lunes, 3 de diciembre de 2018

El ethos mountaineer

Salvaje y maravillosa
“¿Adónde dices que vais?”, preguntó mi amiga con incredulidad. “¿para qué se supone que vais a ese sitio?", añadió la otra. “Allí no hay nada”, dijo, incluso, el profesor de historia de mi hijo cuando le preguntó si íbamos a viajar el fin de semana de Thanksgiving. Tengo que reconocer que los niños no estaban nada entusiasmados con nuestro plan de vacaciones. Les explicamos que íbamos a cruzar West Virginia y a adentrarnos en Ohio, que veríamos los efectos de la crisis en Estados Unidos, que atravesaríamos zonas castigadas por el cierre de fábricas y por el declive de la industria del carbón. Para darle un toque aventurero añadimos que haríamos una sección de "The loneliest road”, la carretera más solitaria, esa ruta olvidada por todos y que nadie recorre. “¿Y si nadie la recorre por qué tenemos que ir nosotros precisamente?", respondieron al unísono y con resignación. 

Si nadie la recorre, ¿por qué tenemos que ir?
La US-50 es una autopista transcontinental que va desde Ocean City, en Maryland, hasta West Sacramento, en California. 4.800 kilómetros que transcurren por muchas de las áreas más rurales de Estados Unidos. La parte más lenta de esta ruta son las 150 millas de West Virginia, un trazado de giros y curvas marcado por las montañas Allegheny y su paisaje semisalvaje. Nuestra guía de viajes decía que “el ethos independiente de los mountaineers (montañeros, como se conoce a los nativos de West Virginia) corre con fuerza por sus venas y allí uno tiene la impresión de haber dado un paso atrás en el tiempo a una época en la que los hombres trabajan duro en las minas, las mujeres crían a los hijos y todo el mundo va a misa el domingo”. Es comprensible que a los niños no les atrajera mucho el plan. Es también comprensible que a sus padres sí.

Nos dejamos seducir por lo que prometían esas palabras y decidimos contrastarlo con lo que leemos a diario en los periódicos. West Virginia es uno de los únicos dos Estados de la Unión en donde ha aumentado la pobreza en el último año. El empleo no crece, contrariamente al resto del país, y proliferan los trabajos peor pagados y sin beneficios (algo tan básico como seguridad social o vacaciones). Este Estado de los Apalaches, con un 95% de población blanca, tiene uno de los niveles más bajos de educación del país (solo el 21% de sus habitantes entre los 25 y los 64 años ha cursado estudios universitarios) y sufre una de las crisis más severas de consumo de opiáceos (ver entrada Drugstores), algo intrínsecamente relacionado con el paro, los bajos salarios y la falta de oportunidades. Es la tierra donde la mayoría vota a Trump, que prometió una solución para sus muchos problemas.

 Sinceramente, recorrer West Virginia no me permitió constatar nada de eso. Sí pasamos unas cuantas ciudades que alguna vez fueron boyantes gracias al ferrocarril y a las minas de carbón, y varios restos de fábricas que cerraron para no volver a abrir. Vimos bastantes caravanas (RVs) convertidas en viviendas o casas humildes con electrodomésticos oxidados y coches desvencijados en sus jardines delanteros. Pero también vimos históricos barrios victorianos, diminutos pueblos de una sola calle dominada por galerías de arte, bosques fantásticos donde brotaban cascadas inesperadas y el Museo del Petróleo y del Gas con el mejor de los guías, un jubilado que parecía saberlo todo sobre cómo empezó en la región la industria de estas materias primas y que resultó lo más interesante de nuestro viaje: por los cachivaches que estaban expuestos, por lo que aprendimos sobre los anticlinales y la extracción del petróleo y del gas en el siglo XIX y por poder disfrutar durante más de hora y media de una conversación informativa y amigable con un señor que había nacido entre esas montañas, que sabía de los problemas de la región, que era un votante convencido de Trump y que confiaba en un mejor futuro para esa tierra que vivía un presente tan complicado. 

El pozo funcionaba
De vuelta hacia casa no pudimos evitar desviarnos de la US-50 y meternos en una auténtica “country road” que serpenteaba junto a un arroyo de aguas enfangadas de un color tan marrón como el bosque que nos rodeaba. Queríamos coger la carretera de Volcano y Cairo para llegar a Petroleum, el pueblo donde se habían perforado los primeros pozos petrolíferos de la nación en 1859 y que, según habíamos visto en el museo, no eran más que cuatro palos atados con una cuerda al estilo “teepee”. Cuando en un recodo del camino vimos una finca con uno moderno, me quedé puesta. Cuando me bajé a hacer fotos y me penetró un intenso olor a gas no daba crédito. Y cuando miré hacia el interior de una especie de granero y ví que había tres cadáveres de un bicho de grandes dimensiones (quiero pensar que ciervos), colgados por las patas traseras, desollados y soltando sangre, regresé al coche donde me esperaba la familia tan rápido como pude. El “mountaneer” que los había cazado, les había arrancado la piel y estaba dispuesto a comérselos no debía de ser muy sociable. Por algo vivía a un costado de la “loneliest road”.

Post-post:
Y si queréis meteros de lleno en el ethos mountaineer no dejéis de escuchar esta canción de John Denver llamada Country roads  que dice: "Country roads, take me home / to the place I belong / West Virginia, mountain mamma / take me home, country roads" ("Carreteras rurales, llevadme a casa / al sitio al que pertenezco / West Virginia, madre montaña / llevadme a casa, carreteras locales"). Cuando salió en 1972 fue un récord inmediato de ventas y con el tiempo se ha convertido en un verdadero símbolo de West Virginia y uno de sus himnos oficiales.

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