La primera vez que oí en mi vida la palabra mulch fue en un correo electrónico del departamento de deportes del High School de mi hija. Estábamos a finales de enero y avisaban con gran entusiasmo de que la temporada de mulching estaba a punto de comenzar a la vez que solicitaban la colaboración de padres y atletas para el Mulch Day en el colegio. Los integrantes de cualquier club deportivo de la escuela tenían (obligatoriamente) que personarse en el estacionamiento a las 8 de la mañana del sábado día X de marzo para ayudar a cargar, y los padres podíamos ser voluntarios recogiendo y conduciendo durante toda la mañana las furgonetas de alquiler para distribuirlo en las casas de los clientes con la ayuda de dos o tres estudiantes como porteadores. Podíamos (y debíamos, como insistían en su misiva) comprarlo en el colegio para nuestros propios hogares y de esa manera contribuir a que los equipos deportivos aumentaran el presupuesto para sus gastos. Todos saldríamos ganando. No tenía ni idea de lo que me estaban hablando y corrí a un diccionario bilingüe: “Mulch: 1. Sustantivo. Mantillo, abono, cobertura de suelo. 2. Verbo. Cubrir algo con mantillo”. Me quedé puesta. No tenía ningún sentido y mi hija, cuya presencia requerían, no supo tampoco explicarme qué diantres significaba eso. El correo electrónico quedó pronto sepultado bajo los que fueron llegando en días sucesivos y lo olvidé por completo.
Cuando fui a primeros de marzo a dejarla en el colegio para el entrenamiento de los sábados (su equipo entrena seis días a la semana/2 horas diarias) vi que buena parte del aparcamiento estaba ocupado por cientos de palés que contenían unos sacos plásticos. Tenía toda la pinta de ser material de construcción para alguna obra y, a juzgar por la cantidad, de considerable envergadura. En días siguientes empecé a ver esos mismos sacos con más asiduidad. Mis vecinos de la izquierda aparecieron una tarde con 30 ó 40; la vecina de enfrente, los duplicaba; los del principio de la calle los tenían repartidos en pilas de 10 alrededor de la vivienda… A mediados de marzo los sacos habían invadido las rampas de los garajes, yo ya había descubierto que contenían el famoso mulch y estaba a la expectativa de ver qué hacía todo el mundo con esos kilos y kilos de mantillo.
La mayor parte de mis residencias han sido casas, con un jardín más o menos pequeño. Solamente una de ellas tenía, en una parte donde estaban plantadas unas matas de romero y lavanda, unos palitos de color marrón que cubrían la tierra y le daban un aire muy cuidado y elegante. Nunca he sido muy aficionada a la jardinería y la verdad es que no tenía ni idea de que lo que yo llamaba “los palitos esos” en realidad se conociera como mantillo. Tampoco sabía que su fin no es solamente ornamental, sino que ayuda a preservar la humedad y la temperatura de la tierra y a evitar la aparición de malas yerbas o que hay que reponerlo todas las primaveras, como yo nunca hice y como aquí sí hacen. Y a lo bestia, porque no es que echen unos cuantos palitos por aquí y por allá, sino que ponen alrededor de cada árbol, arbusto o hilera de plantas una capa bien espesa, de unos 5 centímetros de grosor, que no permite atisbar ni un solo terrón. Y claro, para eso hacen falta muchos sacos de mantillo.
Este sábado volví al colegio a las 8 de la mañana y más de un centenar de estudiantes, entrenadores y padres voluntarios se movían afanosos entre los palés de mulch y las furgonetas de alquiler. Los vehículos entraban y salían del aparcamiento y las casas del vecindario ya tienen sus pilas de sacos en los jardines. La semana pasada estaba nevando pero ahora no tengo ninguna duda, la primavera ya casi está aquí. Es mulch season y no puede ser de otra manera.
Fotos: The Black and White, periódico del Walt Whitman High School
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