No importa el tiempo que lleve viviendo en un país, y ya llevo unos cuantos, siempre encuentro algo que me acaba sorprendiendo. A veces es un lugar, otras es una comida, las más son las personas o cómo se comportan. Este espacio es para compartir esos aspectos, a menudo simples detalles, que, puesto tras puesto, me llaman la atención y me recuerdan que siempre hay algo novedoso en la vida, sólo hay que darle la importancia que se merece.
Me encantan los rangers, no lo puedo evitar. No me refiero a los Power Rangers (aquellos superhéroes que
se transformaban utilizando un dispositivo) y que tanto le gustaban a mi hijo
cuando era pequeño, ni a los US Army
Rangers (ese cuerpo de elite del ejército americano a cargo de operaciones
especiales). No, no, no. A mí los que me gustan son los Park Rangers.
Ranger forestal
No es cuestión del uniforme (aunque algo
sí, lo reconozco), ni de la edad (los hay jóvenes y viejos), ni del sexo (tanto
hombres como mujeres lo son). Es porque siempre los he visto contentos y
orgullosos y han alimentado en mí la idea romántica de que es una profesión gratificante
en la que encontrar pasión por el trabajo. Un trabajo que son muchos, porque
tras el mismo nombre y el mismo uniforme se agrupan ocupaciones muy diversas con
idéntica finalidad: preservar los recursos de Estados Unidos para que el legado
ecológico e histórico de los parques nacionales sea disfrutado por el público
de hoy y del futuro.
Ranger del Parque Nacional de Glenn Echo
Es una profesión amplísima no solo por
los miles de empleos que requiere a lo largo y ancho del país, sino por la
cantidad de tareas y especialidades que abarca. En ella tienen cabida aquellos
cuya formación se ha centrado en tareas de turismo, historia, recreación o
administración; los que se han orientado por las ciencias del medioambiente, la
ecología, la conservación, la biología, la vida salvaje o los recursos
naturales; los que se ocupan de tareas policiales o de seguridad; los bomberos,
médicos, guardas forestales… la lista es interminable. Y todos bajo su
característico sombrero.
Rescate en Parque Nacional de Shenandoah
Ranger del Parque Nacional de Appomattox
El Servicio de Parques Nacionales es un
agencia federal descomunal que comprende más de 400 parques de toda índole y da
trabajo a más de 28.000 personas, sin contar los cerca de 2 millones de
voluntarios. Verás rangers en sitios
históricos, áreas protegidas y reservas de vida salvaje ya sea con tareas de
protección y cumplimiento de la ley o de interpretación y atención al
visitante, explicando el funcionamiento del parque que se va a visitar, las
mejores rutas a seguir o la historia del lugar que se visita; buscando,
rescatando o brindando atención médica a alguien perdido o accidentado, entre
otras muchas cosas. Y no los verás, pero los notarás, en tareas de educación,
ecología, biología, geología, antropología, museística…
Rangers del Parque Nacional del Jazz en Nueva Orleans
Yo los he visto a pie y en todoterreno,
en bicicleta, a caballo, en moto de nieve o en lancha. Los he visto armados con
pistolas de munición o con” tasers” y también con binoculares, fotografías y
documentos históricos. Son incluso más completos que los Madelman (o Madelwoman,
que también las había) de mi niñez y no digo más jóvenes porque son muchos los
que superan la cincuentena que acaba de cumplir nuestro muñeco nacional.
Me han explicado el funcionamiento de un
tiovivo (ver entrada The last ride), me han contado la historia de la casa
donde se firmó la rendición confederada en la guerra civil americana (ver
entrada Lo nunca visto), me han tocado al piano un tema de jazz en Nueva
Orleans, me han indicado las rutas más espectaculares y convenientes para mi
familia en una montaña o, la última, han buscado y encontrado a mis hijos que
se habían perdido en algún momento de una larga senda forestal en la reserva de Shenandoah (Virginia). Han estado en momentos de felicidad y de angustia dándome información
e inspirándome confianza y seguridad. ¡Cómo no me van a encantar! Soy su fan number one.
En un parque de Gijón hay un tiovivo
para los niños. Cuando mi hijo de 14 años, con su 1,80 metros de estatura, lo
vio este verano quiso subirse a toda costa. La verdad es que me pareció que ya era muy mayor para dar vueltas sentado
sobre un minúsculo caballo sujetándose con una mano a la barra mientras con la
otra nos saludaba. Para suavizar la cosa le propuse que subiera con su prima
de dos años a la que justamente íbamos a ver en ese momento, en ese mismo
parque. Accedió. La niña estaba comiendo algo, los padres nos liamos a hablar,
mi hijo esperó pacientemente y cuando, finalmente, consiguió llevar a su prima
al tío vivo, acababa de cerrar. Su decepción fue tremenda.
Ayer cerraba el tiovivo más famoso del área
washingtoniana, el histórico Carrusel Dentzel del Parque Glen Echo, en
Maryland, dando término a su temporada número 97. Volverá a abrir en la
primavera del año que viene pero yo no pude evitar pensar en la cara de
tristeza de mi hijo y en cómo no le dejé disfrutar sus últimos coletazos de
niñez en una atracción que fue creada, precisamente, para hacer disfrutar. Así que, para
quitarme el cargo de conciencia, decidí llevar a toda la familia a hacer “the last ride”, la última vuelta.
Pero es que el tiovivo que está en el
Parque Glen Echo no es uno cualquiera. Fabricado por una compañía de carruseles del vecino Estado de Pennsylvania en 1921, es una buena muestra del tallado de
madera que fue tan popular a principios del siglo pasado. Tiene 38 caballos, 2
carrozas, 4 conejos, 4 avestruces, un león, un tigre, una jirafa y un ciervo
que pueden subir o bajar al compás de los acordes de banda militar de su órgano
mecánico. Sólo queda una docena de estos maravillosos órganos que reproducen la
música a partir de unos rollos de papel perforados de los que el parque
conserva 200 rollos con 1.900 arreglos musicales.La música de banda, las luces, los colores
brillantes de los animales y su emplazamiento hacen que combinen perfectamente
la felicidad infantil de la atracción con el disfrute adulto de su belleza.
El ranger nos ilustra
El parque fue en sus orígenes un intento
fallido de crear a las orillas del río Potomac un espacio donde respirar aire
puro lejos de la contaminación del Washington de finales del siglo XIX. El ranger que explica el parque a los
visitantes (me encantan esos personajes mitad guías mitad boy scouts) cuenta que los promotores eran una pareja de hermanos inventores/industriales dedicados a los bienes raíces que diseñaron una ciudadela de
piedra para dedicarla a la cultura con la programación de conferencias y
conciertos, cursos de griego, hebreo, de la Biblia o de extensión de estudios
universitarios. Y aunque tuvo cierto éxito inicial apenas duró un año. Se había
corrido el rumor de que el área estaba infestada de mosquitos que contagiaban
la malaria y tuvo que cerrar sus puertas. ¿Malaria? Me quedé puesta. Luego miré
hacia el río y vi la espesa vegetación que ahora está controlada pero a saber
cómo estaría en la época, me di cuenta de la tremenda humedad en la que vivimos
a diario y del calor asfixiante que tenemos en verano y claro, ahí está el caldo de cultivo ideal de una potente malaria que yo nunca hubiera
asociado con los alrededores de Washington.
Tras este fracaso en 1893
y con el auge de los parques de atracciones en Estados Unidos, el terreno se
compró a principios del siglo XX para construir, en el más puro estilo art déco, uno de los mayores de la zona.
En el Glen Echo Park se instaló en 1923 la primera pista de autos de choque del
mundo, tenía una piscina olímpica con una playa de arena muy frecuentada por la
juventud de la época y fue muy popular hasta su lento declive en los años 50, en
que fue superado por otros parques del tipo de Disneylandia. La suspensión en
1960 de la línea del tranvía que transportaba a los pasajeros desde Georgetown
hasta sus puertas contribuyó a que fuera abandonado por el público.
El parque, además, no fue ajeno a esa
época de disturbios raciales de la capital de Estados Unidos que a mí me parece
tan interesante (ver entrada El lado oscuro). Como la mayoría de los
establecimientos públicos del área washingtoniana, estaba reservado para la
población blanca. En 1960, unos estudiantes de color quisieron llamar la
atención sobre las leyes segregacionistas y organizaron una sentada enfrente
del carrusel. Detuvieron a cinco de ellos por allanamiento de la propiedad lo
que derivó en una protesta de once semanascontra la política del parque. En 1961 se vio forzado a abrir
sus puertas a gentes de todas las razas, pero por poco tiempo: en 1968 cerraría
sus puertas definitivamente.
Actualmente Glen Echo forma parte de la
red de Parques Nacionales que lo han recuperado para la difusión de la cultura y las
artes. Allí se organizan cursos de cerámica, soplado de vidrio,joyería, música (tiene una sede el Conservatorio de Washington)
o baile en el llamado Spanish Ballroom (salón de baile español), un enorme
espacio de más de 2.000 metros cuadrados construido en 1933 al estilo de la arquitectura
de las misiones españolas. Gabriel va allí a clases de guitarra acústica con un
profesor estupendo que viene una vez a la semana desde un pueblecito de Pennsylvania
en donde, dice, toca, sobre todo, en funerales.
Ayer, al bajarse del carrusel, Miguel no
tenía cara de funeral. Ni yo, ni nadie de la familia. Porque recuperamos por
unos minutos la ilusión infantil de los tiovivos aderezada con el delicioso
encanto demodé del Glen Echo Park.