lunes, 6 de febrero de 2017

Mister Smithson

Al poco de llegar a EEUU, por carambolas varias, fuimos al Concierto contra el Odio que anualmente organiza la Liga Anti-Difamación (ADL) en el Centro John F. Kennedy de Washington DC para homenajear a diversos “héroes” en su batalla contra la intolerancia, la injusticia, el extremismo o el terrorismo. Varios actores de Hollywood (yo solo conocía a Meg Ryan, aunque mi hija Adela, cuando se lo conté al día siguiente, me tildó de ignorante por no saber quiénes eran los otros) hacían una semblanza de los nominados, que estaban sentados entre el público y recibían, levantándose humildemente del asiento, los aplausos y vítores de los cerca de 2.000 asistentes. La parte musical la ponía la Orquesta Sinfónica Nacional. Ojeando el programa me llamó la atención que había una página dedicada a los donantes, aquellos que financian a la ADL para que pueda realizar su labor. Era una lista larguísima (con nombres y apellidos o con personas anónimas) que estaba dividida por las cantidades entregadas: hasta 100.000$, hasta 250.000$, hasta 500.000$, hasta 1.000.000$ o más de un millón de dólares. En todos los apartados había muchos nombres. Me quedé puesta.

Con el tiempo he visto que en los museos y galerías, en pabellones de universidades y hospitales, en edificios públicos y privados, hay un espacio reservado a destacar a quienes han contribuido económicamente a la construcción o mantenimiento del lugar o al desempeño de las funciones para las que ha sido concebido.

Las generosas donaciones de los ciudadanos se pueden ver por todas partes. Los colegios de mis hijos, que son los tres públicos, cuentan con sendas Fundaciones que se encargan de recaudar donativos para invertirlos en el colegio. Organizan varios eventos al año donde se anima a los padres, familiares o patrocinadores varios a contribuir económicamente a las necesidades del centro. El colegio de Primaria de mi hija pequeña, que tiene solamente 400 alumnos, acaba de organizar una Carrera Divertida (“My Fun Run”) en la que durante una hora los distintos cursos fueron haciendo pequeñas carreras y los padres podíamos ir a animar. Un DJ amenizaba la reunión. Era un acto más, sin pretensiones, que tenía la meta de conseguir 12.000$ para comprar material escolar. Esa cantidad fue superada con creces.

El High School de Adela, que ya está mandando información sobre procedimientos para inscribirse en universidades y sobre las diferentes ayudas que se pueden obtener, publicitaba una beca que me dejó puesta: un donante anónimo de Maryland, en cuya familia alguien había fallecido a causa de un cáncer de pecho, había establecido un fondo para sufragar los estudios universitarios de alumnos que tuvieran algún familiar de primer grado con el mismo tipo de cáncer.

Parte del legado Smithsonian
Pero ninguna donación ha sido culturalmente tan enriquecedora como la que hizo el científico británico James Smithson en el siglo XIX que donó todo su patrimonio a Estados Unidos, sin haber pisado jamás el país, con el fin de que se creara una Fundación para el aumento y difusión del conocimiento entre los hombres. Esos 500.000$ de 1835 (que podrían ser equivalentes a unos 10 millones de dólares de la época actual) son los que dan origen a la Institución Smithsoniana, mundialmente conocida, que cuenta con 17 museos y galerías solamente en Washington DC así como el zoo de la ciudad, además de centros de investigación, archivos y museos en otras ciudades de Estados Unidos.

Exposición en la Galería Renwick
La lista de Museos a la que ha dado lugar esa generosa donación parece abarcarlo todo: desde los orígenes del hombre en el Museo de Historia Natural a las naves espaciales del Museo del Aire y el Espacio, pasando por el Museo de Historia Americana, el de Arte Americano, el de Arte Africano, el Indoamericano, el Museo Postal, el Museo de la Comunidad de Anacostia, el Museo Hirshhorn con su Jardín de Esculturas o el recientemente inaugurado Museo de la Historia y Cultura Afroamericana. Y las más pequeñas Galerías Sackler (de arte asiático), Renwick o la Galería Nacional de Retratos. Todos ellos de una calidad apabullante. Y todos ellos gratuitos, sin que haya que pagar un centavo para ver alguna de las 140 millones de piezas que contienen ( un amigo washingtoniano me contó que se quedó puesto la primera vez que visitó un museo fuera de DC y le cobraron la entrada; pensaba que todos eran gratuitos).

Se habla español
Pero hay un tema que no está representado y que se echa en falta en esta impresionante colección de Museos: el de la comunidad latina. Aunque las cifras de latinos oscilen entre los 40 o los 60 millones según las distintas fuentes (y si éstas incluyen o no a los puertorriqueños o a los inmigrantes ilegales), Estados Unidos es ya el segundo país hispanohablante del mundo, por delante de España y por detrás de México. Eso, creo yo, ya es razón suficiente para tener un Museo dedicado a esta realidad.

Así como Obama inauguró cuatro meses antes de terminar su mandato el Museo Afroamericano, largamente esperado, no parece que el nuevo ocupante de la Casa Blanca tenga mucho interés por los museos (si no cierra ninguno ya nos podríamos dar con un canto en los dientes) y menos de temática latina. El hecho de que una de sus primeras medidas tras sentarse en el sillón presidencial haya sido eliminar la página web en español de la Casa Blanca no permite albergar muchas esperanzas. Pero, además, mucho me temo que aunque surja un donante al estilo de Mr. Smithson, ese Museo, de momento, no verá la luz. Y es que la ceguera de la política nos deja a todos en la oscuridad. Una lástima.

2 comentarios:

  1. Que interesante todo lo que cuentas. Un placer leerte.

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  2. Es muy triste, me da mucho pánico este hombre, aunque el otro día escuché que ya la había vuelto a activar, pero aún así, en manos de quién estamos?? ( emoticono munch)

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