lunes, 21 de octubre de 2019

Camina, camina

Quien diga que en Estados Unidos no se camina es que no me conoce. Yo, aquí, he aprendido a caminar. Me refiero a caminar por placer, por diversión, por deporte... porque sí. No es que antes no caminara, pero cuando me proponían una excursión de fin de semana ni se me pasaba por la cabeza ir a andar o a la montaña. ¿A qué? Podríamos ir a una playa, a ver una exposición, a comer a un sitio chulo, o incluso hacer un picnic en algún lado, pero aparcando siempre bien cerquita. Lo importante era llegar rápido al lugar para hacer algo allí, no el camino en sí.

Y ahora, no sé si porque me aburrí en este país de acabar comiendo siempre lo mismo en diferentes restaurantes, porque la báscula me ha demostrado que a ciertas edades no se puede ser sedentario o porque las circunstancias me lo permiten, ahora resulta que me ha dado por caminar en el país del automóvil por antonomasia (o, tal vez, mejor dicho, por “autonomasia”).

Lo que sí sé es que la culpa de haberme hecho andariega la tiene el Cheasapeake & Ohio Canal, un parque nacional al que se accede desde muy cerca de mi casa. Casi 300 kilómetros (184,5 millas) paralelos al río Potomac, con una ligerísima pendiente, que llevan desde Georgetown, en el Distrito de Columbia, hasta Cumberland, en la frontera oeste del Estado de Maryland. Espectacular en cualquier época del año, cómodo para cualquier edad, fácil de seguir porque no tiene intersecciones y perfecto para construir, sin darse cuenta, una rutina de “hiking”. Yo me quedé atrapada en el gusto de caminar por una senda de unos tres metros de ancho, con el río a la izquierda y el canal original a la derecha, sorprendiéndome cada vez que mi paso ahuyenta aves, anfibios o mamíferos desconfiados y deseando que llegue el siguiente fin de semana para avanzar un poquito más en la ruta e ir comentando con mi hubby la belleza del lugar o las marcas históricas que vamos descubriendo.

Porque historia no le falta al lugar. Su construcción comenzó en 1828 cuando los Estados de Maryland y Virginia, y las ciudades de Washington, Georgetown y Alexandria decidieron unir fuerzas y fondos para construir una vía acuática que permitiera atraer mercancías y trabajos a la región. Fue una labor penosa, no exenta de dificultades debido a las condiciones del terreno, a la escasez de mano de obra y de maquinaria adecuada, a la negativa de muchos propietarios a vender terrenos o a la feroz competencia con la compañía ferroviaria B&O por hacerse con el control del transporte de mercancías.

Con un coste muy superior al estimado alcanzó, sin embargo, una longitud muy inferior a la deseada puesto que nunca llegó, como su nombre pretendía, a unir la bahía de Chesapeake con el río Ohio. Pero en 1850 cinco barcazas cargadas de carbón hicieron el recorrido completo y, pronto, harina, granos, piedras para la construcción, whiskey y otras mercancías se sumaron al transporte y hubo ocasiones en que 500 naves se encontraban simultáneamente utilizando el canal. Sin embargo, la compañía de ferrocarril fue poco a poco absorbiendo el transporte de carbón y una serie de grandes riadas infringieron severos daños a las infraestructuras del canal. El coste de las reparaciones era cada vez más difícil de sufragar para la compañía C&O, que acabó vendiendo acciones a la empresa ferroviaria. En 1924 una nueva riada causó estragos y esta vez ya no se arreglaron los desperfectos, lo que puso fin a esta forma de transporte de mercancías. En 1938 la compañía ferroviaria vendió todo el canal al Gobierno de Estados Unidos por apenas dos millones de dólares, nueve menos de lo que había costado originalmente. En 1961 el presidente Eisenhower lo proclamó monumento nacional y diez años después el Congreso le dio la categoría de Parque Histórico Nacional, que es lo que ha permitido que no fuera devorado por la maleza y que hoy en día todos lo podamos disfrutar.
 
Todo esto lo cuenta un libro que nos acompaña en nuestras caminatas y que nos va señalando cómo cambian los tipos de piedra en la construcción, los acueductos que fue necesario levantar, la vida de los guardeses de las esclusas del canal y sus familias, el trabajo de las mulas que arrastraban las barcazas, los mojones que van contando las millas del recorrido. Caminando, caminando, así entretenidos, ya llevamos casi 100 kilómetros andados (200, de hecho, porque siempre tenemos que volver adonde hemos dejado el coche). Algunos han estado muy concurridos de paseantes, corredores, ciclistas o piragüistas; otros han transcurrido solitarios, por encontrarse más alejados de núcleos urbanos, pero en todos nos ha acompañado una sensación de paz y bienestar que me era desconocida y que ha resultado ser adictiva. No sé si será parecida a la que dicen experimentar los peregrinos de nuestro Camino de Santiago pero lo comprobaré. Ganas no me faltan. Las voy alimentando todas las semanas mientras, a plazos, caminando, caminando, voy recorriendo el canal.

Post-post:
The C&O Canal Companion es una de tantas guías magníficas para conocer todos los entresijos de esta ruta que combina naturaleza, historia, ingeniería y vida sana. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario