lunes, 14 de octubre de 2019

Mesothelioma

Mesothelioma, en español mesotelioma. Desde que llegué a Estados Unidos y enchufé la CNN hay un anuncio que me acosa. Sale un señor de edad avanzada, atractivo, llevándose la mano al pecho y haciendo un gesto de dolor. Le siguen doctores repitiendo sin parar la palabra “mesothelioma” acompañada de una jerga especializada comprensible solo para alguien en su quinto año de MIR. Luego vuelve a aparecer el mismo señor, ahora sonriente y lozano, jugando con un perro en el jardín mientras que la que se supone que es su mujer lo observa sonriente desde la terraza. El anuncio concluye con una parrafada a toda velocidad con advertencias sobre lo que debe de ser una medicina.

Busqué en Google y resulta que el mesotelioma es un cáncer de las células mesoteliales, que son unas que recubren las cavidades del cuerpo y de algunos órganos internos. Nunca hasta ahora había tenido el gusto de conocerlas. También aprendí que está relacionado con la inhalación o ingestión de asbestos, que no sé si he estado en contacto con ellos o no porque son unas fibras minerales malísimas, muy frecuentes en los aislamientos térmicos, que pasan totalmente desapercibidas.

Desde que sé lo que significan ambas cosas, cada vez que me trago ese anuncio me pregunto, ¿hay tantos enfermos de mesotelioma en este país que justifiquen poner un anuncio de esas características en horario de máxima audiencia, que es cuando yo veo la tele? No solo eso, aunque los hubiera, ¿es que el televidente va a ir a una farmacia a comprarse él solito un tratamiento para su cáncer o, casi que peor, va a llegar a la consulta de su oncólogo a exigirle que le recete esa medicina concreta que vio en un anuncio de televisión? Y finalmente, ¿realmente creen los publicistas que nos estamos enterando de algo los oyentes normales, que no padecemos esa enfermedad y que no tenemos un doctorado en química? 

Los anuncios de medicinas en televisión en Estados Unidos son increíbles. Predominan los que tratan enfermedades muy complejas del estilo del cáncer y los de las indigestiones, diarreas, flatulencias y demás cuestiones relacionadas con la alimentación. Esto último no me extraña dada la archiconocida calidad de su comida. Y pensándolo bien, creo que lo primero tampoco me sorprende, dada la porquería que debemos de estar comiendo o inhalando a diario.

Todos los anuncios siguen el mismo patrón. Sale alguien que está fatal y, tras tomarse la medicina, aparece mejor que nunca. Eso es lo que me deja puesta. En España, la protagonista del anuncio que decía “hace tiempo que sufro en silencio las almorranas”, aparecía simplemente aliviada y sonriente tras tomar el Hemoal. En Estados Unidos tendría que salir, como mínimo, cabalgando al galope sobre una yegua árabe en una playa paradisiaca o bajando a toda velocidad un camino de piedras en una bicicleta de montaña.  No exagero. El europeo espera una cierta mejoría tras tomar una medicación, el americano espera que le cambie la vida. Quienes en un anuncio se toman una medicina para los pulmones, salen buceando en las profundidades de un mar cristalino; quienes toman algo para corazón, salen tirándose en paracaídas; quienes se toman un antiácido, salen comiéndose una hamburguesa de una libra chorreteando kétchup y mostaza por doquier… No esperan menos.

Si esto ocurre en los anuncios televisivos, en la vida real no es distinto. El que va al médico por un dolorcito abandona la consulta con un “painkiller” para elefantes que puede resultar altamente adictivo (ver entrada Drugstores) y el Gobernador acaba declarando un estado de emergencia por crisis de opiáceos. Los americanos no están educados en la cultura de la tolerancia al dolor o del “aguanta un poco, que ya se te pasará” que nos decían nuestros padres. No es algo que forme parte de su optimismo innato y del sueño americano. Y todavía no tengo claro si es bueno, es malo o si no importa en lo más mínimo.

Créditos: Mesothelioma

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