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lunes, 8 de abril de 2019

Emprendedoras

Todos los días, el High School de mis hijos emite, a segunda hora, los morning announcements. Son una serie de mensajes por megafonía que recuerdan las actividades más importantes del día o de la semana, avisan de fechas límite, promueven la participación estudiantil en cualquier acto o publicitan los apoyos que el colegio brinda a los estudiantes. Paralelamente, los padres recibimos por correo electrónico (también a diario) tanto esas píldoras informativas como otras que difunde la dirección del colegio sobre temas variados: becas, prácticas, cursos complementarios, trabajos remunerados, visitas de universidades, voluntariado… Tanto mensaje llega a abrumar, es cierto, pero me gusta echarles un vistazo rápido y no puedo evitar maravillarme ante la inmensa oferta de actividades que tiene a su alcance esta generación de estudiantes.

Entre todos esos correos electrónicos estaba, hace cosa de un mes, uno que daba a conocer un evento que organizaba una alumna de 16 años. Convocaba a una Cumbre de una organización sin ánimo de lucro llamada Girls who Start  (Niñas que empiezan) de la que ella es cofundadora y que busca inspirar a las chicas para que se conviertan en emprendedoras y líderes. Quise saber un poco más y me metí en la página web. Vi que se trataba de un programa de medio día de duración hecho por y para jóvenes, bien estructurado y mejor diseñado. Daba a las estudiantes la oportunidad de escuchar historias y consejos de una serie de mujeres emprendedoras que estaban al frente de empresas de diferentes sectores. Entre ellas habían conseguido que participara la propia Elle Macpherson, supermodelo, emprendedora y madre.

Me pareció interesante y animé a mis dos hijas, de 13 y 17 años, a que asistieran. Podía ser una buena oportunidad de entrar en contacto con un mundo muy ajeno al que ellas ven en nuestro entorno más próximo, donde el emprendimiento empresarial brilla por su ausencia. Era totalmente gratuito y se celebraba en el bonito barrio de Georgetown. Una buena forma de que pasaran la mañana de un sábado. Y, para mi sorpresa, les atrajo la idea y se apuntaron.

Allí fuimos este fin de semana. El empaque del edificio en el que tenía lugar la reunión, la joven que te recibía a la entrada, las que registraban a las asistentes, las que entregaban las carpetas con el programa del día… todo lo que yo pude ver al acompañar a mis hijas a la entrada estaba perfectamente previsto, planificado y desarrollado. Había unas doscientas asistentes, desde estudiantes de 7º curso hasta universitarias. Tras dar sus datos y una vez comprobada su inscripción previa (el evento había colgado el cartel de completo desde hacía tiempo y había una buena lista de espera) mis hijas desaparecieron entre la multitud. Tras numerosas ponencias y talleres con un descanso para la comida (que estaba incluida y que ofrecía menús alternativos para las alergias), volvería a buscarlas. Tenía ante mi cuatro horas estupendas para pasear por Georgetown en plena eclosión primaveral, horas que pasaron demasiado rápido, todo hay que decirlo.

En este bonito edificio de Georgetown tuvo lugar la Cumbre
Me deja puesta que una niña de 16 años tenga la iniciativa y la capacidad de organizar un evento de estas características con tal grado de profesionalidad. Que consiga financiación y apoyo en un mundo de adultos, porque a la vista estaba que no era un acto de bajo presupuesto. Que se gane la confianza de todos y que consiga que crean en ella. Que busque inspirar a otras jóvenes de su misma edad con casos reales y con protagonistas de mayor o menor éxito. Y, sinceramente, me alegro de que su evento haya sido un éxito

Mis hijas salieron cargadas de regalos de los patrocinadores y estuvieron hablando largo rato de las distintas anécdotas que escucharon de las ponentes, de por qué hay menos mujeres empresarias y de si es debido a que no confiamos en nosotras mismas o a que los demás no confían en nosotras. Y yo pensaba en que las verdaderas emprendedoras en este evento habían sido las muchachitas que lo habían organizado, que se habían empeñado en sacar adelante esa empresa para que otras niñas como ellas se animaran a acometer las suyas. Pensaba en que esas niñas seguramente llegarían lejos y que es estupendo que en plena adolescencia se entusiasmen con proyectos de este tipo y que el entorno en el que viven las apoye para hacerlos realidad. Porque ese respaldo de una sociedad que colabora con los proyectos de los demás gustosamente, en la medida de sus posibilidades y que rara vez se desentiende, no lo he visto en ninguna parte como en Estados Unidos. Forma parte de los valores de este país, cultivados desde la niñez, en casa y en la escuela, y me encanta. ¡Enhorabuena a todas las emprendedoras!

lunes, 29 de enero de 2018

Modelos y modelitos

Una vez a la semana mi hija pequeña, de 11 años, se queda una hora y media más en su colegio (público) para participar en una actividad extraescolar llamada MUN o Model UN (Modelos de Naciones Unidas). Completamente gratuita, como lo son todos los clubs organizados por la escuela, es una de las más solicitadas y le costó hacerse con una plaza. Confieso que cuando me pidió autorización para apuntarse yo no tenía mucha idea de en qué consistía. En seguida me explicó que es una actividad en la que los alumnos aprenden sobre diplomacia, relaciones internacionales y la propia Organización de las Naciones Unidas (ONU) y el fin último es asistir a las simulaciones de las sesiones que se celebran en los principales órganos de la ONU. Esas sesiones solo tienen lugar dos veces al año y tendríamos que llevarla a la sede de algunos de esos órganos en Washington DC. “Son mega eventos, mamá, en los que participamos los representantes de muchísimos colegios”. Por supuesto le dije que sí y firmé el papelito.

En seguida empezó a llegar el bombardeo de información que acompaña cualquier actividad que quieres hacer en este país. Autorizaciones para que se inscribiera en tal comité, cartas informativas sobre los temas que se iban a debatir, solicitudes para que se uniera a la delegación del país de su elección… y todo tan profesional y tan rigurosamente organizado que más de una vez tuve que cerciorarme de que la destinataria de tales requerimientos era una alumna de 6º de primaria y no sus progenitores.

A su dirección de correo electrónico escolar llegaron los temas contemplados para la siguiente gran Conferencia en la que iban a participar y, sin que los padres interviniéramos en el proceso, “respetando sus intereses”, tuvo que informarse con los links proporcionados y elegir uno de ellos teniendo en cuenta el país al que le gustaría representar: energías renovables (para cualquiera de los 193 países miembros de la ONU), diplomacia en el deporte e igualdad de género (restringido a los países miembros del COI), crisis de malnutrición (solo para los países miembros de la FAO), niños soldados (solo para los países miembros de UNICEF) y “Arco de inestabilidad: crisis en el Sahel y en la cuenca del lago Chad” (sólo para países miembros del Consejo de Seguridad). Por supuesto, se informó, sopesó sus intereses y eligió en consecuencia. Me quedé puesta.

Aquí tuvo lugar la Conferencia
Me maravilla que niños que acaban de entrar en middle school tengan oportunidad de tomar contacto con el mundo de la diplomacia sin edulcorarles su contenido, enfrentándoles a temas reales que van a debatir en instituciones reales, en un ambiente que imita a la perfección la forma de trabajar de esos profesionales, participando en debates, negociaciones o deliberaciones, defendiendo ideas tal vez contrarias a las suyas  y, además, todos tengan la certeza de que lo van a hacer bien, con motivación y responsabilidad. ¿De quién es el mérito? ¿Cómo consiguen que se entusiasmen con esos temas y decidan quedarse una hora y media más en el colegio todos los jueves, durante todo el año, para profundizar en temas que normalmente pensamos que no les suscitan ningún interés?

Código de vestimenta masculino
Conforme se fue acercando la fecha de la primera gran Conferencia su emoción (y nerviosismo) crecía. Tendría lugar nada  menos que en la sede de la Organización Panamericana de la Salud, y de nuevo volvieron a llegar las decenas de correos electrónicos a los padres sobre los aspectos puramente organizativos: hora de salida del colegio, planillas para compartir coches, horario de comida, lugares donde comprar comida o donde comer la que llevaran de casa, firma del pliego de autorización para que su imagen en el evento pudiera ser reproducida con fines informativos… y el código de vestimenta o modelito que tenían que llevar. Todos debían ir en Western Bussiness Attire, o  Vestimenta de negocios occidental, es decir, no vaqueros, no camisetas o sudaderas, no chanclas o calzado deportivo, no trajes nacionales.  Y, por si pudiera quedar alguna duda, añadían: “piensa en cómo se viste tu Senador más cercano para hacerte una idea más precisa”. Y me volví a quedar puesta. Seguro que los niños de 11 años de este país saben perfectamente cómo se viste y cómo se llama el Senador que los representa y yo ni sé, ni he sabido, ni me he preocupado por saber el nombre de ninguno de los de España.

No es de extrañar, claro, que cuando en la universidad, con 20 años, tuve que memorizar la estructura de la ONU, me pareciera el mayor de los rollos posibles mientras que los niños del club extraescolar de mi hija te hablan de los distintos comités y de sus funciones como si te contaran  el menú de la cafetería del colegio, sin siquiera tener conciencia de que lo saben. Pero claro, a los 11 años, o a los 15, si me apuro, yo no tenía ni idea de que existiera la ONU aunque, eso sí, me sabía al dedillo la definición de límite matemático y eso seguro que mi hija no se lo va a saber. Jaaaaa.

Post-post:
Los que queráis ver un pequeño vídeo de esa Conferencia, podéis pinchar aquí.
Foto PAHO Adam Fagen

lunes, 17 de octubre de 2016

Ana es "patrol"

A finales del curso pasado, mi hija pequeña (10 años) decidió que quería ser “school patrol”. Yo no es que tuviera mucha idea de en qué consistía (es más, ni siquiera sabía que se pronunciaba “patról”, con una “o” larga acentuada y no como una palabra llana al estilo de nuestro “Níssan Pátrol”) pero, viendo la seriedad y la ilusión que Ana le puso, no pude más que interesarme por el tema.

Los Safety Patrols son un grupo voluntario de colegiales que, en principio, asisten a los niños en los cruces de las calles en horario escolar, en las subidas y las bajadas del autobús del colegio, en los movimientos de alumnos dentro de las instalaciones y en otras tareas que se consideren adecuadas, siendo siempre un buen ejemplo para sus compañeros.

Este movimiento de voluntariado fue organizado en los años 20 por el Chicago Motor Club y posteriormente coordinado a nivel nacional por la American Automobile Association (AAA) con el objeto de dar seguridad a los niños en una sociedad en la que el número de automóviles iba creciendo exponencialmente. El objetivo era “dirigir niños, no tráfico” y paulatinamente se fue extendiendo por todo el país hasta el punto de que hoy en día unos 650.000 niños hacen tales tareas en 34.000 colegios americanos, convirtiéndose en el mayor programa de seguridad y tráfico a nivel mundial.

Al parecer únicamente pueden ser Patrols los  alumnos del último curso de primaria, que ya tienen la veteranía para el cargo y sólo tras cumplir con un procedimiento bien regulado. Primero tienen que escribir una carta al encargado de los Patrols del colegio explicando por qué piensan que pueden merecer el puesto, cuáles son los aspectos de su personalidad más adecuados para tales funciones, dando ejemplos de su vida cotidiana que demuestren su responsabilidad y ejemplaridad e indicando qué pueden aportar al equipo de Patrols. El comité escolar tarda un tiempo en leer las cartas e indicar, en una esperadísima reunión, cuáles son los elegidos. Y Ana lo fue (la verdad es que lo fueron la mayoría de los que se presentaron) para su gran alegría y satisfacción.

A partir de ese momento tuvo que empezar a aprenderse de memoria el Juramento del Patrol y ser la sombra hasta fin de curso de alguno de los que que dejarían de serlo por no estar ya en el colegio el curso siguiente. Durante ese tiempo, el escolar experimentado le hizo el trasvase de sus tareas y responsabilidades asegurándose de su aprendizaje y, tras comprobar que el Juramento estaba bien comprendido y memorizado, dio el visto bueno para su nombramiento.  Eso sí, hasta hace unos días no le hicieron entrega del famoso cinturón amarillo y el “badge” o chapa que acreditan a todo patrol oficial y que es lo que más le gusta, porque así su “autoridad y dignidad” es mayor.

Cinturón y chapa de los "patrols"
Aunque en el colegio de Ana no ayudan a los niños peatones porque no se considera lo suficientemente seguro para todos, cada mañana y cada tarde es la última en subir al autobús del colegio tras comprobar que no queda ningún niño, verifica que todos están sentados antes de arrancar, busca a los parvulitos que van en su ruta, llama la atención a los niños que bajan corriendo las escaleras, ayuda a los pequeños en las horas de comedor que tiene asignadas … y, así, un sinfín de actividades. Una de las más codiciadas por los niños y que a ella personalmente le encanta por el protagonismo que le da, es izar y arriar las banderas de Estados Unidos y de Maryland. Y como curiosidad, si en algún momento se le cae la primera al suelo la tiene que besar 50 veces, una por cada Estado de la Unión; si es la segunda, 1 vez.  


A mí esta manera que tienen los americanos de valorar el trabajo voluntario y la asistencia a los demás me deja puesta porque, además, consiguen desde edades muy tempranas que los niños lo hagan con orgullo provocado por la admiración y el respeto de sus compañeros. En mi colegio, desde luego, nadie hubiera querido asumir tales tareas y, si alguno lo hiciera, estoy segura de que le acabaríamos llamando “pelota”, “chivato” o algo peor. Posiblemente hoy en día en España los padres protestarían diciendo que se les están encargando a los niños tareas que no les competen. Aquí consideran que los niños son perfectamente capaces de realizarlas, se les dan responsabilidades, se les premia con admiración y el sistema público de enseñanza se ahorra un dinero que puede destinar a otras necesidades educativas.




lunes, 19 de septiembre de 2016

Crónica amarilla y rosa

Hoy, a las 8:15 de la mañana, sonó el teléfono. Aquí no es una hora temprana. Nos habíamos levantado como siempre a las 6:15, Adela ya había cogido su autobús escolar a las 7:00, Gabriel se había ido en coche a trabajar y Miguelito hacía 20 minutos que había salido con su bicicleta rumbo al colegio. Como veis, utilizamos una variedad de medios de transporte, pero a mí me encanta el autobús escolar.

El Condado de Montgomery, Maryland, en donde tenemos el privilegio de vivir, es popular en todo el país por su calidad educativa y por los fantásticos medios de los que disponen los colegios. Y los autobuses escolares no podían ser menos.

Los archiconocidos autobuses amarillos, puntualmente y de forma totalmente gratuita, recogen y dejan a tus hijos en la parada designada, que suele estar muy próxima a tu casa (yo veo a mi hija pequeña desde la ventana). Pero es que el Condado de Montgomery es muy grande y transporta diariamente a 100.000 estudiantes ida y vuelta casa/colegio/casa y aquí es donde se demuestra la fantástica capacidad organizativa de los americanos.

Hay que reconocer que tienen una flota enorme de autobuses (1.267, según datos oficiales) pero la misma flota da servicio a los cuatro tipos de colegios que existen en este país: Elementary (equivalente a nuestra Primaria), Middle School (equivalente a nuestros 6º EP y 1ºy 2º ESO), High School (equivalente a nuestros 3º y 4º ESO y 1º y 2º Bachiller) y Magnet Schools (que son una especie de Middle school pero especializados en áreas educativas: tecnología, ingeniería, artes, sociales, etc). Para ello las horas de entrada y de salida de las diferentes etapas educativas están escalonadas y con independencia de que yo me pase buena parte de la mañana poniendo desayunos para mis tres hijos, cada uno en un colegio distinto, este sistema les permite maximizar el uso de sus autobuses y de sus chóferes.

Ana subiendo a su autobús
Los autobuses escolares no transportan a todo el mundo. Hay que vivir a una distancia mínima determinada del colegio para poderte acoger a este servicio, distancia que, lógicamente, va aumentando en función de los grados escolares; así, los alumnos de primaria tienen que vivir a más de 1 milla, los de intermedio a más de 1,5 millas y los de High School a más de 2 millas. El resto tiene que ir por sus medios sea andando, en bicicleta, en coche o como buenamente quiera.


Y he aquí la razón de que Miguelito vaya todos los días en bicicleta, porque, para su desgracia, ya que le hace mucha ilusión coger el autobús, no vivimos lo suficientemente lejos de su colegio. Así que cada mañana, con frío o calor, ata su trompeta a la baca de la bicicleta y pedalea rumbo a su escuela. Pero esta mañana, a mitad de camino, se le enganchó una cinta en los piñones de la bicicleta, no conseguía sacarla y un alma caritativa le prestó un teléfono para llamarme (debe de ser el único niño del colegio que no tiene móvil: desgracia nº 2). Así que me tocó ir a buscarle, meter la bici atascada en el maletero y llevarle al colegio.


Cuando yo regresaba a casa, ya no era temprano para los usos locales, me llamó la atención una joven que paseaba el perro. Llevaba el pelo revuelto recogido en una coleta, unos pantalones floreados asomaban debajo de una prenda rosa anudada a la cintura, y me dí cuenta de que iba, tan tranquilamente, en pijama y bata por una calle bien transitada. Adela, mi hija mayor, me contó el año pasado muy asombrada  que varios de sus compañeros iban en pijama al colegio. Ni ellos se cortan un pelo, ni a nadie, profesores o director incluido, le llama la atención. Yo me he vuelto a quedar puesta. Sé que por muchos autobuses que pongas y muy bien que los organices, es muy difícil evitar que a los chavales se les peguen las sábanas, ya sea para pasear al perro o para ir al colegio. Pero también sé que uno sale a la calle vestido, lavado y peinado. ¿O será que eso ya no se enseña?