lunes, 23 de abril de 2018

Una de ardillas

Hace años que sufrimos en mi familia una relación de amor-odio con las ardillas. Los primeros síntomas hicieron su aparición con una bonita pareja de estos roedores que vivía en un pino de nuestra casa de España. La simpatía que despertaban en mis hijos era inversamente proporcional al odio que provocaban en su padre. Resulta que las malditas ardillas comían a todas horas las malditas piñas del maldito pino y, encima, tiraban las cáscaras a la terraza y a la piscina, que estaban siempre hechas un asco. Y él era el encargado de limpiarlas. El libro que los niños le escribieron y regalaron para el día del padre con el título “Gabriel y la ardilla” es reflejo de aquella época.

Los años que pasamos en el desierto con su calor asfixiante y su ausencia de árboles fueron estupendos para curar una fobia que empezaba a ser preocupante. Allí no había ardillas saltarinas ni nada semejante, como máximo voraces hormigas minúsculas y enormes escorpiones negros que si no fuera por su aspecto tan amenazante bien podrían sustituir a las cigalas en una rica paella.

Pero al llegar a Estados Unidos entramos en fase aguda. La población de ardillas de este país es altísima y choca frontalmente con la nueva pasión de Gabriel: los pájaros. En un árbol del jardín colgó un comedero con alpiste para atraer a las aves y tras conseguir avistar varios ejemplares, enseguida solo pasamos a ver, a todas horas, a una ardilla vaciando vorazmente el recipiente. Decidió, entonces, separar el comedero de la rama del árbol con una cadenita metálica de algo más de un metro de longitud. La ardilla enganchaba sus uñitas en los eslabones y bajaba como si fuera una práctica escalera. Sustituyó la cadena por un alambre; la ardilla se deslizaba por él como si fuera un tobogán.

Cuanto más aumentaba la desesperación de Gabriel más crecía nuestra simpatía por la ardilla. Empezó a salir haciendo aspavientos, dando gritos o palmadas cada vez que veía que el roedor se acercaba al comedero. En vano. Compró una especie de poste metálico con un gancho al final para colgar el comedero y lo plantó en mitad del jardín con el fin de evitar que la ardillas pudieran saltar desde las ramas pero, haciendo fuerza de riñón, el animalito conseguía escalar la vara como si fuera un marine en el entrenamiento de la cuerda vertical. Mi suegro recomendó cubrir la pértiga de aceite lo que, al principio, funcionó y nos hizo pasar buenos ratos viendo cómo la ardilla llegaba casi al final y luego empezaba a resbalar cual bombero bajando por la barra. Pero en cuanto el aceite se secaba no servía de nada.  Entretanto el comedero se vaciaba cada dos días, la ardilla cada vez estaba más gorda y los pájaros ni se acercaban. ¿No es como un episodio de dibujos animados?

Piensa en algún problema y en Estados Unidos encontrarás un producto que, previo pago de unos cuantos dólares, te asegura que es la solución. La ferretería del pueblo tiene una sección enorme destinada a los pájaros (nidos con forma de casita, comederos, bebederos, alpistes específicos para distintos tipos de pájaros, cachivaches de todo tipo) y, cómo no, allí estaba el regalo de Reyes de ese año: un squirrel baffle o “deflector” de ardillas, una especie de campana que les interrumpe el camino a la comida y no les deja ángulo para saltar y esquivarlo. Y, afortunadamente para la salud mental de nuestra familia, funciona.  Hay que decir que también había…¡comederos y alimentos para ardillas!

Post-post:
No hay parque en Estados Unidos que no esté plagado de ardillas. Pero no siempre fue así. Hasta el siglo XIX rara vez salían de los bosques. Fue Filadelfia, en 1847, la primera ciudad de Estados Unidos que soltó tres ejemplares de ardilla  en una plaza y colocó comederos y cajas para que les sirvieran de cobijo. Maravilló a locales y visitantes. Boston y New Haven la imitaron y cuando en 1877 Nueva York soltó ardillas en el Central Park la moda se extendió por buena parte del país. La variedad de la costa este, la ardilla gris o sciurus carolinensis, es atrevida, curiosa y hasta “cotilla”, como la calificó no hace mucho un diario del Reino Unido, país donde se la combate por presentar una seria amenaza para la ardilla roja, mucho más tímida y esquiva, rasgos de carácter más valorados por los flemáticos británicos.
Y esta semana  el diario The Washington Post ha publicado los resultados del WPSWSPC'18 (Washington Post Squirrel Week Squirrel Photography Contest), su concurso anual de fotografías de ardillas, con gran éxito de participantes. Nosotros no hemos podido concursar. Gabriel no deja que ni una ardilla se nos acerque.

2 comentarios:

  1. Ja ja. He pasado un buen rato imaginándome las escenas del coyote Gabriel y la ardilla correcaminos. Muy bueno el post. Besinos grandes y pequeñinos

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  2. jaaa me encanta, es genial, me gustaría haberla visto en sus hazañas para conseguir la comida, son geniales.

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