No importa el tiempo que lleve viviendo en un país, y ya llevo unos cuantos, siempre encuentro algo que me acaba sorprendiendo. A veces es un lugar, otras es una comida, las más son las personas o cómo se comportan. Este espacio es para compartir esos aspectos, a menudo simples detalles, que, puesto tras puesto, me llaman la atención y me recuerdan que siempre hay algo novedoso en la vida, sólo hay que darle la importancia que se merece.
lunes, 31 de octubre de 2016
Trick or treat
Esta noche es Halloween y nosotros ya lo
tenemos todo listo desde hace tiempo. El año pasado compramos un esqueleto
maravilloso de 1,90 metros de altura al que bautizamos como Mr Bones y lo
colgamos de uno de los árboles del jardín delantero. Pero estaba un poco solo
así que este año hemos añadido un par de fantasmitas blancos y tres lápidas,
hemos sentado a Mr Bones entre ellas y está tan a gusto en su camposanto que
dudo mucho que nos deje meterlo mañana en una bolsa hasta el año viene.
Yo nunca había celebrado Halloween,
siempre me había negado a adoptar una festividad que consideraba invención de
los comerciantes para aumentar sus ganancias. Cuando vivíamos en México sí que
abracé entusiasmada el día de Muertos. Me cautivó desde el principio el
colorido de sus decoraciones, los altares de muertos tapizados de cempaxochitl
o flores amarillas y naranjas donde ponían las fotos de los seres queridos
rodeadas de sus comidas favoritas, su tequilita y hasta su cigarrito; me
fascinaba que se llenaran los cementerios día y noche y la gente se sentara a
comer sobre la tumba del familiar que había pasado al otro mundo y que hasta le
llevaran mariachis para alegrarle y mostrarle su cariño. Me parecía fantástico
que se celebrara la muerte como se celebra la vida, que ese día fuerauna ocasión para acordarnos de los seres
queridos que ya no están con nosotros de una forma tan alegre y tan distinta de
la sobriedad y tristeza con la que yo siempre había vivido el día de Difuntos
en España. Hasta me hice con una pequeña colección de catrinas (de las que ya
sólo me queda una) que son esas calaveras vestidas como damas de la alta
sociedad cuyo aspecto macabro ha horrorizado a cuantos las han visto en mi casa
cuando ya no estábamos en México.
Nunca más he vuelto a celebrar estas
fechas porque durante los siete años que pasamos posteriormente en Oriente
Medio nada invitaba a hacerlo ya que los musulmanes no tienen ese culto a sus
muertos. Añoraba los “huesitos de santo”, esos mazapanes con forma de fémures
que mi abuela siempre compraba en una pastelería de la calle Uría de Gijón, y
poco más. Y ahora héme aquí, en este mundo anglosajón, lanzándome de cabeza a
la celebración de Halloween y decorando mi jardínpara la gran noche del “Truco o
trato” (“Trick or treat”) con el que los niños te retan para que les des
caramelos. Y aunque es divertido, es todo demasiado aséptico e infantil y me
parece, qué le voy a hacer, una celebración vacía.
La casa de los vecinos
Visto con ojos ibéricos me deja puesta
que desde el mes de septiembre en las tiendas no haya más que decoraciones de
Halloween, pero más puesta me deja si cabe que los americanos se pasen el año
cambiando las decoraciones de sus casas, como si jugaran a vestir muñecas. Me
explico: nosotros aterrizamos en el país a mediados de agosto y enseguida
empezó la decoración de Halloween con esqueletos, cuervos o calabazas de todos
los tamaños; siguió Acción de Gracias y las vajillas, las fuentes, los manteles
o las coronas que se cuelgan de las puertas de entrada de las casas se
inundaron de pavos de todas las formas y colores; diciembre llegó al paroxismo
lumínico con los adornos navideños de toda temática posible; tuvimos un pequeño
descanso hasta que los conejitos de Pascua y la celebración de la primavera
volvieron a inundar jardines delanteros y traseros y, por estar en España de
vacaciones, nos perdimos la locura del 4 de julio aunque fuimos testigos de los
millares de diferentes artículos de colores patrios que se venden por esas
fechas. Tanto es así que, al percatarme de que la gente dejaba sus coches aparcados
fuera del garaje le pregunté a la vecina el motivo y la respuesta me volvió a
dejar puesta: porque no les caben los coches dentro a causa de los trastos y
cajas de adornos que la gente guarda allí. Y cuando me abrió los portones automáticos
para que echara un vistazo al interior de su garaje, me lo creí.
Es verdad que en España no somos dados a
decorar nuestras viviendas de esa manera. No sé si será por falta de espacio,
de presupuesto, de creencias o por exceso de vagancia para hacerlo, pero lo cierto
es que ya nos limitamos, como mucho, a unos mínimos adornos navideños en nuestras casas y eso cada vez menos. Y también es verdad que la secularización generalizada que nos
rodea no invita a la exteriorización de aquellas expresiones culturales basadas
en creencias religiosas que, a la larga, son la mayoría en nuestro país de
tradición católica. Así que cuando veo aquí el fervor con el que se entregan a
celebrar sus fechas, me quedo puesta porque ellos han vaciado de contenido
religioso sus principales celebraciones (incluso Acción de Gracias, que lo
celebran todas las familias americanas sin importar su credo religioso y que
tiene más importancia que la Navidad) y han imbuido las que han podido de
carácter nacional y patriótico. Y eso no ofende a nadie, forja el espíritu de
una nación y hace crecer la economía americana. Una jugada redonda.
Sí, es una calabaza
Y eso es precisamente Halloween, un
embalaje maravilloso para una caja vacía. Aunque hay que reconocer que es muy
divertido ver cómo la vecina de 70 años enloquece llenando su porche de gatos
negros, calabazas terroríficaso zombies
cuyos sensores les hacen emitir aullidos espantosos y temblar en espasmos
arrítmicos, o ir a una de las muchas tiendas de “Halloween extreme” a pasar un rato probándote todas las máscaras
posibles y ver los miles de artículos de temática "gore" a la venta, o admirar las
calabazas talladas del vecindario, algunas auténticas obras de arte. Yo me he
dejado seducir completamente y esta noche nuestro querido Mr Bones estará
pletórico. Dejémosle que disfrute.
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