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lunes, 15 de abril de 2019

Georgetown

Mis hijos, que pertenecen a la Generación Zeta, no recordaban haber oído hablar en su vida de la película “El exorcista”. Me quedé puesta. ¿No habían oído jamás comentar la película más terrorífica de la infancia de sus padres? Imposible. Sin embargo estaban fríos como témpanos y eran inmunes a nuestro entusiasmo. Nos encontrábamos a los pies de una larga y estrecha escalera. 75 escalones para ser exactos, los que le provocan la muerte al padre Damián Karras, ya poseído por el demonio que ha exorcizado de la pequeña Regan McNeil. Les explicamos que era una película de 1973, que cuenta la historia de un sacerdote católico que intenta sacar al diablo del cuerpo de una niña de 12 años que gira la cabeza 360º, vomita una viscosidad verde, levita sobre su lecho, pronuncia las obscenidades más escandalosas y pregunta a su madre con voz angelical “Do you know what she did, your cunting daughter?” (“¿Has visto lo que ha hecho la guarra de tu hija?”). Una frase para la posteridad.
 
Esa es una escalera que cualquiera que vive en Washington visita cada cierto tiempo, ya sea por el mero placer de revivir una secuencia cinematográfica o para mostrar a las visitas una pequeña curiosidad. No es comparable a los escalones del Tribunal Supremo, también muy fílmicos, o a las que suben al Memorial de Jefferson (el mejor sitio para observar el Cherry Blossom en esta época del año), ni mucho menos a la escalinata del Monumento a Lincoln, desde donde Martin Luther King Jr. pronunció su famoso discurso de “I had a dream” (“Tuve un sueño”). Pero tienen su magia y, sobre todo, son uno de los puntos de entrada al precioso barrio de Georgetown.

Su aire sombrío y misterioso combina a la perfección con el edificio gótico de color gris de la Universidad de Georgetown, la universidad católica más antigua de los Estados Unidos que fue fundada por los jesuítas a finales del siglo XVIII. En la actualidad es una de las universidades más prestigiosas el mundo y entrar en ese campus, mezclarse entre los cientos de estudiantes, pasear por sus instalaciones y asomar la nariz por alguna de las aulas me produce una mezcla de nostalgia por mi época universitaria, de envidia por no haber podido estudiar en una universidad como esa y de optimismo juvenil que no me abandona por un largo rato. Salir luego hacia el Georgetown residencial y recorrer las calles adoquinadas jalonadas de casas pintadas de colores, tomar algo en algún local chic o mirar los escaparates de la calle Wisconsin completan una mañana perfecta.

El sábado pasado, con el despertar primaveral, estaba animadísimo y lleno de gente. Los turistas se mezclaban con los residentes, con los estudiantes o con los padres de los aspirantes a ingresar en una de las mecas del saber. Reinaba un ambiente cosmopolita y jovial que no dejaba traslucir el pasado de este barrio. Porque si bien es cierto que Georgetown ya era en 1700 una boyante ciudad portuaria (era el punto más interior del río Potomac al que podían llegar los barcos con sus mercancías) era también un barrio predominantemente afroamericano. En 1800 su población era de poco más de 5.000 habitantes, de los cuales casi 1.500 eran esclavos y 277 eran negros liberados. Un siglo después los empleados del gobierno federal gentrifican la zona y hoy en día el desenfadado elitismo universitario se mezcla con el elitismo económico de uno de los barrios más exclusivos de la capital, donde las casas cuestan varios millones de dólares. 

Esta semana Georgetown y su pasado afroamericano han sido portada de los periódicos. Resulta que en 1838 la Compañía de Jesús vendió a 272 esclavos procedentes de sus plantaciones en Maryland para sanear las finanzas de su gran proyecto educativo. Desde 2015 la universidad ha ofrecido disculpas formales, ha renombrado pabellones en honor de aquellos hombres y mujeres y otorga ventajas a sus descendientes en las admisiones. Pero hace pocos días, dos tercios de los estudiantes de Georgetown han votado a favor de crear un fondo económico para resarcir a los descendientes y proponen una tasa que pagarán los propios estudiantes con su inscripción semestral. “Como estudiantes de una institución de elite reconocemos los privilegios que tenemos y deseamos, al menos parcialmente, pagar nuestra deuda con las familias de aquellos cuyo sacrificio involuntario hizo posible dichos privilegios”. Una frase mucho más correcta que la citada al principio de este post, salida de la pluma de otro alumno de la Universidad de Georgetown, William Peter Blatty, el autor de la novela "El Exorcista".  

Post-post
El barrio histórico de Georgetown ha sido el fondo de numerosas producciones cinematográficas de todos los géneros. “All the President’s Men”, sobre la investigación del famosísimo escándalo Watergate, localizó allí numerosas escenas donde vivían tres de sus protagonistas. En “No way out” un apuesto Kevin Costner utiliza el Freeway para escaparse; en “Deep Impact” el puente Key desaparece con una ola gigante; en “Minority Report” (con Tom Cruise) la calle Wisconsin aparece desierta reflejando una avenida del futuro. “Dave” (con Kevin Klein), “True Lies” (con Arnold Swarzenegger), “Enemy of the State” (con Will Smith), “The Man with one Red Shoe” (con Tom Hanks) son solo algunos de los títulos que se han servido de la magia de este barrio de la capital.

“Gentrificación” es la palabra de moda, pero es un anglicismo. Proviene del inglés “gentry” (pequeña nobleza) y se utiliza para hablar del aburguesamiento residencial, es decir, el proceso por el que la población original de un barrio, normalmente céntrico, es desplazada progresivamente por otra población de mayor nivel adquisitivo. Es lo que sucedió, por ejemplo, en el barrio neoyorkino de Brooklyn y lo que estamos viendo en España en Lavapiés, Chueca o Malasaña (Madrid), El Cabanyal (Valencia), el Portixol (Palma de Mallorca) o el barrio chino (Barcelona).

lunes, 11 de febrero de 2019

DUMBO, que no Dumbo

Sabía que iban a saltar como resortes. “Hoy vamos a ver DUMBO”. Tanto mi hubby como los tres adolescentes que tengo en casa dejaron sus pantallas electrónicas y me miraron horrorizados. Disfruté esos segundos.

Potomac, Maryland, está a escasas cuatro horas de viaje de Nueva York y cuando extrañamos el bullicio, las luces de neón y la actividad frenética de una gran ciudad basta con que nos levantemos a nuestra hora normal y antes de mediodía ya podemos estar entrando por la puerta de un restaurante en Chinatown.

En esta ocasión, para acallar las críticas de la prole a nuestra forma dictatorial de organizar los viajes, decidimos que con unos días de antelación cada uno propondría una actividad y que procuraríamos hacerlas todas. Hicimos nuestras pesquisas y el sábado por la mañana salimos con una lista que incluía una visita a un museo, un concierto de jazz, una tienda coreana de personajes de ficción, un obrador de pastelería de un programa de televisión y una antigua fábrica reconvertida en galería gastronómica. Un plan variado en barrios muy distintos de Manhattan, que conseguimos cumplir para satisfacción de todos y que incluso permitió que soltara la frase que los dejó puestos: “Hoy vamos a ver DUMBO”.

“¿Una matinée de dibujos animados? Ni hablar”, fue lo más suave que escuché. “Un momento, haya paz. Iremos a ver DUMBO, que no Dumbo”. Down Under the Manhattan Bridge Overpass (DUMBO) es una zona de Brooklyn situada debajo del puente que lleva a Manhattan cruzando el East River. Es un barrio que se ha recuperado de su pasado industrial para convertirse en una de las zonas más alternativas y de moda de la ciudad. Sus estrechas calles de adoquines, las antiguas fábricas reconvertidas en lofts, galerías de arte o tiendas de moda, el carrusel de 1920, los comercios y restaurantes junto al río fueron un descubrimiento para todos. 

La mejor forma de llegar a DUMBO es cruzando el puente de Brooklyn, una de las mejores experiencias de Nueva York. Recorrer sus 1,8 kilómetros a pie, en bicileta o en coche (por un paso inferior) permite tener las mejores vistas y fotografías del característico perfil de Manhattan.

Inmortalizado por el cine en innumerables ocasiones, el puente de Brooklyn es un símbolo histórico de Nueva York y uno de los puentes más famosos del mundo. Películas como Manhattan, Tarzán en Nueva York, Los caballeros las prefieren rubias, Fiebre del sábado noche, Taxi Driver, Godzilla, Erase una vez en América… han contribuido a su mayor gloria. Pero si hay un director de cine maestro en retratar Manhattan es Woody Allen y si hay una película que tenga el puente de Brooklyn como referencia espacial, temporal o emocional esa es Annie Hall, su primer gran éxito cinematográfico con la que consiguió 4 Oscars en 1977.

Pero muchos años antes nuestro Federico García Lorca tampoco pudo resistirse a la poderosa presencia del puente de Brooklyn y le dedicó su poema “Ciudad sin sueño (Nocturno del Brooklyn Bridge)", del libro Poeta en Nueva York.  Aquí os dejo un link para que lo podáis leer, un poema oscuro con una fuerza abrumadora de la época más desconocida de un autor que nos dejó demasiado pronto.

lunes, 21 de enero de 2019

Savannah. Domingo. Mediodía.

Estábamos en Savannah, Georgia, una de las 13 colonias originales de Estados Unidos y una de las ciudades más bonitas del viejo Sur. Habíamos pasado la noche en el centro histórico, el corazón de esta pequeña localidad característica por su trazado de cuadrícula, sus numerosas plazas y sus magníficas casas antebellum, a cada cual más espectacular. Habíamos bromeado con el Spanish moss, esa planta que, a pesar de su nombre, ni es musgo ni es habitual en España y que cuelga de la mayoría de los árboles de la ciudad. Los chicos se habían hecho la consabida foto en el parque Chippewa, en el lugar donde Forrest Gump esperaba sentado en un banco y decía “la vida es como una caja de bombones; nunca sabes lo que te va a tocar”.

Eran las once de la mañana de un precioso domingo soleado y decidí entrar un momento a un supermercado a comprar agua. Estaba muy bien surtido y mejor puesto. Había una isleta con platos preparados y bebidas locales. Como no soy capaz de salir de un súper con una sola cosa y como a Gabriel le gusta mucho probar las cervezas de los lugares que visitamos, cogí un par de IPAs elaboradas en la misma Savannah y me dirigí a la caja imaginando su alegría al verlas. Según me aproximaba a la cajera, ésta empezó a decir: “No, no no…”. Estaba cobrándoles a dos señoras, pero me miraba a mí. “Hasta las doce treinta y uno, no. No, no, no”, añadió. Al ver mi cara atónita las clientas señalaron las latas de cerveza. “Es domingo”, dijeron. “No se puede vender alcohol hasta después de las 12:30”. Me quedé puesta.

Ochenta y cinco años después de la Prohibition (la Ley Seca) en numerosas zonas de Estados Unidos todavía restringen cuándo y dónde los adultos pueden comprar alcohol. Y especifico los adultos porque en todo el país has de tener más de 21 años para poder comprar o consumir bebidas alcohólicas y, aunque peines canas, en muchos sitios te siguen pidiendo un documento que acredite tu edad antes de dispensarlo. En el condado donde yo vivo en Maryland, por ejemplo, los supermercados no venden bebidas alcohólicas de ningún tipo y hay que ir a tiendas de licores especializadas, aunque sí abren los domingos. En Indiana no se puede comprar alcohol de ningún tipo los domingos y numerosos Estados permiten la venta de vino y cerveza en ese día, pero no de destilados. En Kentucky y Carolina del Sur no hay local alguno que venda alcohol en Election´s Day (el día de las elecciones), ni siquiera un bar o restaurante, lo que dificulta considerablemente brindar por el ganador o ahogar las penas ante los resultados. 

En Utah, si quieres pedir una bebida alcohólica en algún establecimiento, tienes que ordenar obligatoriamente algún tipo de comida, lo que sea, aunque se trate de algo mínimo para compartir. Además, tanto en este Estado como en Pennsylvania solo puedes comprar alcohol en tiendas estatales porque el gobierno tiene el monopolio de la venta al por mayor y al por menor. En Utah no sorprende tanto ya que la mayoría de sus habitantes son mormones y su religión prohíbe el consumo de alcohol (ver entrada De ángeles y mormones). Pero, ¿en Pennsylvania?

Todas estas restricciones no parecen ser sino reminiscencias de la Ley Seca, que estuvo en vigor en los años 20, y de las llamadas Blue Laws, que buscaban mantener los domingos como día sagrado. Hoy en día los Estados o los gobiernos locales ya no pueden argüir motivos religiosos para prohibir la venta de alcohol en el séptimo día por lo que las restricciones tienen que basarse en otros argumentos como la salud pública, la seguridad o la reducción de un consumo excesivo de alcohol y de sus efectos negativos. Pero que, en un país como éste, que facilita que se venda de todo, incluso armas de fuego, sigan existiendo estas limitaciones con respecto al alcohol me deja puesta. Es más, que con 18 años puedas comprarte una pistola en Estados Unidos pero que tengas que esperar a cumplir 21 para tomarte o comprar una cerveza, no deja de resultarme alucinante.

La Ley Seca fue un capítulo relativamente corto en la historia de Estados Unidos. Duró 13 años, desde 1920 a 1933, pero sirvió de inspiración para numerosas películas que recreaban aquella época de tráfico de bebidas, gánsteres y jazz, y, de una manera o de otra, la estela de esa prohibición permanece hoy en día.

Post-post:
"La vida es como una caja de bombones"

La hermosa Savannah ha servido de escenario para numerosas películas. Seguro que habéis visto alguna:
-      The Longest Yard (1974): la primera versión protagonizada por Burt Reynolds fue parcialmente rodada en Savannah, resultó nominada para un Oscar y ganó un Globo de Oro.
-      Glory (1989): Mathew Broderick, Denzel Washington y Morgan Freeman son tres de las estrellas que actúan en esta película ganadora de 3 Oscars.
-      Forrest Gump (1994): una de mis favoritas. Cuanto más la veo más me gusta. Ganó seis Oscars en su momento. El banco donde estaba sentado Forrest Gump con la caja de bombones, nunca estuvo en el parque Chippawa. Fue creado ex profeso para la película y se puede ver en el Museo de Historia de la Ciudad.
-      Now and Then (1995): muchas de las plazas, de la cuadrícula de la ciudad y el cementerio Bonaventure aparecen en esta película rodada mayoritariamente en Savannah. Jovencísimas Christina Ricci, Melanie Griffith, Demi Moore, Lolita Davidovich…
-      Something to Talk About (1995): ¿recordáis la escena en la que Julia Roberts discute con su marido Dennis Quaid? Transcurre en la calle Bull.
-      Midnight in the Garden of Good and Evil (1997): dirigida por Clint Eastwood y protagonizada por Kevin Spacey y John Cusack se ha convertido en un símbolo de esta ciudad. Esta película y la novela que la inspiró, de John Berendt, atraen a montones de visitantes.
-      The General´s Daughter (1999): John Travolta investiga un asesinato.
-      The Conspirator (2010): dirigida por Robert Redford, esta película histórica fue enteramente rodada en Savannah aunque se nos hace creer que es el Washington del año 1865, cuando asesinaron al presidente Lincoln.

lunes, 26 de febrero de 2018

¿Cómo están ustedes?

La primera vez que fui al cine en Estados Unidos me quedé puesta. No por el precio de la entrada, que algo influyó, o porque le pusieran media tonelada de mantequilla a las palomitas, que también tuvo su parte. No. Apenas me había sentado en mi localidad ya estaba atacando con fruición el barreño descomunal de palomitas que tenía ante mí. Pero al segundo puñado que tan poco delicadamente me había embutido me empezó a entrar la preocupación de qué hacer con la grasa que comenzaba a chorrearme por las manos. No había cogido servilletas y la primera opción de limpiarme en el tapizado de la butaca de al lado quedó inmediatamente descartada al ver a una pareja que venía decidida a ser mi vecina. Era la típica situación a la que Mr. Bean habría sacado un partido increíble y que habría acabado solucionando con una idea brillante, pero yo me estaba empezando a agobiar.

En ese momento entró en la sala un joven vestido con una camiseta con el logo de la compañía de cines y nos deseó muy buenas tardes, al estilo del programa de “Los payasos de la tele” de mi niñez. Los que allí estábamos sentados respondimos a coro. Se presentó muy amablemente y nos dijo que era el encargado de esa sala y que íbamos a ver tal película. Nos preguntó que si estábamos contentos y emocionados por verla y la mayoría contestó que sí o asintió con la cabeza. Nos recriminó el poco entusiasmo y volvió a hacer la misma pregunta. Contestamos a todo pulmón que sííííííííííííí. Dijo “That´s better” y nos informó de que la película duraba X tiempo, de que si necesitábamos salir de la sala usáramos la puerta de la derecha salvo que hubiera una emergencia, en cuyo caso utilizaríamos la salida de la izquierda que conducía directamente a la calle. Que la película era buenísima, que ya la había visto varias veces y que esperaba que la disfrutáramos tanto como él. El público empezó a aullar y a aplaudir. Y finalmente, dijo que si teníamos cualquier problema o necesitábamos algo no dudáramos en decírselo a él o a cualquiera de sus compañeros que estaban en los pasillos de los multicines. Mientras se despedía se apagaron las luces, empezó la música y el guapo americano uniformado salió por donde había entrado. Por supuesto, a mí se me había olvidado completamente mi problema con la mantequilla.

Me maravilla la facilidad de palabra que tienen los americanos, la tranquilidad con la que se dirigen al público y la naturalidad con la que consiguen interactuar con los oyentes. El camarero que va a atenderte en el restaurante se presenta, te saluda, espera tu respuesta y te cuenta lo fundamental del local, de la carta, de las especialidades o de lo que sea con una eficiencia y simpatía pasmosas. La persona que va a hacer la presentación del grupo de jazz al que has ido a escuchar es capaz de articular un pequeño discurso, simpático y lleno de información, en el que provoca la respuesta o las carcajadas del público expectante en varias ocasiones. El que organiza una multitud ante unas taquillas el día en que salen a la venta las localidades para la temporada de verano da toda la información de una manera asombrosamente eficaz.

Pero me maravilla también cómo reacciona el público americano. Cuando alguien habla, la gente se calla. Y la gente escucha. Y la gente participa. Y la gente responde. Si un conferenciante hace una pregunta en mitad de su exposición, al momento habrá varias manos levantadas entre el público deseoso de participar. Aquí las preguntas retóricas no existen; las preguntas se contestan. Y cuando se abre el turno de preguntas tras esa misma conferencia, no es extraño que la gente forme una fila en el pasillo central del auditorio o sala en la que ha tenido lugar la charla (como si fuera la fila para comulgar en la iglesia parroquial) para acercarse al micrófono y plantear su inquietud. Siempre quedan preguntas por responder. Nunca se terminará una charla porque no haya más preguntas, no importa el tiempo que se asigne para ello.

Y eso me encanta. No puedo evitar pensar en lo rápido que me latía el corazón cuando yo tenía que hacer una pregunta en público, o en el dolorcillo que se me atascaba en las piernas como consecuencia de la tensión. No consigo olvidarme de la directora del colegio de los niños en España, que se desgañitaba al intentar contar lo fundamental del nuevo año escolar porque los padres eran incapaces de callarse. Me avergüenza ver cómo la gente no hace caso de las indicaciones de los que quieren organizar a la multitud en cualquier evento en mi tierra, porque somos más listos (o más listillos) que nadie o porque es tal el alboroto que ni siquiera nos percatamos de que hay alguien intentando organizar las cosas.

Y no sé si esto es algo cultural. O si se trata, más bien, de falta de cultura.

Post-post:
Y no hay cosa mejor para quitar la mantequilla de las manos que el pañuelo de un buen caballero español.

lunes, 20 de noviembre de 2017

Ya te lo pueden agradecer.

El jueves es el Día de Acción de Gracias que, en mi opinión, es la fiesta más importante para las familias estadounidenses. Viene a ser como una Nochebuena sin connotaciones religiosas, esa noche en la que todos vuelven a casa y las familias se juntan viviendo o fingiendo una armonía total. Para esa celebración los americanos no dudan en cruzar el país, cueste el tiempo que cueste, haga el tiempo que haga. Las carreteras están colapsadas y en buena parte de la nación ya ha empezado a nevar, pero nada importa con tal de aspirar ese olor de pavo asado y de manzanas dulces apenas se abre la puerta del hogar.

Para eso el día tiene que empezar bien temprano en una cocina normal de cualquier casa media americana. The New York Times nos ha organizado la agenda de ese día para que los profanos en la materia como yo podamos disfrutar de una auténtica cena tradicional de Acción de Gracias, con sobras incluidas, que es lo que más se agradece al día siguiente de la paliza culinaria. Y, como estamos en la época de dar, lo comparto con vosotros. No hace falta que me deis las gracias. (Los paréntesis son míos)

8:00 am. Comienza el día. Prepara el café (fundamental, ¿qué sería de un americano sin su enorme taza de café aguado?). Saca medio kilo de mantequilla de la nevera para que alcance la temperatura ambiente, más tarde la vas a necesitar. Enciende el horno a 400ºF (ya empezamos con la conversión de medidas). Tómate el café. Empieza a hacer listas (¿?). Después, aliña el pavo y pónlo en la nevera. A las 11 a.m. lo tendrás que recuperar antes de cocinarlo a medio día. Receta pavo asado con naranja y salvia. 

8:20 a.m. Prepara el Crumble de manzana. Por una razón: hará que tu cocina huela maravillosamente. Por otra: aguanta muy bien en la encimera una vez cocinado. Querrás probar el relleno antes de ponerlo en la fuente de hornear. Las manzanas estarán más dulces de lo que piensas que deberían estar y los arándanos un poco demasiado ácidos. No importa. En el horno se arreglará. Receta Apple gingersnap crumble.

9:00 a.m. Prepara la salsa de arándanos. Mientras se hornea el crumble, pon los arándanos al fuego. Necesitarán unas cuantas horas de reposo en la nevera. Si prefieres la versión más clásica de este plato, prescinde del vino, el jengibre y la pimienta negra y añade una taza de zumo de naranja. Receta Red wine cranberry sauce

9:30 a.m. Tómate un descansito. Prepara más café. Lee el periódico. O, como posibilidad, ve a la tienda a comprar algún ingrediente que te haya faltado (justo lo que estaba pensando como descanso)

Puesto de control nº 1: En este momento,
El pavo está sazonado y en la nevera.
El crumble está listo y enfriándose.
La salsa de arándanos está lista y en la nevera.

10:00 a.m. Prepara el relleno.  Este es un plato muy sabroso y rápido de hacer (y aunque se llame relleno no ha rellenado nada y se prepara aparte). Cúbrelo cuando lo tengas listo para recalentarlo más tarde, destapado y salpicado con caldo del pavo o con restos de la bandeja en la que se ha horneado el ave. Receta de Guarnición de chorizo con puerros

11:00 a.m. Hornea el gratinado de boniato. Puedes colocar meticulosamente las rodajas de boniato como si te estuvieras presentando a un puesto de cocinero en Francia o puedes hacerlo más natural, como si vivieras en Francia. No te olvides de sacar el pavo de la nevera para que lo puedas cocinar a temperatura ambiente. Receta de gratin de boniato y gruyère

12:00 a.m. Todavía faltan cuatro horas para la cena. (¿Os habéis dado cuenta de que van a cenar a las 4? ¿No os quedáis puestos?)  En este momento el pavo se va al horno sobre una rejilla en una fuente de hornear. Tendrá que asarse durante unas 3 horas y luego reposar.  ¿Qué tal vas? Posiblemente te hayas perdido el desayuno. Es hora de comer.

Puesto de control nº 2: En este momento:
La guarnición está lista.
El gratinado de boniato debería estar casi listo.
El pavo está empezando a dorarse.

1 p.m. Haz el puré de patata. El favorito de todos. Nos gusta con una mezcla de patatas de horno y patatas grandes de la clase Yukon Golds con mucha leche y mantequilla. Puedes recalentarlo justo antes de servirlo. Receta de Puré de patata clásico

1:30 p.m. Hora de preparar el kale. (¡Hey, asturianos, no tenéis excusas, que aunque le digan kale no son más que berzas!). Cocinar las hojas a fuego lento y suave les da un sabor ahumado y profundo así que no escatiméis el tiempo que necesitan la pasta de tomate y el pimentón para caramelizarse. Receta de Berza ahumada con tomate

2:15 p.m. ¿Realmente necesitas ensalada? Hay disparidad de opiniones. Si eres de los que piensas que sí, es el momento de empezar. Ya la aliñarás justo antes de servirla. Receta de Ensalada de hinojo y manzana.

3:00 p.m. El pavo está listo, o casi.

Puesto de control final: En este momento:
El puré de patata está listo.
El kale ahumado está listo.
La ensalada de hinojo está lista aunque falta aliñarla en el último momento.
El pavo está reposando.

3:15 p.m. El resto es salsa. Haz la salsa con lo que se ha quedado adherido a la bandeja en la que has asado el pavo. Combina la harina con la grasa para hacer una base y empieza a construir tu salsa desde ahí. Receta de Salsa clásica

3:40 p.m. Ya casi está. Coloca todo lo que tiene que recalentarse en el horno durante 15 minutos, cubierto, mientras aguardas el momento de trinchar y servir. En los últimos minutos, aliña la ensalada, saca todo del horno, pon la salsa en una o dos salseras y preparaos para dar las gracias.

4:00 p.m. La cena está servida. (Ya te lo pueden agradecer).

Post-post:
Las cenas de Acción de Gracias han sido profusamente retratadas en el cine norteamericano, en cualquiera de sus géneros. ¿Qué os parece esta selección?

  • The New World. Terrence Malick. 2005. La historia del nacimiento de esta celebración con un guapísimo Collin Farrell como Capitán Smith. 
  • Hannah and her sisters. Woody Allen. 1986. Una mirada sobre las relaciones familiares con la cena de Acción de Gracias como punto de encuentro .
  • Brokeback Mountain. Ang Lee. 2005. A los dos protagonistas masculinos de esta historia de cowboys, la cena está a punto de atragantárseles al revelarse los secretos ocultos de sus vidas paralelas.
  • The Ice Storm. Otra de Ang Lee. 1997. Con el telón de fondo de Estados Unidos en plena crisis política y social, la celebración del Día de Acción de Gracias permite mostrar la descomposición de una familia incapaz de comunicarse. Un elenco espectacular: Sigourney Weaver, Joan Allen, Kevin Klein, Christina Ricci, Elijah Wood, Tobey Maguire…
  • Home for the Holidays. Jodie Foster. 1995. Holly Hunter interpreta a una mujer que debe lidiar con la celebración en una de las peores épocas de su vida.
  • NolaDarling (She´s gotta Have it). Spike Lee. 1986. Una mujer y sus tres amantes se reúnen para la cena de Acción de Gracias.
  • Alice’s Restaurant. Arthur Penn. 1969. Comedia dramática sobre la vuelta a casa en Acción de Gracias con el espíritu hippy y la guerra de Vietnam como telón de fondo.
  • What’s cooking?. Gurinder Chadha. 2004. Cuatro familias americanas de cuatro culturas distintas (afroamericana, latina, judía y vietnamita) se reúnen para celebrar Acción de Gracias en Los Angeles.
  • A Charlie Brown Thanksgiving. Bil Melendez. Phil Roman. 1973. Un clásico de estas fechas. Snoopy se convierte en chef de la tradicional cena de Acción de Gracias.
  • FreeBirds. Jimmy Hayword. 2013. Otra de dibujos animados en la que dos pavos deciden acabar con esa tradición de que los asen y los trinchen para la cena de Acción de Gracias.