lunes, 25 de febrero de 2019

El San Petersburgo más surrealista

El Hotel Detroit, en San Petersburgo, Florida
No fui a Rusia pero entré en el museo más famoso de San Petersburgo. Allí visité la mayor colección de obras de Dalí fuera de España. No salí de Estados Unidos. ¿Dónde estuve?

San Petersburgo, en la costa oeste de la península de Florida, se llama así y no Detroit por culpa de una moneda. John Williams compró esa tierra en 1888 y Peter Demens (originalmente Pieter Dementyev) construyó la línea de ferrocarril que llegaba hasta allí. Cada uno quería llamarla como su ciudad natal y, al no ponerse de acuerdo, lo echaron a suertes. Ganó el segundo y, como Pedro el Grande con quien compartía nombre y procedencia, fundó una hermosa ciudad a orillas del mar, aunque en el golfo de México y no en el mar Báltico. John Wiliams hubo de conformarse con ponerle el nombre de Detroit al primer hotel de la localidad.

Y es ahí, a orillas de un mar tan azul como el que baña Cadaqués, donde está el Museo Dalí de Florida, una colección impresionante de más de 1.200 óleos, dibujos, bocetos, impresiones, esculturas, fotografías, manuscritos… de uno de los artistas más creativos, provocadores y prolíficos del arte español. “¿Cómo ha venido a parar todo esto aquí?”, fue lo primero que me pregunté. Me había quedado puesta.

En 1940, en plena segunda Guerra Mundial, Dalí y Gala se trasladaron a Estados Unidos. Aquí vivieron ocho años especialmente productivos para el artista: el Museo de Arte Moderno de Nueva York le dedicó una exposición retrospectiva, entró de lleno en su época del “misticismo nuclear” tras la profunda impresión que le produjo la explosión de las bombas atómicas, publicó su primera autobiografía, colaboró con Hitchcock en las escenas más oníricas y surrealistas de la película Spellbound, fue contratado por Disney para hacer los dibujos del cortometraje Destino… 

En 1942, los Morse, unos adinerados recién casados, empresarios y coleccionistas de arte fueron a una exposición itinerante de Dalí en el Museo de Arte de Cleveland y quedaron fascinados. En 1943 compraron su primera obra y con los años forjarían una impresionante colección y una larguísima amistad con Dalí y Gala. En los años 70 decidieron donar la colección, que terminó en San Petersburgo, en un pequeño museo primero y, posteriormente, en el magnífico edificio que la aloja en la actualidad. Dijeron que el paisaje les recordaba la Costa Brava que habían visitado con sus amigos.

El exterior del nuevo museo es un simple rectángulo con muros de cemento de casi medio metro de grosor a prueba de huracanes de donde surge una burbuja de cristal geodésica a la que llaman “El Enigma”. El folleto del museo dice que es una especie de homenaje del siglo XXI al domo que adorna el Museo Dalí en Figueras. El interior está marcado por una magnífica escalera helicoidal, inspirada en la obsesión de Dalí por las espirales y por la doble hélice de la molécula del ADN. Los noventa y seis óleos y el resto de la colección permanente que se visitan en la tercera planta permiten hacer un completo recorrido por la obra del genio y comprender ciertos entresijos de su personalidad.
 
El museo estaba atestado de gente. Los narradores de la audioguía iban contando anécdotas y desgranando las piezas expuestas en un español un tanto antiguo y con exagerado acento peninsular, añadiendo a la visita un toque surrealista que no desentonaba con el entorno. De vez en cuando, las carcajadas y los aplausos que suscitaba el guía de un nutrido grupo ahogaban el sonido de mis auriculares. No sé qué estaría contando, pero hacía pasar un buen rato a un público agradecido y asombrado. Dalí tiene eso, que su virtuosismo técnico se une a la profundidad y complejidad de su pensamiento y a una infinidad de historias, anécdotas y excentricidades que no dejan a nadie indiferente. 


Post-post:
Dalí conoció a Walt Disney en 1945 en una fiesta en casa de uno de los Warner Brothers, cuando estaba trabajando en la secuencia de sueño para la película Spellbound, de Alfred Hitchcock. Congeniaron de inmediato y poco después ya había firmado un contrato con el rey de la animación para hacer los dibujos de un cortometraje que llevaría el nombre de Destino. En la presentación ante la prensa Dalí declaró que sería “una exposición mágica del problema de la vida en el laberinto del tiempo”; Disney dijo que simplemente sería “la historia de una chica en la búsqueda de su verdadero amor”. Tras ocho meses de trabajo, fuera porque Dalí resultaba demasiado caro para un productor que estaba muy endeudado en ese momento, porque pensara que no era el momento de una historia así, porque la película no tenía trazas de responder a las expectativas ni del uno ni del otro, o por un choque de egos, el proyecto fue aparcado y nunca retomado. En el año 2000, con el lanzamiento de Fantasía, el sobrino de Disney decidió rescatar ese trabajo, contrató al director y a un equipo de animadores, recortó el final y creó un corto de seis minutos que terminó consiguiendo una nominación a los Oscars de 2003 como mejor cortometraje de animación. Aquí podéis verlo. Disfrutad.

lunes, 18 de febrero de 2019

Kee-ho-tay

Siempre he oído decir que el español es una lengua fonética, es decir, que se pronuncia como se escribe, que cada letra tiene un sonido atribuido que permanece inalterable. Durante mucho tiempo lo asumí como un axioma y no le di más vueltas. Un día, en la época en que mi hija empezaba a leer y teníamos la casa llena de libros de llamativos colores con muchos dibujos y grandes letras, una amiguita inglesa tomó uno y dijo convencida: “yo también puedo leer en español”. Y empezó: “Lei Sinaisaientei. Ireisi iunai vis iun paidri…” (La Cenicienta. Erase una vez un padre…). Tanto mi hija como yo nos quedamos puestas. Lo leía con los sonidos ingleses que le habían enseñado para cada letra y en español no tenía ningún sentido. El español sería muy fonético para mi fonética, que no tenía nada que ver con la fonética de nuestra visitante.

No hace mucho mi hija pequeña tenía que hablar de las artes escénicas en el colegio y le sugerimos que tomara como ejemplo el ballet Don Quijote, que justamente se estaba representando en un conocido teatro, para hablar de danza, música y de la obra más famosa de nuestra literatura. “¿Y cómo lo pronuncio?”, preguntó preocupada. Me metí rápidamente en internet y cuando vi la cantidad de artículos, entradas, comentarios e incluso vídeos tutoriales sobre cómo pronunciar en inglés el nombre de nuestro caballero más internacional me quedé nuevamente puesta. Resulta que Don Quixote es el personaje literario que los angloparlantes pronuncian más habitualmente de manera incorrecta. Se ha llegado incluso a realizar un estudio que concluyó que el 44% de los entrevistados no sabía decir el nombre del protagonista cervantino. Tras consultar varios foros que nos asesoraran al respecto, y con mi hija cada vez más convencida de no poner ningún ejemplo en su disertación y hablar del teatro en general, acabamos con varias opciones: quick-sotedonkey shotki-hot-eh, kwix-oh-tee o, la de más éxito, kee-ho-tay.

No es raro que la gente con la que hablo en Estados Unidos (no necesariamente angloparlantes) haga alguna mueca extraña cuando pronuncio una palabra o que directamente me digan “say it again, please” (repita, por favor). Mi inglés dista mucho de ser perfecto, pero también me he dado cuenta de que hay muchos que no hacen el más mínimo esfuerzo para aceptar o acercarse a otros esquemas, ya se trate de la pronunciación de una palabra o de cualquier comportamiento cotidiano. Esa suerte de soberbia de creernos que solo nuestra forma de hacer las cosas es la adecuada o el desinterés por todo lo que no sea lo nuestro son más habituales de lo que pensamos. Es algo que he encontrado en los suegros de mi amiga que nunca se han sacado el pasaporte porque para qué, qué necesidad tienen de salir de Estados Unidos si lo tienen todo aquí. O en el presidente Trump, que se precia de comer siempre lo mismo en su cadena de restaurantes favorita no vaya a ser que le sirvan algo vomitivo en otro sitio. O en el hecho de que en nuestro Estado de Maryland no se enseñe a los escolares ninguna lengua extranjera hasta que no entran en Middle School a partir de 6º curso y como asignatura opcional, porque, total, todo el mundo habla inglés.

Pero ese es otro tema. Mi hija pequeña, finalmente, decidió hacer gala de su procedencia hispana y habló de Don Quijote, a la española, llevó una foto del ingenioso hidalgo para que todo el mundo lo reconociera y además de hablar de artes escénicas pasó un rato muy divertido intentando enseñar a sus compañeros a pronunciar bien la palabra en su versión original.

Post-post:
Y si queréis ver otros ejemplos de americanos tratando de pronunciar palabras nuestras y echaros unas risas sanas, pulsad aquí. Como aclaración para quien la pueda precisar, la palabra que ninguno quiere leer es porque para ellos es tremendamente ofensiva desde el punto de vista racial.

lunes, 11 de febrero de 2019

DUMBO, que no Dumbo

Sabía que iban a saltar como resortes. “Hoy vamos a ver DUMBO”. Tanto mi hubby como los tres adolescentes que tengo en casa dejaron sus pantallas electrónicas y me miraron horrorizados. Disfruté esos segundos.

Potomac, Maryland, está a escasas cuatro horas de viaje de Nueva York y cuando extrañamos el bullicio, las luces de neón y la actividad frenética de una gran ciudad basta con que nos levantemos a nuestra hora normal y antes de mediodía ya podemos estar entrando por la puerta de un restaurante en Chinatown.

En esta ocasión, para acallar las críticas de la prole a nuestra forma dictatorial de organizar los viajes, decidimos que con unos días de antelación cada uno propondría una actividad y que procuraríamos hacerlas todas. Hicimos nuestras pesquisas y el sábado por la mañana salimos con una lista que incluía una visita a un museo, un concierto de jazz, una tienda coreana de personajes de ficción, un obrador de pastelería de un programa de televisión y una antigua fábrica reconvertida en galería gastronómica. Un plan variado en barrios muy distintos de Manhattan, que conseguimos cumplir para satisfacción de todos y que incluso permitió que soltara la frase que los dejó puestos: “Hoy vamos a ver DUMBO”.

“¿Una matinée de dibujos animados? Ni hablar”, fue lo más suave que escuché. “Un momento, haya paz. Iremos a ver DUMBO, que no Dumbo”. Down Under the Manhattan Bridge Overpass (DUMBO) es una zona de Brooklyn situada debajo del puente que lleva a Manhattan cruzando el East River. Es un barrio que se ha recuperado de su pasado industrial para convertirse en una de las zonas más alternativas y de moda de la ciudad. Sus estrechas calles de adoquines, las antiguas fábricas reconvertidas en lofts, galerías de arte o tiendas de moda, el carrusel de 1920, los comercios y restaurantes junto al río fueron un descubrimiento para todos. 

La mejor forma de llegar a DUMBO es cruzando el puente de Brooklyn, una de las mejores experiencias de Nueva York. Recorrer sus 1,8 kilómetros a pie, en bicileta o en coche (por un paso inferior) permite tener las mejores vistas y fotografías del característico perfil de Manhattan.

Inmortalizado por el cine en innumerables ocasiones, el puente de Brooklyn es un símbolo histórico de Nueva York y uno de los puentes más famosos del mundo. Películas como Manhattan, Tarzán en Nueva York, Los caballeros las prefieren rubias, Fiebre del sábado noche, Taxi Driver, Godzilla, Erase una vez en América… han contribuido a su mayor gloria. Pero si hay un director de cine maestro en retratar Manhattan es Woody Allen y si hay una película que tenga el puente de Brooklyn como referencia espacial, temporal o emocional esa es Annie Hall, su primer gran éxito cinematográfico con la que consiguió 4 Oscars en 1977.

Pero muchos años antes nuestro Federico García Lorca tampoco pudo resistirse a la poderosa presencia del puente de Brooklyn y le dedicó su poema “Ciudad sin sueño (Nocturno del Brooklyn Bridge)", del libro Poeta en Nueva York.  Aquí os dejo un link para que lo podáis leer, un poema oscuro con una fuerza abrumadora de la época más desconocida de un autor que nos dejó demasiado pronto.

lunes, 4 de febrero de 2019

El día de la marmota

Phil salió de la madriguera, no vio su propia sombra y unos cuantos hombres disfrazados de personajes del siglo XIX dictaminaron, ante una abundante multitud, que una maravillosa primavera está a punto de llegar. El día de la marmota fue anteayer, el 2 de febrero. Reconozco que no me levanté a las 7 de la mañana para ver la réplica del espectáculo que organizaban en el centro de Washington (DC) ni me desplacé al pueblo con el impronunciable nombre de Punxsutawney, en Pennsylvania, donde desde 1886 se celebra el ya tradicional y mundialmente conocido evento (y eso que tampoco me quedaba tan lejos, a unas cuatro horas, nada para este país). Pero vi los vídeos, seguí la historia y me quedé puesta con cómo la gente desafiaba las temperaturas más gélidas de los últimos años para ser testigo de la mítica capacidad de una marmota de predecir un largo invierno o una primavera temprana. No sé cómo me lo pude perder y desperdiciar la oportunidad de ver a Phil, la marmota inmortal, a la que llevan 133 años despertando de su hibernación para buscar su sombra. Porque aseguran que es el mismo animal que, gracias al ponche mágico que le dan a beber cada verano durante el “picnic de la marmota”, ha conseguido superar la esperanza de vida media de 6 a 8 años del resto de ejemplares de su especie.

La verdad, el tiempo no animaba mucho a salir de casa. En el área metropolitana de Washington DC no hemos llegado a las temperaturas del medio oeste norteamericano, pero estuvimos en la zona de influencia del vórtice polar con mínimas de -15ºC y máximas de -8ºC. Me sorprendí, de nuevo, como cuando estábamos en Kuwait con calores que llegaban a los 52ºC, consultando cada dos por tres el termómetro con la curiosidad morbosa de ver si las temperaturas se extremaban un poco más. 

Yo no asomé ni la nariz al exterior, calentita en mi madriguera como la pobre marmota Phil hasta que llegaron esos desaprensivos, como todos los años, a sacarla de allí el 2 de febrero. El mismo día en el que, en México, celebran el día de la Candelaria y aquel a quien le ha tocado el haba del Roscón de Reyes tiene que pagar los tamales para los mismos convidados del 6 de enero. Unos se juntan por la mañana a pasar un frío horroroso para ver cómo sacan a un roedor de una caja y organizan un circo a su alrededor mientras otros se reúnen por la tarde a disfrutar de un delicioso tamal con un rico chocolatito y un puñado de familiares y amigos. No tengo dudas de con qué tradición quedarme. Pero estamos en Estados Unidos y aquí toca marmota.

Post-post:
En el año 1993, tras el estreno de la película “El día de la marmota”, protagonizada por Bill Murray y escrita y dirigida por Harold Ramis, la expresión “groundhog day” (“día de la marmota”) entró en la cultura popular americana para implicar que algo se repite muchas veces. En la película, el protagonista, un meteorólogo, se encuentra inexplicablemente aprisionado en el tiempo despertándose todos los días con la misma canción de Sonny & Cher (“I Got You Baby”) y en la misma fecha, un 2 de febrero. Yo casi hubiera preferido que sonara  alguna versión de la conocida melodía “Ground Hog”, del folclore del sur de los Apalaches, que cuenta la historia de un grupo de cazadores que trata de capturar a la marmota que da título a la canción, como ésta de The Watson Family.