lunes, 15 de enero de 2018

Lo nunca visto

Ya pensaba que no existían. He pasado dos años buscando esos locales donde nada más sentarte llega una camarera con la jarra de café y los menús y te saluda mientras te va sirviendo una taza humeante. Al principio tenía el convencimiento de que habría también pie de limón o una tarta de manzana recién sacada del horno pero, tras un par de años de vivir en el país, había perdido la esperanza de encontrar productos “home made”. Pregunté a muchas personas, americanas y extranjeras, dónde podrían estar esas típicas cafeterías pero nunca me dieron pista alguna. Se limitaban a sonreír con cara de no haber visto jamás una película americana. Con todo, nunca he dejado de perseverar. Muchas veces nos hemos desviado del camino en la búsqueda infructuosa de lo que ya empezaba a considerar una quimera que había crecido alimentada por la industria del cine.

Paramos en Appomattox un poco por casualidad, al regreso de un viaje que nos había llevado hasta Georgia. Aunque nos alejaba de la ruta marcada, Gabriel consideró INDISPENSABLE visitar el pueblo donde, en 1865, el general confederado Lee se rindió ante el unionista Grant dando fin a la guerra civil en Estados Unidos. Mis hijos habían estudiado todo esto en sus clases de historia en el colegio y yo apenas tenía la imagen de los caracteres en negrita del libro de texto que resaltaban Appomattox como crucial en la historia de Estados Unidos. Así que, ¿por qué no visitarlo?

¿No es monísimo ese ranger? (el resto, también)
Hay allí un Parque Histórico Nacional donde los siempre amabilísimos rangers te cuentan que la casa en la que tuvieron lugar las negociaciones era la única que quedaba habitada porque los dueños no habían tenido dónde huir al ser nuevos en la zona. Su vivienda anterior, en Manassas, ya había sido destrozada por la guerra. En la acogedora residencia de los McLean, 90 minutos bastaron para que ambos generales llegaran a un acuerdo caracterizado por la caballerosidad de las partes, que buscaban un horizonte de paz tras la más cruenta de las guerras en el país.

Un hito histórico. Pero resulta que ahora esa pequeña localidad del sur de Virginia quedará en mi memoria indisolublemente ligada no al armisticio sino al lugar que me demostró que sí existen locales de comida casera en el país de las cadenas de  restaurantes. Digo de antemano que Appomattox es un pueblo diminuto, que el downtown tiene solamente una calle comercial donde está la oficina de turismo atendida por una jubilada encantadora. Ella fue la que nos dijo que cruzáramos la calle y fuéramos a Granny Bee's, “donde vamos los locales”.

Allí comí con un café que humeaba, me rellenaron la taza sin pedirlo, me tomé una sopa que, sin ser la bomba, se notaba que estaba recién hecha, los aritos de cebolla de los niños no eran congelados y la camarera le sirvió higaditos fritos a Gabriel sin morirse de asco. Y aunque no tomamos postre porque ya no nos cabía, nos aseguraron que todos eran caseros. Lo nunca visto. Eso sí que es un hito.

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