lunes, 12 de junio de 2017

Bye, bye mall

La primera vez que oí la palabra “mall” (pronunciado “mol”) fue en Ecuador. Acabábamos de llegar y debíamos de estar buscando algo para completar la instalación. Alguien nos recomendó que fuéramos al Mall El Jardín y yo no tenía ni idea de lo que me estaban hablando. Pronto ese centro comercial se convertiría en un lugar habitual donde satisfacer nuestras escasas ansias consumistas.

Cuando de adolescente viví en Colombia y recorría incansable y encantada los concurridos pasillos de Unicentro, nadie lo llamaba mall, era simplemente un centro comercial.  En mis años universitarios en Madrid no fui a ninguno porque en aquella época no era el estilo de comercio que abundaba en España y el único que conocía, La Vaguada, me quedaba lejísimos.

Nuestros años en el Golfo Pérsico, especialmente durante las visitas a Dubai, me dejaron saturada de malls. Auténticos centros temáticos inspirados en la Italia renacentista, la Toscana, Venecia, Londres, los viajes del explorador Ibn Batuta por Andalucía, Túnez, Egipto, Persia, India y China… Cientos de agotadores kilómetros  ocupados por la sucesión de las tiendas más internacionales que se veían interrumpidas por locuras imposibles como pistas de esquí con una temperatura exterior de 50ºC, canales con góndolas bajo cielos artificiales que cambiaban de luz según la hora del día, zoos subacuáticos o túneles de aire donde practicar paracaidismo y caída libre. Delirante, auténticas hipérboles de lo que yo había conocido hasta la fecha.

Uno de los primeros centros comerciales
Y todo había empezado aquí. Los primeros malls nacieron en los Estados Unidos de 1950 y revolucionaron la manera de consumir de las clases medias y acomodadas de medio mundo. Crecieron como setas en los suburbios de las ciudades norteamericanas que no tenían un centro urbano reconocible convirtiéndose en símbolos de la cultura urbana y en centros comunitarios imprescindibles ante la ausencia de los tradicionales downtowns.

Pero ahora parece ser que han entrado en franca decadencia. De costa a costa los malls están cerrando por centenas y cada vez hay más tiendas vacías en sus pasillos. Y eso es, según dicen los expertos, el principio de su fin porque buenas tiendas atraen tiendas mejores, que suponen más clientes y más dinero y hay que ser muy raro para ir a un centro comercial vacío donde nadie le contagie a uno no comprar nada. Para eso te vas a dar un paseo por el bosque.

Resulta que los malls empiezan a perder fuelle no por la crisis o por la caída en el consumo, sino por cambios en las formas de consumir: el e-commerce no deja de crecer mientras el comercio tradicional languidece. Y ahí contribuyo yo con mi granito de arena. Como no tengo tiendas cerca, tengo que coger el coche para todo; pero el servicio de correos funciona de maravilla, hay una estupenda conexión a internet y sé que a las cuarenta y ocho horas tengo en la puerta de mi casa lo que acabo de comprar a golpe de ratón. Bye, bye mall. Confieso que he llegado a comprar en Amazon las minas de la lapicera de los niños por no perder media mañana en ir al megacentro especializado en material de oficina. He descubierto que es más rápido, más barato y más práctico comprar por internet. Y que compro sólo lo que estoy buscando. Y que paseo más por el bosque. Qué cosas.

Fotos: Walid Mahfoudh, Wikimedia.

1 comentario:

  1. Tenían que acabar muriendo, son demasiado irreales, mola mucho más salir de tiendecitas locales con cositas diferentes no globalizadas y auténticas y artesanales, dónde vas a parar.. ( y esto lo dice una adicta al shopping de todo tipo, jee sin hacerle ascos al tiendeo on-line pasando por las rozas village y acabando en parque prin) ;)

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