lunes, 9 de octubre de 2017

Unos cuadros muy monos

Si hay algo de Estados Unidos que mis hijos odian, con toda la intensidad de la palabra, es el Home Depot, la cadena de tiendas de bricolaje  y artículos para el hogar por excelencia del país (y la mayor del mundo, por cierto). Cada vez que les digo que tenemos que ir, las tres criaturas, de forma unánime y unísona, estallan en protestas y declaran su intención de no salir del coche a dejar huella alguna en sus instalaciones.

A mí me encanta. No soy una gran consumidora de sus productos pero me gusta ver la variedad de martillos, de tuercas y tornillos de todos los tamaños imaginables, de arandelas para la fontanería, de brochas, pinceles y cintas de pintor, los cientos de bombillas o enchufes… Lo que más me gusta es el olor a madera de la sección de “lumber” y ver con qué precisión los trabajadores de la construcción eligen las vigas y tablones que habrán de colocar en las viviendas que están levantando. Me llama la atención que no sean, como en España, albañiles con el mono y las manos manchadas de cemento sino madereros con virutas de serrín entre el cabello o el martillo colgando de la pernera de su peto vaquero. Ya los veo con la boca llena de clavos, martillo en mano, a caballo de una viga, fijando la estructura del tejado. Luego me viene a la mente nuestro albañil dándole vueltas a la hormigonera a pie de obra, el pañuelo con cuatro nudos cubriéndole la cabeza y el cigarrillo colgando de la comisura de los labios… y me doy cuenta de que el cine americano ha sabido idealizar hasta a sus obreros de la construcción. Y me quedo puesta.

Pero mis hijos no hacen uso de su resistencia pacífica para reivindicar la imagen de los trabajadores ibéricos o nada por el estilo. Simplemente están hartos. Pasaron, al poco de aterrizar en el país, muchas horas esperando en los pasillos de esta megatienda mientras sus padres analizábamos con todo el rigor posible cuál era el mejor método para colgar nuestros cuadros. Y creo que ello les ha producido una suerte de trauma. Trauma que nosotros queríamos ahorrarles evitando que les cayera encima la obra de arte o la pared misma, como le acababa de pasar a nuestro amigo, recién llegado como nosotros, cuando se le vino abajo no sólo la barra de la cortina que acababa de colocar sino la plancha de pladur que la sujetaba. Porque aquí, para alguien nacido en la cultura del taladro y el ladrillo, colgar un cuadro no es cualquier cosa.

Como ya conté en la entrada Tocar madera, en Estados Unidos las casas están construidas por un entramado de vigas de madera que luego se recubren con unas planchas bastante finas de pladur o “drywall”, como les gusta llamarlo aquí. Ello hace, como bien aprendimos rápidamente, que un taladro y un taco del tipo de los que usamos en España no sirvan para nada. En el momento de introducir la pieza plástica, o bien se va completamente hacia adentro cayéndose en el hueco que hay tras la plancha de yeso o se queda fofa del todo sin que sirva de sujeción alguna para el gancho, alcayata o tornillo del que esperas colgar tu cuadro. Nuestras paredes engulleron insaciables, unos cuantos tacos “made in Spain” y otras, simplemente no aguantaron la presión del dedo de Gabriel al tirar hacia abajo emulando el peso del cuadro.


Tras sacar las conclusiones pertinentes, en las que intentamos aplicar nuestros conocimientos de las ciencias físicas, hicimos la primera incursión en el Home Depot. Y allí, claro, la variedad de respuestas al problema resultó ser directamente proporcional al cuadrado de nuestra ignorancia en la materia y al cubo del hastío de nuestros tres vástagos. Todo experimento científico se basa en una fase de “prueba/error” y, en nuestro caso, ésta resultó ser bastante larga y fue acompañada por sus correspondientes desplazamientos a la mencionada cadena de bricolaje. Mis hijos definen esa fase como “el aburrimiento de los aburrimientos”.

Un pintor nos recomendó hacer uso de nuestros sentidos y aguzar el oído mientras con mucho tacto dábamos golpes a la pared en busca de la viga vertical que está detrás del pladur. El cambio de un sonido “de hueco a masa” nos diría dónde clavar el clavo. Para estar seguros, había que aplicar la vista para encontrar las cabezas de los clavos empleados en la construcción de la casa. Pero a nosotros nos pareció que eso exigía mucho olfato profesional y no nos permitía colgar los cuadros donde nosotros queríamos sino donde se encontraba la viga, cosa que no era de nuestro gusto.

Un amigo nos habló de unos detectores de vigas de madera tras el pladur y, a pesar de que hicimos un viaje ex profeso al Home Depot para verlos, seguía sin dejarnos elegir libremente el emplazamiento de nuestros marcos. Hasta que un buen día entraron en nuestras vidas los Monkey Hooks, o ganchos de mono. Las ideas geniales son sencillas y, con ingenio, dan respuesta a un problema: ¡nuestro problema! Se trata de una pieza de alambre curva que, sin ayuda de ningún instrumento, con una ligera presión de la misma punta del alambre, se introduce en el pladur hasta que queda sólo fuera el gancho del que colgarás tu cuadro. La parte que no se ve hace de anclaje repartiendo el peso y permite que no se desgarre el yeso. ¿No es alucinante?

Compré una caja de prueba, muy escéptica tras los numerosos desengaños sufridos. He vuelto a por muchas más. Muchísimas más. Y aunque mis niños se han plantado y ya no quieren entrar en el Home Depot, con la boca pequeña me reconocen que la casa está mucho más mona con los cuadros colgados.

1 comentario:

  1. Me parece un invento estupendo aunque no alcanzo a entender su funcionamiento pero digo yo, y los cuelgafáciles de toda la vida no valen? mi hermana tiene pladur y cuelga los cuadros con cuelgafáciles que por cierto cada día son más sofisticados jeee...

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