Algo me está pasando. Es una mutación. No
sé si peligrosa, pero me preocupa. Seguro que será un problema cuando vuelva a
España de vacaciones. ¿Qué voy a hacer? A lo mejor alguien conoce el remedio.
Dejadme que os cuente.
El otro día salí temprano por la mañana a
caminar con unas amigas por el C&O Canal, un sendero que sigue la ruta del
río Potomac durante unos 300 Km por el tramo entre Georgetown, en Washington
DC, y Cumberland, en Maryland. Una delicia de ruta para caminantes, ciclistas o
corredores, que está salpicada de antiguas esclusas, casas de vigilantes,
acueductos y otras reminiscencias de la época dorada del canal como sistema de
transporte a mediados del siglo XIX.
El caso es que tras una buena caminata,
en el camino de vuelta abandonamos la senda para descansar un poco y tomar
algo. Eran las 11 de la mañana. Nos sentamos en unos bancos corridos de madera,
vino un camarero a limpiar la mesa y nos dejó las cartas. Y pedí. Unos buenos
tacos de pescado con arroz y frijoles. Una comida en condiciones. No fui la
única. Todo el mundo estaba ya comiendo. Una amiga española no pidió nada
porque decía que ella, a esa hora, no podía comer. En realidad era la hora del
café con leche. Entonces me di cuenta de mi problema. Y me quedé puesta.
Poco después nos invitaron a cenar unos
amigos americanos con los que habíamos coincidido en nuestra época en Omán y
que ya estaban de vuelta en su casa de Virginia. “¡Encantados!”, dijimos. “We’ll
barbeque. Os esperamos a las cinco”,
respondieron. “¡Horreur!”, pensamos.
El sábado en cuestión terminamos de comer a las tres de la tarde, tomamos el
café viendo el telediario, recogimos los platos y, a las 4:30, con los niños
protestando en el coche diciendo que no tenían ni pizca de hambre, nos fuimos a
cenar unas ricas hamburguesas caseras.
El dueño de nuestra casa, un coreano
jubilado, nos comunica asuntos relacionados con la vivienda cuando se levanta,
a las cinco de la mañana. El vecino enciende el motor del coche para salir
hacia su trabajo a las 6:30 de la mañana. Lo sé porque a las 6:10 suena nuestro
despertador para empezar el día y despertar a los niños que tienen que coger el
autobús escolar a las 7:06. El año pasado comían en el primer turno de comidas
del colegio, a las 11:30. Este año les toca el segundo, media hora más tarde,
pero les rugen las tripas y, como aquí dejan comer en las clases, no es raro
que (especialmente cuando les pongo sushi) se zampen los rollitos con la salsa
de soja y el jengibre encurtido a las 10 de la mañana, mientras el profesor
desarrolla sus explicaciones. (Esto da para otro post, ya lo sé, ya).
Muchos de los restaurantes abren
ininterrumpidamente de 11:00 de la mañana a 10 de la noche. Más tarde suele ser
muy complicado encontrar un sitio para cenar. A las 5 de la tarde los médicos
ya no te dan cita, pero mi hija va siempre al dentista a su revisión de
ortodoncia a las 7 de la mañana y la consulta está a tope con todo el personal
funcionando a pleno rendimiento.
Las carreteras se atascan a las 4 de la
tarde. Cuando a veces no consigo caminar por las mañanas, salgo por la tarde
por los alrededores del vecindario y a las 5:30 voy aspirando el aroma que
sale de los hornos de los vecinos o el olor de las parrillas al calentarse. A
las 6 suelen cenar, así da tiempo para un paseo o una actividad de ocio antes
de irse a la cama, cada uno a la hora que quiera que, en eso, no he encontrado
uniformidad entre los americanos y los he conocido tempraneros como las
ardillas o noctámbulos como los coyotes.
Este es mi entorno y yo tengo un lío
tremendo. Si salgo con amigas, nos sentamos a comer a las 11 o a las 12 del
mediodía; si estoy en casa, me dan las 3; si es fin de semana, no lo hago antes
de las 4 y si andamos de excursión, no comemos y, directamente, cenamos a hora
americana camuflándonos perfectamente en el ambiente. Intuyo que no es nada
bueno. Seguro que se podría diagnosticar como un profundo desarreglo conductual
y eso ya suena ciertamente peligroso. ¿Tendrá cura?
¡Uy, me voy a comer!. Ya
conocéis mis horarios, ¿quién adivina qué hora es?
Post-post:
Miguel Angel, va por tí.
A mi tratandose de comer me vale cualquier hora y cualquier tipo de comida jaaa, ahora que están de moda aquí los brunch son geniales para cuando trasnochas y te levantas tarde, asi ya desayunas comes y casi meriendas todo en uno, jee. Lo triste es que te cierren todo a esas horas de la tarde, a eso si que no me acostumbraría nunca.
ResponderEliminarEs cierto, Lucía. Y no es solo que no puedas cenar sino que todo se queda muerto muy pronto.
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