Hace años que sufrimos en mi familia una relación
de amor-odio con las ardillas. Los primeros síntomas hicieron su
aparición con una bonita pareja de estos roedores que vivía en un pino de
nuestra casa de España. La simpatía que despertaban en mis hijos era
inversamente proporcional al odio que provocaban en su padre. Resulta que las
malditas ardillas comían a todas horas las malditas piñas del maldito pino y,
encima, tiraban las cáscaras a la terraza y a la piscina, que estaban siempre
hechas un asco. Y él era el encargado de limpiarlas. El libro que los niños le
escribieron y regalaron para el día del padre con el título “Gabriel y la
ardilla” es reflejo de aquella época.
Los años que pasamos en el desierto con su
calor asfixiante y su ausencia de árboles fueron estupendos para curar una
fobia que empezaba a ser preocupante. Allí no había ardillas saltarinas ni nada
semejante, como máximo voraces hormigas minúsculas y enormes escorpiones negros
que si no fuera por su aspecto tan amenazante bien podrían sustituir a las
cigalas en una rica paella.
Pero al llegar a Estados Unidos entramos
en fase aguda. La población de ardillas de este país es altísima y choca
frontalmente con la nueva pasión de Gabriel: los pájaros. En un árbol del
jardín colgó un comedero con alpiste para atraer a las aves y tras conseguir
avistar varios ejemplares, enseguida solo pasamos a ver, a todas horas, a una
ardilla vaciando vorazmente el recipiente. Decidió, entonces, separar el
comedero de la rama del árbol con una cadenita metálica de algo más de un metro
de longitud. La ardilla enganchaba sus uñitas en los eslabones y bajaba como si
fuera una práctica escalera. Sustituyó la cadena por un alambre; la ardilla se
deslizaba por él como si fuera un tobogán.


Post-post:
No hay parque en Estados Unidos que no
esté plagado de ardillas. Pero no siempre fue así. Hasta el siglo XIX rara vez
salían de los bosques. Fue Filadelfia, en 1847, la primera ciudad de Estados
Unidos que soltó tres ejemplares de ardilla
en una plaza y colocó comederos y cajas para que les sirvieran de
cobijo. Maravilló a locales y visitantes. Boston y New Haven la imitaron y
cuando en 1877 Nueva York soltó ardillas en el Central Park la moda se extendió
por buena parte del país. La variedad de la costa este, la ardilla gris o sciurus carolinensis, es atrevida,
curiosa y hasta “cotilla”, como la calificó no hace mucho un diario del Reino
Unido, país donde se la combate por presentar una seria amenaza para la ardilla
roja, mucho más tímida y esquiva, rasgos de carácter más valorados por los
flemáticos británicos.
Y esta semana el diario The Washington
Post ha publicado los resultados del WPSWSPC'18 (Washington Post Squirrel Week Squirrel Photography Contest), su concurso anual de fotografías de ardillas, con
gran éxito de participantes. Nosotros no hemos podido concursar. Gabriel no
deja que ni una ardilla se nos acerque.
Ja ja. He pasado un buen rato imaginándome las escenas del coyote Gabriel y la ardilla correcaminos. Muy bueno el post. Besinos grandes y pequeñinos
ResponderEliminarjaaa me encanta, es genial, me gustaría haberla visto en sus hazañas para conseguir la comida, son geniales.
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