Creo que he estado falseado la realidad.
Estados Unidos no es como lo muestro en este blog. Voy dando pinceladas por
aquí y por allá pero mis trazos no pintan el cuadro completo. He ido
escribiendo sobre pequeños pueblos con sus originales comercios, sobre aquellos
otros rodeados de bosques que parecen sacados de un cuento , sobre el espíritu
colonial que se respira en el de más allá o sobre la influencia del viejo Sur
en las casas de tal ciudad. Pero estos lugares que muestro no son más que la guinda
del pastel y los tres pisos de bizcocho que están debajo de la lucida fruta… me
los he comido yo.
Llegar a “las guindas” requiere en la
mayoría de las ocasiones recorrer cientos de millas sin que haya nada digno de
destacar, cucharadas y cucharadas de un pastel insípido que, sin ser indigesto,
acaba aburriendo a muchos (especialmente a mis pobres hijos que se han tragado
miles de kilómetros entreteniéndose como podían con sus dispositivos
electrónicos). Un viaje por carretera en este país, el mítico “road trip”, no es para los impacientes;
requiere muchas horas al volante para cumplir las distintas etapas e implica
cruzar incontables poblaciones anodinas cortadas por el mismo patrón: una débil
luz en el cruce principal; una única calle con unos cuantos comercios, un
supermercado, una gasolinera con su insulsa tienda de artículos básicos, la
oficina de correos y unas cuantas iglesias de diferentes credos salpicadas por
los alrededores.
Se conduce durante horas a sabiendas de
que da lo mismo parar en un pueblo o en el siguiente, de que las pequeñas
concentraciones comerciales se han replicado hasta la saciedad, de que ni
siquiera habrá un restaurante cuyos platos autóctonos te permitan descubrir
nuevos sabores y acabarás en la consabida cadena de comida rápida. ¡Cuántas
veces no nos habremos desviado de la carretera con la convicción de que en un
pueblo pequeño encontraríamos el Estados Unidos auténtico! ¡O de que, como en
las películas, nos servirían directamente la taza de café y tendrían un “lemon pie” casero listo para degustar! La
mayoría de esas tentativas han terminado en fracaso. Pero cuando en un golpe de
suerte, como cuando brilla de pronto una pepita de oro en la batea, descubrimos
un lugar que se sale de la mediocridad a la que el camino te acostumbra,
gritamos albricias … y lo publico en este blog.
Las pepitas de oro son siempre algo
extraordinario. Tal vez el auténtico Estados Unidos sea ese camino que
recorremos en la eterna búsqueda de la sorpresa cada vez más improbable. Pero
yo empiezo a darme cuenta de que voy encontrando satisfacción en la
serena conducción por autopistas inacabables que nos van acercando (o no) a una
guinda rojo carmesí. Y cuando, de repente, me encuentro por casualidad con la
pepita-guinda, me quedo tan “puesta” que no me queda otra opción que contarlo aquí.
Mientras tanto como y como bizcocho. Y luego me extraño de que en Estados Unidos
haya engordado.
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