Siempre me ha dejado puesta la inmensa
influencia del cine americano. La primera vez que paseas Nueva York vives un
“déja-vu” constante, desde los taxis amarillos a los puestos de perritos
calientes, pasando por la pista de patinaje del edificio Rockefeller o la
escalinata de acceso al Metropolitan Museum. El Capitolio, el obelisco o la titánica
estatua del Presidente Lincoln en Washington no necesitan ninguna presentación,
ya los has visto montones de veces aunque no hayas puesto jamás un pie en la
ciudad y en los últimos años series como “The Americans”, “House of Cards”,
“Veep” o “Homeland” se han encargado de enseñarnos todos sus rincones.
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Rocky atrae más turistas que el museo |
Además, en muchas ocasiones, el cine te
presenta historias que se desarrollan en ambientes extraordinarios y es la
propia película la que te anima a ir conocerlos si la ocasión se presenta. Eso
me pasó cuando fui al condado de Lancaster, Pennsylvania, a ver a los Amish, esa
secta de cristianos anabaptistas que en su versión más conservadora rechaza los
avances de la civilización, incluidos los coches, la electricidad o el riego
automático y mantiene sus modos de vida sencilla.


Apenas abandonas la carretera principal y
te metes por las carreteritas locales te sientes como si estuvieras dentro de
la película y los ves trabajando la tierra o volando cometas con sus
proles de hijos, conduciendo los “buggies”, esos carromatos tirados por
caballos, o vendiendo sus productos en el mercado en pueblos con nombres tan
evocadores como Paradise (Paraíso), Bird-in-Hand (Pájaro en mano) o Intercourse
(Trato). Gente de otra época, ellos con largas barbas y pantalones de tirantes;
ellas, con vestidos hasta los tobillos y gorritos que les recogen el pelo, que
tienen un idioma particular, para quienes cualquier forastero es llamado
“English” y que forman en esta zona la comunidad más antigua y numerosa en los
Estados Unidos, alcanzando el número de 30.000.

Mientras los veía pensaba que me hubiera
encantado haber sido el personaje de Harrison Ford y vivir una temporada entre
ellos, trasladada a otra época, sin comodidades ni lujos, trabajando la tierra
y conociendo sus costumbres. Y posiblemente también me hubiera sentido molesta
y volvería la espalda a una “English” como yo, en un coche como el mío, que se
dedicara a otear la campiña en su búsqueda e intentara fotografiarlos como si
fueran leones en un safari fotográfico en la sabana. Porque más que “Witness”
pareciera que estuviera “Chasing Amish”.
Post-post:
“Chasing Amy” (“Persiguiendo a Amy”) es una comedia dirigida por Kevin Smith y protagonizada por Ben Affleck que, aunque me divirtió en su momento, no tiene mayor trascendencia que su título oportuno.
Fotos: Gabriel Alou, Alejandra Khatcherian y Ahd Photography
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