¡El fin de semana pasado abrieron las
piscinas! ¡Ya es verano! Da igual que haga frío o calor, que mayo sea lluvioso,
ventoso o caluroso, el último fin de semana de ese mes, en el
puente de Memorial Day, se inaugura la temporada de piscina y éstas permanecerán
abiertas hasta el puente de Labour Day, del primer fin de semana de septiembre.
El calendario de las estaciones podrá decir lo que le dé la gana, pero aquí el
verano dura esos tres meses, ni más ni menos. Y este año hemos tenido suerte. Está
haciendo calor y apetece ir a la piscina. Por fin, tumbarse en una hamaca,
con un libro, dejarse acariciar por los rayos del sol y de vez en cuando
refrescarse con un “floti-floti” relajante. Una charlita con una amiga o
conocida, los niños entretenidos entre salto y salto y grito y grito, Verano,
descanso, vacaciones. … Ja, que te crees tú eso, estamos en Estados Unidos y
las cosas no son exactamente así.
El año pasado, a mediados de mayo nos
hicimos socios de la piscina que está al lado de nuestra casa. Todos los
barrios tienen una piscina y unas canchas de tenis que prestan servicio a la
zona por una cuota más o menos elevada. Hay también piscinas públicas que te
pueden quedar cerca o lejos y es tu decisión optar a la que más te convenga, si
es que te conviene alguna. Nosotros tenemos a dos manzanas de casa una llamada East Gate a donde
los niños pueden ir en bicicleta o caminando, solos y sin que dependan de
ningún adulto para su desplazamiento. Ideal.
Además, organiza un equipo de natación y
otro de salto en trampolín durante los meses de junio y julio con dos
entrenamientos diarios y competiciones con los clubes vecinos los fines de
semana. Estupendo para tener a los niños entretenidos mañana y tarde, que
hicieran amiguitos en el barrio y que se sintieran miembros de un equipo, el East Gate Gators.
Encantada me planté allí el primer día,
con mis hijos, mi libro, mis gafas de sol, mi crema bronceadora y mis ganas de
no hacer nada. Y disfruté dándome cuenta de que, nuevamente, las películas no mienten:
estaban las sillas altas y metálicas de los salvavidas desde donde hacen turnos de media hora de vigilancia; y los socorristas, guapos jovencitos americanos
de la zona que se están ganando un salario estival que ahorrar para pagarse la
universidad en uno o dos años; y la furgoneta de los helados que cada par de
horas anuncia su llegada con la cancioncita archiconocida que hace que los
niños salgan escopetados del agua hacia el exterior a comprarse un polo o vaso
de hielo con colorantes. Fue una revelación descubrir ese toque de silbato
largo y suave que anuncia cada 45 minutos que los niños tienen que salir de la
piscina porque empieza el cuarto de hora exclusivo para adultos y fue mayor
revelación el descubrir que todos los niños obedecían, incluidos los míos, y
sin protestar ni que hubiera que repetirlo varias veces.
Tan embelesada estaba que no me dí cuenta
de que era la única persona tumbada y sin hacer nada. Me quedé puesta. Debía de
haber 50 tumbonas y solo estaba ocupada la mía. ¿Qué hacían los demás adultos?
Nadaban, entrenaban, hacían planillas para las próximas competiciones de
natación, ajustaban cronómetros para los “time trials” del día siguiente, organizaban
las fiestas temáticas de la piscina que habrían de amenizar el verano… lo que
fuera, pero nadie estaba inactivo… como yo. Y ahí se me acabó un poco el relax,
porque me sentí culpable de mi concepto latino del descanso ocioso y se me hizo
agotador el conseguir dar la impresión de estar haciendo algo, hora tras hora.
Y cuando llegó la primera competición de
natación con un club vecino la actividad pasó a ser frenética. Todos los padres
de los niños y jóvenes que competían estaban allí, a las 7 am del sábado, cronómetro, planilla, gráfica
o estadística en mano, con los últimos avances tecnológicos, registrando las
marcas de cada nadador… Yo de nuevo había ido con mi botellita de agua y las
ganas de animar a mis “campeones”. Muy poco profesional, la verdad.
Menos mal que nos fuimos pronto a España
donde en el primer día de playa los niños simplemente saltaron olas, hicieron
albóndigas de arena, pescaron cangrejos o se fueron nadando a la isleta de
enfrente… y yo no tuve ningún cargo de conciencia por estar simplemente
relajada mirándolos a ellos y al horizonte. Allí no era la única, así estábamos
todos… disfrutando del verano.
Jaaaa, si es que... no saben divertirse sin hacer nada. La siesta les sonará a chino seguramente, no saben lo que se pierden jeee..
ResponderEliminarNo lo saben, no. Sin embargo, todos nadan y hacen unos saltos de trampolín que te mueres.
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