Desde que estoy en Estados Unidos
recuerdo muy a menudo sus palabras, especialmente cuando me llegan las
incesantes alertas de fenómenos atmosféricos. El teléfono avisa con mensajes de
texto de lluvias intensas e inundaciones en tu área, de vientos fuertes que
pueden hacer caer los postes eléctricos de tu vecindario y, con un sonido muy desagradable
propio de alarma aérea de la época del blitz
londinense, te conmina a que busques refugio seguro inmediatamente si estás en
la, aunque sea remota, ruta de un tornado. Ya estoy acostumbrada y no les suelo
hacer mucho caso porque tienden a ser bastante alarmistas, pero los leo y creo que valoro responsablemente la información que envían.
Pero ahora empiezan a atacarme por otros
frentes. La semana pasada me llegó un correo electrónico de la compañía de
seguros del coche y de la casa. Esperaba que estuviera tomando las medidas
necesarias para que Florence no
ocasionara ningún daño en mis propiedades pero me recordaba que, en caso
contrario, ellos estaban desplegando equipos extras para atender las posibles
reclamaciones en las zonas por las que estaba previsto su recorrido. Me
incluían un enlace a un centro de atención en línea y me proporcionaban un
número telefónico gratuito disponible 24/7. En ese momento me enteré de que
venía un huracán.
Dos días después, la compañía de
televisión por cable e internet se ponía en contacto conmigo para aconsejarme
que me preparara mientras se acercaba la tormenta. Me daba instrucciones en
caso de que el router se desprogramara y me indicaba cómo resetear la terminal
de red óptica si era necesario. El Estado de Maryland, en donde vivimos, y el
Distrito de Columbia, a donde vamos cada día, declararon el estado de
emergencia y yo reconozco que no hice el menor acopio de nada. Aún tengo sin
abrir los botellones de agua de la “terrible” tormenta de nieve de hace tres
años. Seguro que su actual grado de estancamiento debe de haberlos convertido en un
buen caldo de cultivo para enfermedades infecciosas.

Pero cuando llegamos a vivir a Omán, un
país desértico donde los haya, lo primero que hicieron en el colegio anglosajón
de los niños fue poner nuestro número de teléfono en un “Emergency phone tree”. Era un sistema de organización que dividía
la responsabilidad de las llamadas telefónicas entre el grupo de padres para
cuando surgiera una emergencia o la necesidad de difundir con urgencia algún
mensaje. Tras tantos años de “apáñatelas
como puedas”, que pusieran tanto empeño en incluirnos en la red de
emergencia me dejó puesta.

Reconozco que en muchas ocasiones pienso
que el avance exponencial de las comunicaciones me satura de información y me
traslada responsabilidades que antes ni siquiera había considerado. Y aunque vivía
mucho más tranquila en la ignorancia, me produce más tranquilidad estar al
tanto de lo que ocurre. Esto último no sé si es un oxímoron, una
paradoja o, simplemente, una forma de terminar mi entrada de esta semana pero, en cualquier caso, stay safe!
* ¡Mantente a salvo!
Fotos: Ciencia 1
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