Hace años que sufrimos en mi familia una relación
de amor-odio con las ardillas. Los primeros síntomas hicieron su
aparición con una bonita pareja de estos roedores que vivía en un pino de
nuestra casa de España. La simpatía que despertaban en mis hijos era
inversamente proporcional al odio que provocaban en su padre. Resulta que las
malditas ardillas comían a todas horas las malditas piñas del maldito pino y,
encima, tiraban las cáscaras a la terraza y a la piscina, que estaban siempre
hechas un asco. Y él era el encargado de limpiarlas. El libro que los niños le
escribieron y regalaron para el día del padre con el título “Gabriel y la
ardilla” es reflejo de aquella época.
Los años que pasamos en el desierto con su
calor asfixiante y su ausencia de árboles fueron estupendos para curar una
fobia que empezaba a ser preocupante. Allí no había ardillas saltarinas ni nada
semejante, como máximo voraces hormigas minúsculas y enormes escorpiones negros
que si no fuera por su aspecto tan amenazante bien podrían sustituir a las
cigalas en una rica paella.
Pero al llegar a Estados Unidos entramos
en fase aguda. La población de ardillas de este país es altísima y choca
frontalmente con la nueva pasión de Gabriel: los pájaros. En un árbol del
jardín colgó un comedero con alpiste para atraer a las aves y tras conseguir
avistar varios ejemplares, enseguida solo pasamos a ver, a todas horas, a una
ardilla vaciando vorazmente el recipiente. Decidió, entonces, separar el
comedero de la rama del árbol con una cadenita metálica de algo más de un metro
de longitud. La ardilla enganchaba sus uñitas en los eslabones y bajaba como si
fuera una práctica escalera. Sustituyó la cadena por un alambre; la ardilla se
deslizaba por él como si fuera un tobogán.
Cuanto más aumentaba la desesperación de
Gabriel más crecía nuestra simpatía por la ardilla. Empezó a salir haciendo
aspavientos, dando gritos o palmadas cada vez que veía que el roedor se
acercaba al comedero. En vano. Compró una especie de poste metálico con un
gancho al final para colgar el comedero y lo plantó en mitad del jardín con
el fin de evitar que la ardillas pudieran saltar desde las ramas pero, haciendo
fuerza de riñón, el animalito conseguía escalar la vara como si fuera un marine en el
entrenamiento de la cuerda vertical. Mi suegro recomendó cubrir la pértiga de
aceite lo que, al principio, funcionó y nos hizo pasar buenos ratos viendo cómo
la ardilla llegaba casi al final y luego empezaba a resbalar cual bombero
bajando por la barra. Pero en cuanto el aceite se secaba no servía de
nada. Entretanto el comedero se vaciaba
cada dos días, la ardilla cada vez estaba más gorda y los pájaros ni se
acercaban. ¿No es como un episodio de dibujos animados?
Piensa en algún problema y en Estados Unidos
encontrarás un producto que, previo pago de unos cuantos dólares, te asegura
que es la solución. La ferretería del pueblo tiene una sección enorme destinada
a los pájaros (nidos con forma de casita, comederos, bebederos, alpistes
específicos para distintos tipos de pájaros, cachivaches de todo tipo) y, cómo
no, allí estaba el regalo de Reyes de ese año: un squirrel baffle o “deflector” de ardillas, una especie de campana que les interrumpe el camino a la comida y no les deja ángulo para saltar y esquivarlo. Y, afortunadamente para
la salud mental de nuestra familia, funciona. Hay que decir que también había…¡comederos y
alimentos para ardillas!
Post-post:
No hay parque en Estados Unidos que no
esté plagado de ardillas. Pero no siempre fue así. Hasta el siglo XIX rara vez
salían de los bosques. Fue Filadelfia, en 1847, la primera ciudad de Estados
Unidos que soltó tres ejemplares de ardilla
en una plaza y colocó comederos y cajas para que les sirvieran de
cobijo. Maravilló a locales y visitantes. Boston y New Haven la imitaron y
cuando en 1877 Nueva York soltó ardillas en el Central Park la moda se extendió
por buena parte del país. La variedad de la costa este, la ardilla gris o sciurus carolinensis, es atrevida,
curiosa y hasta “cotilla”, como la calificó no hace mucho un diario del Reino
Unido, país donde se la combate por presentar una seria amenaza para la ardilla
roja, mucho más tímida y esquiva, rasgos de carácter más valorados por los
flemáticos británicos.
Y esta semana el diario The Washington
Post ha publicado los resultados del WPSWSPC'18 (Washington Post Squirrel Week Squirrel Photography Contest), su concurso anual de fotografías de ardillas, con
gran éxito de participantes. Nosotros no hemos podido concursar. Gabriel no
deja que ni una ardilla se nos acerque.
Ja ja. He pasado un buen rato imaginándome las escenas del coyote Gabriel y la ardilla correcaminos. Muy bueno el post. Besinos grandes y pequeñinos
ResponderEliminarjaaa me encanta, es genial, me gustaría haberla visto en sus hazañas para conseguir la comida, son geniales.
ResponderEliminar