A mí las propinas me ponen muy nerviosa.
Nunca sé si estoy haciendo lo adecuado; me da miedo ofender a la persona a la
que se la doy, bien porque no debería dársela o bien porque es poca cantidad
(tampoco voy repartiendo millones por ahí, es cierto); y también temo ofender a quien no se la doy
porque pueda pensar que debería dársela. En España vivo más tranquila porque no
somos un país muy dado a las propinas. Como hace mucho que han desaparecido los
acomodadores de los cines (que me provocaban también bastante desasosiego), nos
basta con redondear el precio de la consumición en un bar, dar algo más en un
restaurante y alguna moneda a la que te lava el pelo en la peluquería. Fácil.
Pero en Estados Unidos, cada vez que voy
a un sitio susceptible de dejar propina (que son prácticamente todos), me quedo
al borde de tomar un calmante y no tanto porque no sepa qué cantidad dar, que
te lo dejan muy clarito en la factura, sino porque no sé a quién “debo”
dársela, por lo que a la larga implica de imposición que no permite la opción
de dejar claro si ha gustado o no el servicio y por lo absurdo que en sí mismo
me parece el concepto.
Cuando vivíamos en México en todos los
supermercados había niños o jovencitos que ayudaban a meter la compra en las
bolsas, los llamados “empacadores”, y siempre se les daba una propina, no
necesariamente grande pero sí obligada, porque sabías que eran niños con
escasos recursos. Aquí, en los supermercados, suele haber adultos con algún
tipo de discapacidad que hacen ese trabajo, pero a esos no se les da propina. Y
ahí estaba yo los primeros días con mis nervios de “¿qué hago, le doy o no le
doy, y si le doy poco?”.
Poco después, en la peluquería, tras
pagar la escandalosa cantidad de 85$ por un simple “lavar y peinar” me volvió
el ataque de ansiedad. Con mis cuatro pelos recién cortados fui a pagar y tras
ver lo altísimo de la factura me explicaron que me habían asignado la peluquera
con más experiencia del local porque, por ser la primera vez, querían que me
fuera contenta. Me quedé puesta al
saber que no pagas por servicio sino que cada peluquero tiene sus tarifas y,
claro, mi veterana era la más cara. Teniendo esto en cuenta, busqué a la que me
había lavado el pelo y le di su propina sin entregar nada a la que me había
cobrado 85$ de experiencia. Pues mal, lo hice mal, porque a esa también tenía
que haberle dado entre un 15 y un 20% del monto de la factura, o sea, unos 15$
más. ¡Me fui tan contenta… que no he vuelto!
En los restaurantes ya sé que, en efecto,
no puedes dejar menos del 15% porque el camarero tiene un salario muy básico y el
cliente tiene que complementarlo con las propinas (o sea, que le pagamos el
sueldo entre todos). La razón es que es el cliente quien recibe el servicio. Y
a mí me vuelve a hervir la sangre: también recibo el servicio del cocinero o de
quien limpia el local y es que voy al restaurante a eso, a que me liberen de
hacer la compra, de cocinar, de servir, de fregar los platos… y todo eso es lo
que estoy pagando en la factura al dueño del local, quien realmente tendría que
encargarse de pagar a los que lo hacen posible.
El guía del “turibús” en Nueva York pedía
propina porque decía que él, exactamente igual que un camarero o un taxista,
estaba prestando un servicio, el mismo servicio que yo considero que ya he pagado al subir a ese
autobús. Y es que, claro, en una economía de servicios como en la que vivimos,
estas situaciones se plantean constantemente. Por ello, el otro día, The
Washington Post sacó una noticia de dos páginas con consejos sobre las propinas.
En los dieciséis supuestos que planteaba, estos consejos se resumían en dos: sé
generoso donde tengas que dejarla y “drop a few bucks” (“suelta unos dólares”)
donde pienses que no hace falta. Era lo que me faltaba, fui corriendo a la
farmacia a hacer acopio de tranquilizantes pero casi me los tomo todos antes de
salir porque me volvió a asaltar la duda: ¿tengo que dar propina al
dependiente que me ha despachado?
Te entiendo perfectamente, a mi me gusta dejar una propina básica, entre un 5 y un 10% pero esto de estar obligada a dejarla me hace hervir de los nervios.
ResponderEliminarYo tampoco entendí nunca por qué en unos sitios si y en otros no. Qué diferencia hay entre el camarero o la peluquera y el taxista o el fontanero? En fin....
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