lunes, 8 de enero de 2018

Lobbies

Cuando en Nochevieja regresábamos a casa tras cenar con unos amigos, vi que los vecinos ya habían tirado el árbol de Navidad a la basura. Me quedé puesta. Eso sí que es rapidez. Al día siguiente el número de arbolitos se había multiplicado y el martes, que es cuando pasa el camión de la basura (ver entrada Thanks God it's Tuesday), el vecindario parecía un triste cementerio vegetal. Me dio mucha pena ver que esos árboles tan bonitamente decorados e iluminados hacía apenas unas horas estaban ahora desnudos y congelados a la orilla de la carretera esperando que el camión de residuos de jardinería los triturara sin dejar rastro alguno de su cadáver en el hogar que habían llenado de calidez. Me pareció una imagen tristísima.

Y esa estampa de desolación debe de haberse visto por todo Estados Unidos. Según la Asociación Nacional de Árboles de Navidad (¿no es alucinante que en este país haya asociaciones para todo?) cada año entre 25 y 30 millones de hogares americanos compran un árbol de Navidad natural. Para ello han ido a uno de los múltiples puestos de venta que surgen de la noche a la mañana en las carreteras o a alguna finca por donde puedes pasear con tu familia, elegir el ejemplar que quieres comprar e incluso cortarlo tú mismo para hacer la experiencia más auténtica. Si encima te pones un gorrito de lana y la camisa de leñador quedas de lo más hipster con el árbol amarrado a la baca de tu coche volviendo hacia tu casa.

Todo para tirarlo a la basura antes de un mes porque aquí, para más inri, nadie celebra la llegada de los Reyes Magos con lo que las fiestas se acaban mucho antes. Pobres arbolitos, crecer tan hermosos para tener un final tan triste. Si ya de por sí suelo entrar en un profundo estado de melancolía cuando veo que se acerca la fecha de desmontar los adornos navideños, desenredar las luces, guardar las bolas en sus cajas correspondientes, desempolvar las cintas y guirnaldas, embalar la estrella… ahora resulta que me invade una conciencia ecologista con la que no contaba.

Finca de árboles de Navidad en Iowa
Según la mencionada asociación, solamente en Estados Unidos hay cerca de 350 millones de árboles de Navidad que están creciendo en fincas destinadas para tal propósito. Por cada árbol que se tala en invierno, en primavera se plantan de una a tres semillas gracias a los más de 4.000 programas de reciclaje de árboles. Arboles plantados en más 350.000 acres de terreno de 15.000 fincas americanas que emplean a más de 100.000 trabajadores. El pensar en los bonitos retoños que estarían creciendo en las montañas de Oregón, Carolina del Norte, Pennsylvania, Michigan, Wisconsin o el Estado de Washington disipó la nube de tristeza que había surgido tras la visión de mi vecindario.

Luego seguí leyendo que el 80% de los árboles artificiales que se venden en Estados Unidos son made in China, según datos oficiales. Y mientras los árboles naturales son reciclables y renovables, los artificiales contienen plásticos que no son biodegradables así como posibles metales tóxicos, del estilo del plomo.

En mi casa es costumbre que el árbol de Navidad siga profusamente decorado y lleno de luces hasta que pase la Epifanía. Sin embargo, esta información que ahora tengo me estaba haciendo mirar con desconfianza la imperecedera artificialidad del árbol que compré de segunda mano nada más llegar a EEUU. A saber la cantidad de plomo que estaría liberando por cada una de sus agujas de pino de imitación. Lo quité bien tempranito ayer. No he querido buscar la etiqueta para averiguar dónde está hecho; sospecho que no habrá sido fabricado en ese 20% no chino. Desde luego, los lobbies de la industria navideña hacen bien su trabajo.

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