lunes, 17 de junio de 2019

Bretton Woods

El otro día nos invitaron unos amigos a Bretton Woods. Es un club de recreo con piscinas, instalaciones deportivas y campo de golf que se encuentra en Maryland, no muy lejos de mi casa, al que solo puedes entrar con algún socio. Me hizo especial ilusión porque recuerdo perfectamente haber estudiado en mi época universitaria el Acuerdo de Bretton Woods. Con él, nada más terminarse la Segunda Guerra Mundial, los países vencedores establecían un nuevo sistema monetario mundial que reemplazaba el tipo de cambio basado en el oro por otro establecido conforme al dólar americano. Constituía a Estados Unidos como la mayor potencia económica mundial y creaba dos instituciones multilaterales para resguardar y respaldar el sistema, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional (FMI).

Cuando estudiaba mis apuntes a la luz del flexo de mi habitación en España, el Banco Mundial, el FMI y otros organismos financieros multilaterales como el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) no dejaban de ser conceptos abstractos que había que memorizar para un examen. Eran meros nombres y siglas aburridos, datos fríos imposibles de asociar a imagen o sensación alguna. Todos tienen su sede en Washington y ahora, cada vez que paso por delante de ellos, que conozco a alguien que trabaja allí o que entro en sus instalaciones no puedo evitar pensar en cuánto más fácil me hubiera resultado estudiar hoy ese tema y salir bien airosa de un examen semestral.

“Nuestro sueño es un mundo libre de pobreza”. Con esta frase y la impresionante colección de banderas de sus 189 Estados miembros te recibe el Banco Mundial. Esa imagen que veo en los últimos años cada dos por tres me recuerda que sus objetivos hoy en día son reducir la pobreza, aumentar la prosperidad compartida y promover el desarrollo sostenible. Caminar por sus inmediaciones me ha permitido descubrir que para ello se vale de otras instituciones que forman parte de su grupo, como la Asociación Internacional de Fomento (AIF), que financia, asesora y asiste a los países más pobres del mundo; el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento, que se ocupa de los países en desarrollo, o la Corporación Financiera Internacional (CFI), el Organismo Multilateral de Garantía de Inversiones (MIGA) y el Centro Internacional de Arreglo de Diferencias Relativas a Inversiones (CIADI), que buscan fortalecer el sector privado en los países en desarrollo.

A dos minutos andando del Banco Mundial está el FMI que, con los mismos miembros que el Banco Mundial, busca el fomento de la cooperación monetaria global, asegurar la estabilidad financiera, facilitar el comercio internacional, promover el pleno empleo y el crecimiento económico sostenible. Y a 15 minutos a pie, en un delicioso paseo que te lleva por delante de la Casa Blanca, está el BID. El movimiento de sus cerca de 2.000 trabajadores hablando español, inglés y portugués ya te deja adivinar que es la principal fuente de financiación para los países de América Latina y el Caribe en la búsqueda de soluciones para sus retos del desarrollo. 

Muchas veces, cuando paseo por el centro de Washington y recorro todos estos sitios, no puedo evitar sentir una especie de vértigo al pensar que en tan pocas manzanas de distancia se estén tomando decisiones que afectan a toda la población mundial, se estén manejando cifras tan altas de dinero, se esté planificando el desarrollo de un país o se estén diseñando proyectos que cambiarán la vida de poblaciones remotas. Me doy cuenta de que los que entran y salen de esos edificios, esa gente normal y corriente, con su pantalón arrugado o su blusa bien planchada, avanzando en sus tacones o en la bicicleta que ha dejado aparcada en la puerta; esa gente con la que te cruzas en el metro o que son los padres de los amigos de tus hijos en el colegio, son los que mueven, a mayor o menor escala, los hilos del mundo. Comprendo que Washington no es una ciudad cualquiera, que es un privilegio estar aquí. Y me quedo puesta.
 
Post-post:
Los Acuerdos de Bretton Woods de 1944 se firmaron en un área cercana a la ciudad de Carroll, en New Hampshire, cuyos principales puntos de interés son tres instalaciones deportivas y de ocio. El club recreativo del mismo nombre situado en el Estado de Maryland fue fundado por el FMI mucho más tarde, en 1968, con el fin de brindar un espacio atractivo y no discriminatorio para sus trabajadores, su personal jubilado y sus familiares, procedentes de todas partes del mundo. Algo no tan fácil de conseguir en aquellos años en Washington, donde existía segregación racial y a las personas de color no les estaba permitido compartir espacios, y mucho menos piscinas, con el resto de la población.

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