El Hotel Detroit, en San Petersburgo, Florida |
No fui a Rusia pero entré en el museo más famoso de San Petersburgo. Allí visité la mayor colección de obras de Dalí fuera de España. No salí de Estados Unidos. ¿Dónde estuve?
San Petersburgo, en la costa oeste de la península de Florida, se llama así y no Detroit por culpa de una moneda. John Williams compró esa tierra en 1888 y Peter Demens (originalmente Pieter Dementyev) construyó la línea de ferrocarril que llegaba hasta allí. Cada uno quería llamarla como su ciudad natal y, al no ponerse de acuerdo, lo echaron a suertes. Ganó el segundo y, como Pedro el Grande con quien compartía nombre y procedencia, fundó una hermosa ciudad a orillas del mar, aunque en el golfo de México y no en el mar Báltico. John Wiliams hubo de conformarse con ponerle el nombre de Detroit al primer hotel de la localidad.
Y es ahí, a orillas de un mar tan azul como el que baña Cadaqués, donde está el Museo Dalí de Florida, una colección impresionante de más de 1.200 óleos, dibujos, bocetos, impresiones, esculturas, fotografías, manuscritos… de uno de los artistas más creativos, provocadores y prolíficos del arte español. “¿Cómo ha venido a parar todo esto aquí?”, fue lo primero que me pregunté. Me había quedado puesta.
En 1940, en plena segunda Guerra Mundial, Dalí y Gala se trasladaron a Estados Unidos. Aquí vivieron ocho años especialmente productivos para el artista: el Museo de Arte Moderno de Nueva York le dedicó una exposición retrospectiva, entró de lleno en su época del “misticismo nuclear” tras la profunda impresión que le produjo la explosión de las bombas atómicas, publicó su primera autobiografía, colaboró con Hitchcock en las escenas más oníricas y surrealistas de la película Spellbound, fue contratado por Disney para hacer los dibujos del cortometraje Destino…
En 1942, los Morse, unos adinerados recién casados, empresarios y coleccionistas de arte fueron a una exposición itinerante de Dalí en el Museo de Arte de Cleveland y quedaron fascinados. En 1943 compraron su primera obra y con los años forjarían una impresionante colección y una larguísima amistad con Dalí y Gala. En los años 70 decidieron donar la colección, que terminó en San Petersburgo, en un pequeño museo primero y, posteriormente, en el magnífico edificio que la aloja en la actualidad. Dijeron que el paisaje les recordaba la Costa Brava que habían visitado con sus amigos.
El exterior del nuevo museo es un simple rectángulo con muros de cemento de casi medio metro de grosor a prueba de huracanes de donde surge una burbuja de cristal geodésica a la que llaman “El Enigma”. El folleto del museo dice que es una especie de homenaje del siglo XXI al domo que adorna el Museo Dalí en Figueras. El interior está marcado por una magnífica escalera helicoidal, inspirada en la obsesión de Dalí por las espirales y por la doble hélice de la molécula del ADN. Los noventa y seis óleos y el resto de la colección permanente que se visitan en la tercera planta permiten hacer un completo recorrido por la obra del genio y comprender ciertos entresijos de su personalidad.
El museo estaba atestado de gente. Los narradores de la audioguía iban contando anécdotas y desgranando las piezas expuestas en un español un tanto antiguo y con exagerado acento peninsular, añadiendo a la visita un toque surrealista que no desentonaba con el entorno. De vez en cuando, las carcajadas y los aplausos que suscitaba el guía de un nutrido grupo ahogaban el sonido de mis auriculares. No sé qué estaría contando, pero hacía pasar un buen rato a un público agradecido y asombrado. Dalí tiene eso, que su virtuosismo técnico se une a la profundidad y complejidad de su pensamiento y a una infinidad de historias, anécdotas y excentricidades que no dejan a nadie indiferente.
Post-post:
Dalí conoció a Walt Disney en 1945 en una fiesta en casa de uno de los Warner Brothers, cuando estaba trabajando en la secuencia de sueño para la película Spellbound, de Alfred Hitchcock. Congeniaron de inmediato y poco después ya había firmado un contrato con el rey de la animación para hacer los dibujos de un cortometraje que llevaría el nombre de Destino. En la presentación ante la prensa Dalí declaró que sería “una exposición mágica del problema de la vida en el laberinto del tiempo”; Disney dijo que simplemente sería “la historia de una chica en la búsqueda de su verdadero amor”. Tras ocho meses de trabajo, fuera porque Dalí resultaba demasiado caro para un productor que estaba muy endeudado en ese momento, porque pensara que no era el momento de una historia así, porque la película no tenía trazas de responder a las expectativas ni del uno ni del otro, o por un choque de egos, el proyecto fue aparcado y nunca retomado. En el año 2000, con el lanzamiento de Fantasía, el sobrino de Disney decidió rescatar ese trabajo, contrató al director y a un equipo de animadores, recortó el final y creó un corto de seis minutos que terminó consiguiendo una nominación a los Oscars de 2003 como mejor cortometraje de animación. Aquí podéis verlo. Disfrutad.