lunes, 27 de febrero de 2017

El coloso en mallas

Finalmente he dejado de engañarme a mí misma y he aceptado que no es la secadora americana la que encoge mi ropa. No me ha quedado más remedio que rendirme ante la evidencia de que es mi cuerpo el que ha aumentado su volumen. Así que he decidido tomar cartas en el asunto: he empezado a correr (o algo parecido porque, objetivamente, no creo que alcance ni la velocidad ni la gracilidad necesarias para poder aplicar ese verbo  a mi voluntariosa pero poco eficiente forma de desplazarme).

En teoría lo tengo fácil. Según el American Fitness Index (AFI) o Índice Americano del Ejercicio Físico, publicado por el American College de Medicina Deportiva, Washington es, por tercer año consecutivo, la mejor ciudad de Estados Unidos para hacer ejercicio. Señala asimismo que el 96,3% de la población se encuentra a 10 minutos de distancia de un parque y que su alcaldía es de las que más invierte en instalaciones deportivas. El resultado es que “sólo” un 26% de la población de Washington es obesa, lo que es una cifra muy baja hablando de EEUU.

Es impresionante la cantidad de deportistas que tiene Washington. Se nota a simple vista. A diario, ya sea verano o invierno, ves constantemente gente corriendo, pedaleando o remando. La verdad es que el emplazamiento es ideal: plano, extenso, rodeado de bosques y a orillas del magnífico río Potomac lo que permite que cualquier actividad sea una experiencia muy gratificante tanto física como estéticamente. Los fines de semana, la aglomeración de deportistas copando los cientos de millas de senderos deportivos o de los aparcamientos cercanos no puede más que admirarte.

Y aunque es cierto que no se ven a menudo esas gorduras mórbidas que abundan en el interior del país y que hacen que los españoles nos sintamos tan orgullosos de nuestra dieta mediterránea (aunque los últimos datos ya indican que el 40% de los españoles sufre sobrepeso y más del 20% obesidad), en líneas generales, todo el mundo es “grande”. Pero es que aquí todo es enorme: las casas, los coches, las plazas de parking, las raciones en los restaurantes… La inmensidad del país se extiende por todo, anatomías incluidas.

Por ello me quedé puesta al darme cuenta de que mi premisa de pobreza=delgadez aquí no se cumplía: en EEUU los pobres son gordos; la obesidad y el sobrepeso están directamente relacionados con ingresos inferiores. Y esto se verifica cuando vas al supermercado y compruebas los elevadísimos precios de frutas y verduras, que se duplican si son orgánicas. Es mucho más barato comprar “nuggets” congelados, comida precocinada o irte directamente a un restaurante de comida rápida a atiborrarte de hamburguesas y patatas fritas que comer de manera sana.

Además -no es excusa, de verdad- aquí todo engorda (la leche sabe dulce, lo juro) y hay que hacer un ejercicio de voluntad para rebajar esas calorías de más, cosa que no cuadra muy bien con los ideales de ocio de las clases menos favorecidas que no suelen ser correr a orillas del Potomac, remar en sus aguas, patinar sobre hielo o pedalear entre los cerezos.  Pero con un poco de esfuerzo -nunca mejor dicho- podrían cuadrar con los míos; así que, harta ya de subir de talla, me he descargado una aplicación en el teléfono para animarme y monitorear mis carreras, he rescatado mi ropa deportiva del fondo del armario y me estoy lanzando a diario a surcar senderos. Sólo espero no parecer el coloso en mallas.


Post-post:
Y este guiño final sólo lo entendemos en España donde en nuestro afán traductor se renombró “El coloso en llamas” la oscarizada película “The towering inferno”, una de las más conocidas del llamado "cine de catástrofes". Dirigida por John Guillermin e Irwin Allen y estrenada en 1975, recreaba un incendio en el rascacielos más alto del mundo que los guionistas situaban en la ciudad de San Francisco. Aparte de la espectacularidad de algunas escenas y del suspense que provocó en el espectador, el filme brindó la oportunidad de ver juntas a dos de las más grandes estrellas de Hollywood como Paul Newman y Steve MacQueen, además de viejas glorias como Fred Astaire, Jennifer Jones o William Holden, quien hizo en esta película una de sus últimas apariciones en el cine.

Imágenes de Gabriel Alou y Ricardo Pablo

lunes, 20 de febrero de 2017

¿Adoptamos?

En una de las carreteras que pasan al lado de mi casa hay un cartel, del tipo de las señales de tráfico, que cuando leí lo que decía me dejó puesta. Dice: “Adopt a road” (Adopta una carretera). Luego me fijé en que había más en otras calles y algunos tenían nombres de familias o de negocios. Hemos bromeado mucho con el nombre que pondríamos a nuestra señal y siempre nos hemos imaginado que habría que pagar un buen montón de dólares para ello, al estilo de los millones de dólares que se pagan para poner tu nombre en un estadio, una biblioteca o un pabellón de un hospital.

Pues no, esta vez nos hemos equivocado, no hay que sacar la cartera para nada. “Adopt a road” es un programa que está presente en numerosos Estados y que, en nuestro Condado de Montgomery, es totalmente gratuito. Busca animar a los negocios o a los particulares a participar en una actividad comunitaria manteniendo las cunetas libres de basura para que todo el mundo pueda disfrutar de un entorno atractivo.

Como adoptante te comprometes a limpiar bimestralmente como mínimo las carreteras y hacer un informe para la oficina del condado. El condado te provee el material que puedas necesitar, como los chalecos reflectantes, los guantes, las bolsas de basura o los palos para pincharla y coloca dos carteles con tu nombre en la carretera que hayas adoptado. Actualmente hay cerca de 2.500 voluntarios que han adoptado unos 450 segmentos de carreteras y que se ocupan de limpiar unas 1100 millas de cunetas del condado. Y hay muchas más disponibles.

Me deja puesta esa voluntad de los americanos de contribuir en el mejor funcionamiento de lo que les rodea, ya sea en una carretera, en el colegio de sus hijos, en el supermercado, en una empresa o en una ONG. Constantemente llegan las oportunidades para colaborar donando ropa, comida, dinero o incluso tu coche sin que tengas que moverte de tu casa porque siempre habrá alguna organización que se encargará de recolectarlo. Y muchas actividades importantes cuentan de forma sistemática con esa ayuda sin la cual no subsistirían. Los clubes deportivos de los centros educativos necesitan el apoyo continuo de los padres para los desplazamientos, desayunos, refrigerios del equipo y el “coach mom/dad”, o padre que lo coordina, es una figura de enorme importancia. La red de voluntariado está presente en todos los ámbitos laborales y sociales.


La primera vez que me dijeron que me mandarían un “Signupgenius” puse la sonrisa que me sale cuando no me entero de nada. Al recibirlo entendí que se referían a un software para gestionar voluntariado y organizar eventos y quien lo recibe puede reservar espacios para su contribución. Al poco de estar aquí se convierte en una herramienta fundamental en tu vida.

Cuando lo recibí se me encendió la bombilla
Pero esta actitud de intervenir para mejorar la realidad que te rodea no es innata; de una manera o de otra se inocula en los ciudadanos. Uno de los requisitos para poder graduarte de High School o Secundaria en el condado de Montgomery es haber cumplido 75 horas de trabajo para la comunidad. Las autoridades educativas sostienen que desde que los alumnos terminan 5º de Primaria están obligados a hacer actividades que redunden en beneficio social y que hayan recibido previamente la aprobación del condado o del centro educativo. Para cada grupo de horas “donadas” los estudiantes tienen que rellenar un formulario en el que hacen una reflexión sobre lo que han aprendido con esa experiencia. Con ello se pretende dotar al estudiante del conocimiento, las herramientas, la actitud y la exploración de oportunidades laborales para que su ciudadanía sea más efectiva.

Y es cierto. El trabajo de voluntario está tan extendido y es tan reconocido y valorado por la sociedad que te permite acceder a ámbitos profesionales muy diferentes y te ayuda a encontrar tu vocación o a reiventarte profesionalmente. Puedes ser voluntario prácticamente donde quieras (aunque en algunos sitios tengas que superar unas pruebas dada la gran demanda de los puestos), el tiempo que quieras y en el horario que prefieras. Siempre serás bienvenido. Y como tengas unas mínimas inquietudes y no sepas decir que no, lo cual es mi caso, acabas pillado, sin tiempo libre y un poco estresado. No ganaré millones, seguro que no, pero siempre tengo la impresión que recibo mucho más de lo que doy. Y eso también es riqueza.


lunes, 13 de febrero de 2017

El elefante en la cacharrería

El otro día alguien dijo en España que Trump había entrado (se entiende que en la Presidencia de EEUU) “como un elefante en una cacharrería”. “¿Y cómo se supone que ha de entrar, si es un republicano?” me dije, avergonzándome casi inmediatamente de la simpleza de mi ocurrencia.  Viviendo en EEUU no tiene ningún mérito saber que el elefante es el símbolo del Partido Republicano. Pero, francamente, yo no sabía por qué habían escogido al paquidermo como símbolo de esa tendencia política, así que, en uno de esos ratos muertos que antes destinaba a leer y ahora a perder el tiempo en internet, me puse a investigar.

Había una vez un niño alemán que se llamaba Thomas Nast. Su padre tocaba el trombón en una banda militar y tras significarse políticamente contra el gobierno bávaro, decidió enrolarse en un barco de guerra francés y luego en uno norteamericano. Mandó a su mujer y a sus hijos a EEUU para reunirse con ellos al cabo de  cuatro años, cuando terminara su misión y así fue como con 6 años de edad, desembarcó Tomasito en la ciudad de Nueva York, en 1846.

El Tío Sam y su creador
En el colegio no sacaba muy buenas notas, pero dibujaba muy bien y a los 16 años ya estaba trabajando en una revista. Los dibujos que publicó como enviado especial a Inglaterra y a la Italia de Garibaldi hicieron volar la imaginación de los lectores americanos y, posteriormente, durante la Guerra Civil Americana, su forma de reflejar los campos de batalla y los estados sureños lo convirtieron en un personaje muy conocido.

El caso es que jugó un papel muy activo en la política de la joven nación americana influyendo en las elecciones de Lincoln, Grant, Cleveland, Harrisson… hasta el punto que el presidente Roosevelt le premiaría con el puesto de Cónsul de EEUU en Guayaquil, Ecuador, donde acabaría muriendo de fiebre amarilla.

Pues bien, a finales de 1820 el Partido Demócrata adoptó un burro como símbolo electoral. Andrew Jackson, el candidato presidencial, tenía fama de poco listo y tozudo y, como su nombre sonaba similar a “jackass” (burro), le empezaron a llamar de esa manera. El político decidió sacar ventaja de la maledicencia destacando la nobleza, la perseverancia, la modestia y la capacidad de trabajo del animal. El hecho de que Thomas Nast representara en sus viñetas políticas al Partido Demócrata con un pollino contribuyó a que fuera definitivamente adoptado como mascota.

Jackson es el que sale en los billetes de 20$
Jackson fue una figura muy polémica en su época. El séptimo presidente de los EEUU era extremadamente controvertido, combativo, temperamental, impredecible, presuntuoso y amigo del autobombo. Pero se decía de él que era la voz del “hombre común” contra la elite política de las ricas ciudades costeras, el “outsider” que se enfrenta al poder establecido impulsado por las masas desfavorecidas. ¿Os recuerda a alguien? Pues ese alguien lo considera tan inspirador que ha mandado colgar un retrato de Jackson en su despacho oficial.

En fin, Nast quiso hacer posteriormente una réplica para el partido rival y plasmó la derrota de los republicanos en 1877 como un elefante sometido por el burro demócrata. El elefante simbolizaba un animal inteligente pero dócil y fácil de dominar. Pese a las connotaciones negativas, a los republicanos les gustó la analogía. Así que ya tenemos al elefante de la cacharrería.

Nast es considerado el padre de la caricatura política norteamericana pero también es el creador, entre otras, de las imágenes del Tío Sam o del mismo Santa Claus tal como los identificamos hoy en día y que el mundo entero asocia con los Estados Unidos de América. Y he aquí cómo un inmigrante alemán, haciendo uso de la libertad de expresión y de prensa recogidas claramente en la Primera Enmienda de la Constitución de los EEUU, fue el creador de los símbolos americanos por excelencia.

Thomas Nast es uno más de los muchos que, venidos de todos los lugares del mundo, han ayudado a conformar la identidad estadounidense o a hacer prosperar su economía. Por eso no me extraña que la sociedad civil se revele ante el aislacionismo que pretende implantar el nuevo ocupante del Despacho Oval, un elefante republicano que ha colocado junto a su escritorio el retrato de un burro demócrata. No sé a vosotros, pero a mí me está dando un poco de “yuyu” el pensar que la Casa Blanca pueda estar tan llena de animales.

Fotos de : DonkeyhoteyWikimedia Commons

lunes, 6 de febrero de 2017

Mister Smithson

Al poco de llegar a EEUU, por carambolas varias, fuimos al Concierto contra el Odio que anualmente organiza la Liga Anti-Difamación (ADL) en el Centro John F. Kennedy de Washington DC para homenajear a diversos “héroes” en su batalla contra la intolerancia, la injusticia, el extremismo o el terrorismo. Varios actores de Hollywood (yo solo conocía a Meg Ryan, aunque mi hija Adela, cuando se lo conté al día siguiente, me tildó de ignorante por no saber quiénes eran los otros) hacían una semblanza de los nominados, que estaban sentados entre el público y recibían, levantándose humildemente del asiento, los aplausos y vítores de los cerca de 2.000 asistentes. La parte musical la ponía la Orquesta Sinfónica Nacional. Ojeando el programa me llamó la atención que había una página dedicada a los donantes, aquellos que financian a la ADL para que pueda realizar su labor. Era una lista larguísima (con nombres y apellidos o con personas anónimas) que estaba dividida por las cantidades entregadas: hasta 100.000$, hasta 250.000$, hasta 500.000$, hasta 1.000.000$ o más de un millón de dólares. En todos los apartados había muchos nombres. Me quedé puesta.

Con el tiempo he visto que en los museos y galerías, en pabellones de universidades y hospitales, en edificios públicos y privados, hay un espacio reservado a destacar a quienes han contribuido económicamente a la construcción o mantenimiento del lugar o al desempeño de las funciones para las que ha sido concebido.

Las generosas donaciones de los ciudadanos se pueden ver por todas partes. Los colegios de mis hijos, que son los tres públicos, cuentan con sendas Fundaciones que se encargan de recaudar donativos para invertirlos en el colegio. Organizan varios eventos al año donde se anima a los padres, familiares o patrocinadores varios a contribuir económicamente a las necesidades del centro. El colegio de Primaria de mi hija pequeña, que tiene solamente 400 alumnos, acaba de organizar una Carrera Divertida (“My Fun Run”) en la que durante una hora los distintos cursos fueron haciendo pequeñas carreras y los padres podíamos ir a animar. Un DJ amenizaba la reunión. Era un acto más, sin pretensiones, que tenía la meta de conseguir 12.000$ para comprar material escolar. Esa cantidad fue superada con creces.

El High School de Adela, que ya está mandando información sobre procedimientos para inscribirse en universidades y sobre las diferentes ayudas que se pueden obtener, publicitaba una beca que me dejó puesta: un donante anónimo de Maryland, en cuya familia alguien había fallecido a causa de un cáncer de pecho, había establecido un fondo para sufragar los estudios universitarios de alumnos que tuvieran algún familiar de primer grado con el mismo tipo de cáncer.

Parte del legado Smithsonian
Pero ninguna donación ha sido culturalmente tan enriquecedora como la que hizo el científico británico James Smithson en el siglo XIX que donó todo su patrimonio a Estados Unidos, sin haber pisado jamás el país, con el fin de que se creara una Fundación para el aumento y difusión del conocimiento entre los hombres. Esos 500.000$ de 1835 (que podrían ser equivalentes a unos 10 millones de dólares de la época actual) son los que dan origen a la Institución Smithsoniana, mundialmente conocida, que cuenta con 17 museos y galerías solamente en Washington DC así como el zoo de la ciudad, además de centros de investigación, archivos y museos en otras ciudades de Estados Unidos.

Exposición en la Galería Renwick
La lista de Museos a la que ha dado lugar esa generosa donación parece abarcarlo todo: desde los orígenes del hombre en el Museo de Historia Natural a las naves espaciales del Museo del Aire y el Espacio, pasando por el Museo de Historia Americana, el de Arte Americano, el de Arte Africano, el Indoamericano, el Museo Postal, el Museo de la Comunidad de Anacostia, el Museo Hirshhorn con su Jardín de Esculturas o el recientemente inaugurado Museo de la Historia y Cultura Afroamericana. Y las más pequeñas Galerías Sackler (de arte asiático), Renwick o la Galería Nacional de Retratos. Todos ellos de una calidad apabullante. Y todos ellos gratuitos, sin que haya que pagar un centavo para ver alguna de las 140 millones de piezas que contienen ( un amigo washingtoniano me contó que se quedó puesto la primera vez que visitó un museo fuera de DC y le cobraron la entrada; pensaba que todos eran gratuitos).

Se habla español
Pero hay un tema que no está representado y que se echa en falta en esta impresionante colección de Museos: el de la comunidad latina. Aunque las cifras de latinos oscilen entre los 40 o los 60 millones según las distintas fuentes (y si éstas incluyen o no a los puertorriqueños o a los inmigrantes ilegales), Estados Unidos es ya el segundo país hispanohablante del mundo, por delante de España y por detrás de México. Eso, creo yo, ya es razón suficiente para tener un Museo dedicado a esta realidad.

Así como Obama inauguró cuatro meses antes de terminar su mandato el Museo Afroamericano, largamente esperado, no parece que el nuevo ocupante de la Casa Blanca tenga mucho interés por los museos (si no cierra ninguno ya nos podríamos dar con un canto en los dientes) y menos de temática latina. El hecho de que una de sus primeras medidas tras sentarse en el sillón presidencial haya sido eliminar la página web en español de la Casa Blanca no permite albergar muchas esperanzas. Pero, además, mucho me temo que aunque surja un donante al estilo de Mr. Smithson, ese Museo, de momento, no verá la luz. Y es que la ceguera de la política nos deja a todos en la oscuridad. Una lástima.