lunes, 2 de abril de 2018

Choque cultural

Cuando yo era pequeña, si iba por la calle y veía a algún compañero del colegio, o bien daba gritos para llamar su atención (para desesperación de mi abuela que lo encontraba de la peor educación posible) o bien, si no éramos amigos, sacudía la mano y le saludaba. Al día siguiente siempre había ocasión para entablar una conversación y comentar adónde íbamos cada uno cuando se cruzaron nuestros caminos la víspera.

Durante mis dos primeros años en Estados Unidos acompañé a mi hija pequeña a la parada del autobús escolar. Todas las mañanas los mismos niños, todos los niños vecinos, todos menores de 11 años. Y todas las mañanas reinaba un silencio absoluto en la parada. Es más, no era extraño que cada uno esperara en distintas esquinas para no tener que estar situado cerca de los otros. A mí eso me dejaba puesta.

Al principio yo azuzaba a mi hija para que se acercara a ellos, pensando que tal vez podían ser tímidos y les faltaba un empujoncito. Ana, tímida también pero obediente, se acercaba y les decía algo y los niños pasaban de ella, como pasaban de mí y como pasaban de todos los que allí estábamos. 

El centro comercial que está cerca de mi casa es el lugar habitual de reunión de toda la chavalería de los High School de nuestra zona durante los fines de semana. Cuando voy por allí con alguno de mis hijos mayores, me van diciendo “ése es de mi colegio” (miran hacia otro lado), “esa pandilla es del equipo de remo” (ni se inmutan), “aquélla está en mi clase de física” (como si pasara Rita, la cantaora). A mí me hierve la sangre. No entiendo por qué no interactúan, no me cabe en la cabeza que se ignoren de tal manera, no comprendo ese desinterés que tienen por sus compañeros. Ellos dicen que no les conocen, yo les digo que si los reconocen es que sí los conocen, ellos replican que no son sus amigos. Y se acabó la discusión. 

En Estados Unidos eres un raro si saludas a alguien a quien solo conoces de vista, nadie espera que digas buenos días cuando entras en un ascensor (es más, parece que incordias cuando lo haces) y no tiene sentido que te despidas de la dependienta al salir de la tienda en la que has estado 15 minutos revolviendo los percheros, ni te va a mirar. Y, sin embargo, todo el mundo es tremendamente amable y extrovertido.

Está tu marido sentado en un comercio cualquiera esperando que hagas tu compra y de repente le ves hablando con alguien que se ha acercado a decirle que le encantaban sus calcetines. Vas en el metro pensando en qué parada bajarte y la señora que está junto a la puerta te alaba las botas. Estás en la cola para comprar el perrito caliente en el descanso del partido de futbol americano del colegio y una mamá a la que no conoces, ni reconoces, ni es tu amiga, te empieza a hablar de cómo le gusta el estilo de tus pantalones. Pero luego te cruzas en el supermercado con esa misma mamá con la que estuviste charlando tan amigablemente el otro día y pasa de ti. Y a mí esto me deja muy descolocada.

Kalervo Oberg, un antropólogo mitad canadiense mitad finlandés, acuñó el término “choque cultural” allá por 1954. Lo definía como el proceso psicológico de adaptación que experimenta una persona que se traslada a vivir a un nuevo marco cultural, por ejemplo, un cambio de país. Ese proceso tiene cuatro fases:
  •        La luna de miel, en la que lo recibes todo como maravilloso.
  •        La sorpresa, ansiedad, desorientación que sientes cuando empiezas a ver cosas que no entiendes.
  •        El periodo de negociación, en el que intentas resolver las diferencias culturales.
  •        La aceptación, el momento en que te das cuentas de que hay cosas buenas y malas en esa cultura.

Las consecuencias más habituales de los choques culturales suelen ser la imposibilidad de adaptarse a la nueva cultura (que puede acabar con un aislamiento de la cultura anfitriona y el refugio en un gueto), la asimilación (integración completa en la cultura anfitriona al mismo tiempo que se pierde la identidad cultural original) o mi diagnóstico (de momento): la posibilidad de adaptar los aspectos positivos de la cultura anfitriona conservando elementos de la cultura nativa. El individuo (o sea, yo) no tiene mayores inconvenientes al regresar a su cultura nativa o al irse a otra parte.

Yo no sé a ciencia cierta en qué periodo estoy. Hay muchas cosas que me parecen maravillosas y que me producen sorpresa y desorientación a la vez; algunas las acepto, varias no me gustan, otras las ignoro y no sé si negocio mucho. Pero todas son mi fuente de inspiración. Porque, ¿qué sería de mi Puesto traspuesto sin el choque cultural?

No hay comentarios:

Publicar un comentario