La primera vez que oí la palabra “mall”
(pronunciado “mol”) fue en Ecuador. Acabábamos de llegar y debíamos de estar
buscando algo para completar la instalación. Alguien nos recomendó que fuéramos
al Mall El Jardín y yo no tenía ni idea de lo que me estaban hablando. Pronto
ese centro comercial se convertiría en un lugar habitual donde satisfacer
nuestras escasas ansias consumistas.
Cuando de adolescente viví en Colombia y
recorría incansable y encantada los concurridos pasillos de Unicentro, nadie lo
llamaba mall, era simplemente un
centro comercial. En mis años
universitarios en Madrid no fui a ninguno porque en aquella época no era el
estilo de comercio que abundaba en España y el único que conocía, La Vaguada,
me quedaba lejísimos.
Nuestros años en el Golfo Pérsico,
especialmente durante las visitas a Dubai, me dejaron saturada de malls. Auténticos centros temáticos
inspirados en la Italia renacentista, la Toscana, Venecia, Londres, los viajes
del explorador Ibn Batuta por Andalucía, Túnez, Egipto, Persia, India y China… Cientos
de agotadores kilómetros ocupados por la
sucesión de las tiendas más internacionales que se veían interrumpidas por
locuras imposibles como pistas de esquí con una temperatura exterior de 50ºC, canales con
góndolas bajo cielos artificiales que cambiaban de luz según la hora del día,
zoos subacuáticos o túneles de aire donde practicar paracaidismo y caída libre.
Delirante, auténticas hipérboles de lo que yo había conocido hasta la fecha.
Uno de los primeros centros comerciales |
Pero ahora parece ser que han entrado en
franca decadencia. De costa a costa los malls
están cerrando por centenas y cada vez hay más tiendas vacías en sus
pasillos. Y eso es, según dicen los expertos, el principio de su fin porque
buenas tiendas atraen tiendas mejores, que suponen más clientes y más dinero y
hay que ser muy raro para ir a un centro comercial vacío donde nadie le
contagie a uno no comprar nada. Para eso te vas a dar un paseo por el bosque.
Resulta que los malls empiezan a perder fuelle no por la crisis o por la caída en
el consumo, sino por cambios en las formas de consumir: el e-commerce no deja
de crecer mientras el comercio tradicional languidece. Y ahí contribuyo yo con
mi granito de arena. Como no tengo tiendas cerca, tengo que coger el coche para
todo; pero el servicio de correos funciona de maravilla, hay una estupenda
conexión a internet y sé que a las cuarenta y ocho horas tengo en la puerta de
mi casa lo que acabo de comprar a golpe de ratón. Bye, bye mall. Confieso que he llegado a comprar en Amazon las
minas de la lapicera de los niños por no perder media mañana en ir al
megacentro especializado en material de oficina. He descubierto que es más
rápido, más barato y más práctico comprar por internet. Y que compro sólo lo
que estoy buscando. Y que paseo más por el
bosque. Qué cosas.
Fotos: Walid Mahfoudh, Wikimedia.
Fotos: Walid Mahfoudh, Wikimedia.
Tenían que acabar muriendo, son demasiado irreales, mola mucho más salir de tiendecitas locales con cositas diferentes no globalizadas y auténticas y artesanales, dónde vas a parar.. ( y esto lo dice una adicta al shopping de todo tipo, jee sin hacerle ascos al tiendeo on-line pasando por las rozas village y acabando en parque prin) ;)
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