona. Su vivienda anterior, en Manassas, ya había sido destrozada por la guerra. En la acogedora residencia de los McLean, 90 minutos bastaron para que ambos generales llegaran a un acuerdo caracterizado por la caballerosidad de las partes, que buscaban un horizonte de paz tras la más cruenta de las guerras en el país.

Un hito histórico. Pero resulta que ahora esa pequeña localidad del sur de Virginia quedará en mi memoria indisolublemente ligada no al armisticio sino al lugar que me demostró que sí existen locales de comida casera en el país de las cadenas de  restaurantes. Digo de antemano que Appomattox es un pueblo diminuto, que el downtown tiene solamente una calle comercial donde está la oficina de turismo atendida por una jubilada encantadora. Ella fue la que nos dijo que cruzáramos la calle y fuéramos a Granny Bee's, “donde vamos los locales”.

Allí comí con un café que humeaba, me rellenaron la taza sin pedirlo, me tomé una sopa que, sin ser la bomba, se notaba que estaba recién hecha, los aritos de cebolla de los niños no eran congelados y la camarera le sirvió higaditos fritos a Gabriel sin morirse de asco. Y aunque no tomamos postre porque ya no nos cabía, nos aseguraron que todos eran caseros. Lo nunca visto. Eso sí que es un hito.