lunes, 11 de septiembre de 2017

In God we trust

Estados Unidos es un país muy religioso. Un 87% de sus habitantes declara profesar alguna religión: católicos, protestantes, ortodoxos, judíos, musulmanes, budistas, sijs, zoroastrianos, bahais... Si buscas la religión más remota, aquí la encontrarás. Ante tal variedad de credos uno tiende a pensar que lo más sencillo para asegurar la convivencia es apartar la religión de cualquier ámbito estatal para no ofender susceptibilidades y, sin embargo, aquí eso no es así. Estados Unidos no es un país nada laico y eso me deja puesta.

Dios está en todos los billetes y monedas de Estados Unidos
A pesar de que la Primera Enmienda a la Constitución de los Estados Unidos establece que el Congreso no puede promulgar ninguna ley para establecer una religión o prohibir el libre ejercicio de ella, en la vida práctica hay mucha religión por todas partes. Que el lema oficial del país sea “In God we trust” (Confiamos en Dios) es el mejor ejemplo. Pero es que el “God” al que se refieren los americanos es tan genérico, tan amplio, tan universal, tan ecuménico, que todos se sienten representados (con la excepción, imagino, de ese 2% de ateos que no consiguen hacerse oír).

Y eso se ve claramente en la Catedral Nacional de Washington, la segunda mayor de Estados Unidos y la sexta del mundo. Es la sede del obispo de la iglesia episcopal y sigue la liturgia anglicana, pero se considera una casa de oración para todo el mundo. Desde su púlpito han hablado ministros de todas las creencias religiosas y es, a la vez, el lugar habitual de celebración de las principales ceremonias gubernamentales. Numerosos funerales de presidentes estadounidenses han tenido lugar entre sus paredes neogóticas y los servicios religiosos del “Inauguration Day”, el día que toma posesión el presidente de los Estados Unidos, se suelen celebrar allí cada cuatro años con oraciones de varios credos.

El malo de La Guerra de las Galaxias
Y además, es uno de los sitios más visitados en Washington. Cerca de medio millón de personas acude cada año a ver este edificio que no terminó de construirse hasta 1990 y, que por eso, tiene, contrariamente a las catedrales que yo había visto, muchos guiños al mundo contemporáneo. Si vas con unos prismáticos puedes pasar un buen rato con las gárgolas y quimeras. En la parte más antigua de la catedral, que se empezó a construir en 1907, son más parecidas a los monstruos mitológicos de las catedrales europeas pero conforme se avanza hacia la construcción más reciente, empiezas a ver un pulpo, una langosta, una ardilla, un mapache, un astrónomo observando el cielo, un ejecutivo corriendo con su maletín, un turista haciendo fotos, un obispo o hasta Darth Vader, el malo malísimo de “La guerra de las galaxias”. Muchas de ellas fueron pagadas por particulares que querían dejar su huella en el edificio eligiendo los motivos decorativos y dando unas breves indicaciones a los maestros canteros.

Los "malos" de la Guerra Civil
También las vidrieras tuvieron sus benefactores y uno de ellos, que había sido director de la NASA, pagó la llamada “Ventana al espacio”, que contiene una roca de basalto lunar del Mar de la Tranquilidad donada a la catedral por la tripulación del Apolo XI y que conmemora la exploración americana del espacio y los primeros pasos sobre la Luna. Pero las vidrieras más polémicas en estos momentos son las dos que fueron donadas hace 64 años por asociación de las Hijas de la Confederación en memoria de los generales Robert Lee y Stonewall Jackson y que muestran la bandera confederada y escenas de la vida de los dos militares.

La bandera confederada representa a los 13 Estados del Sur que se separaron de la Unión en 1861 en defensa de la esclavitud y se ha convertido últimamente en foco de creciente tensión como resultado de las declaraciones racistas del autor de la matanza de 9 personas de color en una iglesia de Charleston (Carolina del Sur). En el momento de su detención el asesino iba en un coche decorado con el icono confederado. Dos años después, la Catedral Nacional de Washington, siguiendo la súbita tendencia de retirar de los espacios públicos símbolos que honren a los confederados por su repentina asociación con la defensa del racismo, acaba de desmontar esas vidrieras que hasta hace poco eran simples representaciones de un capítulo más de su historia. Porque cada país tiene sus propios fantasmas y el racismo, que no la religión, es el que acecha a Estados Unidos.

Fotos: Washington National Cathedral

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